Mundo D

Un ascenso que lo marcó demasiado

El 2 de noviembre de 1985, Rosario Central volvió a Primera de la mano del “Negro”. La historia de ese día y la de sus protagonis­tas según el DT.

- Hugo García hgarcia@lavozdelin­terior.com.ar

“¿Al arco me vas a poner? No seas hijo de p...”, le dijo Pedro Jorge Marchetta al fotógrafo José Gabriel Hernández, quien buscaba una toma rigor. Claro, no era cualquier personaje. Se trataba del más chispeante de todos los entrenador­es y cuyas anécdotas se hicieron famosas en todos los vestuarios del fútbol argentino y alrededore­s. “El Negro” había citado a Mundo D para contar el día “D” de su carrera y se había sentado en el área gastronómi­ca de lo que va a ser el megacomple­jo de canchas de fútbol 11 La Perla, en Villa Retiro.

Una Coca, unos criollitos, el verde predominan­te, los albañiles trabajando y sus socios, Germán Gigena, Lucas Mercado y Josué Gait, terminaban de armar la escena en la que “el Negro” iba a contar ese día “D”: aquel 2 de noviembre de 1985 en el que subió a Rosario Central a la Primera División y las historias de los protagonis­tas de ese título obtenido en la B Metropolit­ana ante Villa Dálmine. Como sólo Marchetta puede hacerlo.

“Mirá lo que me mandaron”, arrancó Pedro y muestra la imagen que el club le envió el martes pasado, en ocasión de celebrarse el día del DT y en la que aparece junto a Edgardo Bauza, Carlos Griguol, Miguel Russo, Ángel Zoff y Eduardo Coudet. “Feliz día del DT. Para todos aquellos que supieron defender y darle la gloria a nuestro Central”, es la leyenda que acompaña el colaje de entrenador­es. “Este club es así. Cuando te adopta es para siempre”, acotó antes de meterse de lleno en el título conseguido con el Canalla.

–¿Cómo fue ese día?

–Ahhhh. Fue espectacul­ar. Teníamos un equipo sensaciona­l, que había sacado 13 puntos de ventaja.

–Diste la charla técnica con el guardapolv­o…

–Claroooo, cómo no lo iba a hacer. Fue una cábala que debutó con Atlanta, que era candidato. Habíamos empatado las dos primeras fechas y el equipo debía volver a Primera. Había que cambiar la suerte y se estilaba cortarse el pelo. Fui a una peluquería y la señora que me atendió me cortó con dos piedras. “¿No me podés dejar como antes?”, le pregunté. Ese día arrancaban las clases y yo parecía un niño. El profesor Pedernera, apoyado por los jugadores, me compró un delantal, le hizo poner el escudo de Central, lo firmaron todos los jugadores, lo envolviero­n y en la cena me lo entregaron en un paquete que decía: “Para el niño Marchetta, en su primer día de clase”. Omar Palma, Raúl de la Cruz Chaparro, Alfredo Killer, me lo dieron. Pero los cagué. Al día siguiente, di la charla con ese delantal. Ganamos y se hizo cábala. No me lo saqué más. Obviamente, di la charla así el día del título. Era imposible que no fuéramos campeones. Se lo dije al presidente de Central, Víctor Vesco, al momento de acordar mi sueldo.

–¿Marchetta era caro?

–Le pedí 60 mil dólares por mes. Vesco me dijo: “Te la doy cuando seas campeón”.

–¿Qué le contestast­e?

–Que me la diera ahí y que si no ganábamos el título, se la devolvía. Si éramos campeones, me pagaba doble. Al final, alguien que no sabía nada de Central, lo había sacado de la B Metropolit­ana, adonde había descendido el año anterior.

–¿Diste la vuelta?

–No pude. La gente me llevó en andas. Ya éramos campeones y los hinchas invadieron la cancha a los 37 minutos. El Gigante reventó con 40 mil personas. El partido se terminó de jugar días después, pero el resultado ya no importaba. Había sido siempre de Racing. Pero cuando llegué a Central la gente me dio vuelta. Me contuvo. Fue hermoso todo. Me acuerdo del “Negro” Fontanarro­sa. Cómo lo extraño.

–¿Sí?

–Ja. Habíamos sido campeones y él quería saber más que los periodista­s sobre el equipo. Era un enfermo. Yo me moría por saber cómo había compuesto cada uno de sus personajes y él me decía: “Inodoro Pereyra no existe... Dejalo a Boogie el aceitoso. Son boludeces. Decime, por qué mandaste a Palma de ‘5’. ¿En Primera lo va a dejar ahí?”. Un genio, preguntand­o de... fútbol. Nos encontramo­s en el Mundial de Estados Unidos 1994. Lo había llevado Clarín y estaba con Horacio Pagani y compañía. Jugaba la selección de Maradona, Caniggia, Balbo, “Bati” y él craneaba los diálogos geniales de sus personajes. Pero lo único que quería saber era de Central al que yo había vuelto a dirigir en 1994. “¿Cómo dejaste que nos robaran así el título?”, me reclamó. Fuimos terceros, detrás de Independie­nte y Huracán. Fue verdad. Las noches que nos habremos pasado en el bar El Cairo de Rosario. Madrugadas, bah. Tras la partida del “Negro” esa mesa quedó acordonada. Por eso hay que vivir los momentos lindos del fútbol y los amigos que te dejó. Hoy estamos, mañana no sabemos.

El buzo de Fossati

–Ese Central les cambió la vida a muchos...

–Claro. Mirá Fossati. Llegó a DT de la selección uruguaya. Me acuerdo cuando lo trajo el gran Enzo Genoni. El mejor de todos los empresario­s. Estábamos de pretempora­da en San Pedro. Era una tarde 50 grados y cayó con Fossati que tenía un buzo de lana. Además, era medio encorvado. Lo insulté a Genoni, quien me dijo: “Es lo que hay, Pedrito”. Después hubo un amistoso y se armó un lío bárbaro. Le querían pegar a Chaparro. Un grandote. Ahí nomás copó la parada Fossati al grito de... “¿A quién le vas a pegar?”. Parecía Leónidas, el de la película

300. “Contratalo ya. No sé cómo atajará, pero seguro con este no nos van a pegar en ningún ladoooo”, le dije al dirigente Gastaldi. Jugó los 42 partidos. Un fenómeno.

–¿Perdonó a Sperandío?

–Eran las 2 de la mañana de un jueves. Estaba en el hotel Presidente y al frente había un boliche. Cruzo la calle y casi me chocan. Era Sperandío, uno de nuestros volantes. No sabía qué decir. “Discúlpeme, discúlpeme. Es tarde y casi lo atropello”, no paraba de decir. Le ordené que se bajara y entramos al boliche.

–También te mandaste...

–Teníamos que hablar y era mi lugar. Las minas se le tiraban encima. Una cosa de locos. Tomamos un café y lo mandé a la casa. Al otro día le advertí: “No me lo hagas nunca más. Donde yo estoy, vos no podés venir”. Luego, reuní a todo el plantel y bajé línea: “Sé que a ustedes les gusta salir. Yo me acuesto más tarde que ustedes. No tomo y sí fumo, pero voy a todos lados. Pero nos respetemos. Cerca del partido, no”.

Regreso en 1994

–La verdad, ¿quién le apuntó al “Kily” González?

–Nadie. Lo vi el mismo día que arranqué mi segunda gestión en Central. Tenía 17 años. La pisó y salió entre dos como una flecha. Iba y venía “¿Te animás a hacer eso por plata y con 50 mil personas?”, le pregunté y asintió. El pibe era hincha del club. Un día jugábamos con Estudiante­s y no veníamos bien. Vino “Kily” y me preguntó: “¿Con quién tiro paredes, Pedro?”. No hay problemas, el “5” de Estudiante­s, Pighín, te las devuelve a todas, fue lo que le contesté. Genoni me había traído a Celso Ayala, estaba Lussenhoff y Palma, por supuesto. No se iba nunca “el Negro”.

–Aquel día del ascenso, hizo un golazo...

–Uff. Hace un tiempo nos invitó a Ibarlucea, donde era intendente. Fuimos con varios muchachos de ese equipo de 1985 y algunos del de 1994. Me llevó “el Rifle” Castellano. Yo recién salía del ACV y le pedí que me ayudara porque aún estaba débil. No había luz, en el pueblo del intendente. Mamita. Me levanté para ir al baño, tropecé, me abrazó, pero no hubo caso porque me fui al suelo. “¡¡¡Ni esta atajaste, hijo de p...!!! ¿Cómo vas a agarrar una pelota... si no me agarrás a mí que peso 85 kilos?”, le grité...

–¿Qué era Palma?

–Beethoven. Jugó hasta los 41 años. Siempre le decía: “Tu problema es creer que tus compañeros juegan como vos. No todos juegan bien”. Tenía la costumbre dársela a Falaschi que tenía otras virtudes como el cabezazo y la marca. Cada vez que se la daba, tenía los h... en la garganta. Y Falaschi, temblaba. Mejor era Jorge Balbis. Pasé por muchos lugares, pero Central siempre fue mi casa. La última vez, cuando fui a presentar el libro, también fui a ver Central-Lanús. Pasé a la cancha y me aplaudiero­n. Me largué a llorar. Podés ganar plata, ser prestigios­o, pero ese reconocimi­ento no se vende en ningún lado.

PODÉS GANAR PLATA, SER PRESTIGIOS­O, PERO ESE RECONOCIMI­ENTO NO SE VENDE EN NINGÚN LADO.

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(JOSÉ HERNÁNDEZ) En su nuevo proyecto. Marchetta le puso el cuerpo al megacomple­jo de canchas de fútbol 11 La Perla, que está en Villa Retiro.
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El guardapolv­o. “El Negro” lo usó como cábala hasta lograr el ascenso.

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