Rivales y “amigos”
Los encuentros entre argentinos y brasileños de ayer se repetirán el martes en Belo Horizonte.
Unos bocinazos le aportaban barullo al caos de tránsito de la inmensa Río de Janeiro. Al palo, en una motito iban dos varones veinteañeros. El que manejaba vestía la camiseta 10 de la selección de Brasil. El que iba de acompañante tenía la 10 de la selección argentina con el nombre de Lionel Messi estampado en la espalda. Tenía también una gorra y una bandera atada al cuello. A la velocidad en la que transitaban, el “trapo” le flameaba como si estuviera colgado en la cima del Cristo Redentor.
Esquivaban autobuses que recorrían las calles tanto o más rápido que ellos (los colectivos urbanos son manejados a velocidad F1 por los motoristas cariocas). El brasileño y el argentino se dirigían al Maracaná. El de la casaca albiceleste movía los brazos con gestos de cancha, de aliento, de “¡Vamos, Argentina!”.
Esa fue la imagen de un viernes de fútbol de Copa América en Bra
sil. Esa fue la imagen de argentinos y brasileños mezclados en un partido. No fue la única.
En las cercanías del Maracaná, había más. Como la de los cordobeses de barrio Jardín que vinieron con las remeras y las caretas de Messi. En todas las fotos que les pedían, ellos hacían la “T” de Talleres. Los brasileños les preguntaban qué significaban y los de la Docta les contaban con felicidad que era por la “T”. Y cuando lo hacían, los locales les afirmaban que sabían que el Matador eliminó a São Paulo de la Copa Libertadores 2019.
A metros de esa escena cordobesa, había dos personas con unas bicis repletas de cosas. Eran Fernando Guardia, de 23 años, y Ámbar González, de 22. Fernando es mendocino y Ámbar es chilena. Iniciaron un viaje por Sudamérica hace tiempo. Y hace una semana estaban en el estado de Mato Grosso. Desde allí se vinieron en bicicleta hasta Río. Trataban de conseguir una entrada para ver a Messi y compañía.
En el estadio se veían momentos compartidos entre argentinos y brasileños. Había una familia de cinco: cuatro con la remera de la Canarinha y el papá con la de Messi. “No, no, soy de Brasil, amo a Messi, respeto a Argentina, me gusta ver fútbol”, decía ese papá.
Y había más casos de argentinidad brasileña. En uno de los portones de ingresos al estadio Mario Filho (así se llama en homenaje al padre del periodismo deportivo de Brasil), se lucía un morocho con peluca ruluda y remera argentina.
Lo rodeaban porteños que cantaban “Oléeeee, oléeeeee, oléeeeee, Diegóooooo, Diegóoooooo”. Contaba que se llama Diego Armando por Maradona. Y demostraba que no era verso: sacó el DNI de Brasil con su nombre. “Diego Armando De Oliveira”. Y tenía la foto del DNI sacada con una remera de la selección. Era D10S para esos argentos. Compartían cervezas y buena onda.
Cerca de ellos, se vendían entradas en boleterías. Eran los cariocas que no compraron los tickets por internet y que escucharon que había una rebaja. Claro que el imponente Maracaná no se llenó. Entran 80 mil personas sentadas en esta mole construida en 1950, que es propiedad del estadio y que es administrada por los clubes cariocas Fluminense y Flamengo.
Ahí mismo el Argentina-Venezuela terminó con final feliz para nuestra selección. Y hubo emoción con la imagen de Messi cantando el Himno. Ahí mismo, en el Maracaná, claro que se cargaron argentinos y brasileños, pero sin dramas. Claro que los locales en su mayoría le hacían la barra a Venezuela. Claro que hay rivalidad.
Quizá los de la moto que iban al Maracaná eran dos brasileños. Quizá no vean juntos el partido del martes, a las 21.30, en Belo Horizonte, por una de las semifinales de la Copa América.