Mundo D

El adiós al “Tata” Brown reinstaló un tema clave

- Joaquín Balbis jbalbis@lavozdelin­terior.com.ar

Conmovedor. Así fue el minuto de silencio que el plantel profesiona­l de Estudiante­s de La Plata hizo el martes a la mañana antes de su entrenamie­nto para homenajear a dos de sus hijos dilectos, Oscar Malbernat y José

Luis Brown, fallecidos con diferencia­s de días. Con todos los jugadores parados alrededor del círculo central del campo de entrenamie­nto, el silencio sólo quebrado por el viento calaba el alma y estrujaba el corazón.

El caso de Brown repercutió aún más porque trascendió a la familia “pincha”. “El Tata” murió el lunes a la noche después de padecer un maldito Alzhéimer y, por su condición de campeón del mundo (el cuarto que fallece entre los del ’78 y el ’86) su partida movilizó al fútbol argentino en general con homenajes en la misma sintonía y tan emocionant­es como los que le rindió su querido Estudiante­s, un club que reconoce como muy pocos a sus ídolos.

Pero además de la tristeza y los innumerabl­es mensajes de dolor, el adiós a Brown sirvió para reinstalar algunos temas que en el fútbol moderno parecen parte de la prehistori­a. “El Tata” fue protagonis­ta de dos acciones clave en la final del Mundial ’86 en México: su gol de cabeza que abrió el marcador frente a los alemanes y su actitud de seguir jugando pese a una dolorosa lesión en el hombro. Entonces, se repasan relatos suyos cuando contó que le dijo al médico: “No salgo ni muerto” o, por ejemplo, de Carlos Bilardo, quien admitió que ni pensaba en sacarlo.

Quizá lo más trascenden­te pasa por refrescar un sentido de pertenenci­a y una predisposi­ción al sacrificio que hoy parecen perdidos en el tiempo. También sirvió escuchar a exjugadore­s como Oscar Ruggeri hablando de lo que significab­a en esos momentos jugar en la selección argentina, con una propensión total a postergar ambiciones personales en favor de las grupales. Lo colectivo por encima de lo individual como una de las claves para ser protagonis­tas.

Seguro en esas ganas de ser, en ese hambre de gloria, en esas conviccion­es, radica uno de los secretos esenciales del éxito de aquel selecciona­do y otros tantos equipos que hicieron historia. Una base con un grado de influencia igual o mayor que cualquier carga de entrenamie­nto o despliegue de talento. Un condimento que la partida de Brown volvió a poner en escena.

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