Mundo D

A las 11, Diego debuta en Gimnasia

Hace una semana todo se conmovió otra vez. Y hoy, a las 11, el viejo capitán de las resurrecci­ones vuelve a dirigir.

- Alejandro Mareco amareco@lavozdelin­terior.com.ar

En sus ojos pequeños, en toda el gesto de la cara, estallaba esa tremenda conmoción que le venía de adentro, de ese rincón visceral, insondable e intransfer­ible en el que Diego es sólo Diego y está sólo en la creación, en ese reparto de dones, fortalezas, adversidad­es, tropiezos y debilidade­s que le dio un destino tan único, tan especial.

El domingo en el que Diego Maradona volvió después de larguísimo­s años a pisar el centro de una cancha argentina se convirtió, inmediatam­ente, en una fecha para la gran memoria del fútbol nacional.

Todo se sacude, se estremece, los reflectore­s cambian de dirección, el centro de la escena se bifurca con él en la cancha.

En cada uno de sus regresos, Diego Maradona revive y da de revivir.

El campeonato a partir de este momento tendrá otra intensidad, otro cosquilleo: la anodina y errática Superliga cuenta ahora, por fin, con una emoción fuerte, verdadera y no artificial.

Demasiado tiempo ha pasado sin Diego en las canchas argenti

nas, es decir, sin su presencia cotidiana, con todo el universo de gestos y palabras que es capaz de dar el grifo siempre abierto de su lengua filosa, para regocijo de unos y molestia de otros, según los momentos, los temas y la mirada del que escucha.

Ha pasado mucho tiempo sin el sabor singular que le ha puesto al balompié criollo desde que irrumpió en la segunda mitad de los ‘70, con esa manera suya de sentirlo y vivirlo: la pasión al borde del derrame.

La última vez que Maradona tuvo que ver con el fútbol argentino fue en su paso por la conducción de la selección que en 2010 llegó al Mundial de Sudáfrica y sedujo las miradas de aficionado­s y periodista­s del mundo: “El equipo de los abrazos”, lo llamaban, por el modo maradonian­o de ser. Luego, una catastrófi­ca derrota con Alemania lo desdibujó.

En el bosque platense

Lo fue a buscar Gimnasia y Esgrima La Plata, el club más viejo del fútbol argentino, el que no tiene campeonato­s ganados en el profesiona­lismo y que otra vez, en su circular derrotero, está caminando por la cornisa del descenso. Pero no fue a buscarlo con la ilusión de encadenar victorias y trofeos, ni siquiera con la certeza de que es un sortilegio para zafar del descenso.

Lo fue a buscar con la sed de vivir un momento como el del primer domingo de Maradona en la cancha tripera, que desbordó con más de 20 mil hinchas extasiados, maravillad­os de ser parte de esa tarde en la que un poco de la inmensa gloria de Diego vino a derramarse en el bosque platense.

Claro que la ansiedad por escapar al descenso no se posterga, como tampoco se pierden las referencia­s de buenos negocios, así como la celebridad mundial que su presencia le dará al club.

Pero acaso la mayor ilusión, como correspond­e a una hinchada hecha más de sufrimient­os que de festejos y que en consecuenc­ia se aferra a la dimensión de su amor por la camiseta, es vivir junto a Maradona una historia de sentimient­os apretados y fogosos, un amasijo de esperanza, canto y corazón en cada partido.

Visto así, parece un destino adecuado para este Maradona de 58 años. Por lo pronto, lo vivido el domingo ya puede sentirse como una buena parte de la recompensa: todo el país habló de Diego en Gimnasia; las fotos de la vieja cancha del bosque repleta y delirando de entusiasmo por el Diez han dado la vuelta al mundo.

Fue un premio anticipado por haber asumido, más allá de prejuicios y rechazos, el desafío de traerlo de regreso al fútbol argentino (acaso lo que Belgrano no se animó a hacer, según los rumores que circularon hace unos meses).

El domingo en el que Diego Maradona volvió a pisar el centro de una cancha argentina lo hizo caminando con dificultad, con una pierna operada y el peso de los años y los golpes (de rivales y propios) en su cuerpo.

Pero lo que le hizo trastabill­ar el ánimo fue el ventarrón caliente de afecto que le dio en la cara y en los oídos.

Y Diego se puso sentimenta­l. En su país.

Y el país se puso sentimenta­l. El país de Maradona.

El derecho de querer a Diego

En las pantallas volvieron las imágenes de la leyenda que nos llevó al Olimpo del fútbol del mundo, convertida­s ya en parte de nuestra mitología nacional. Volvieron a contarse deliciosas historias del Diez, de su talento, de su infinito amor por camiseta (como las que contaron Oscar Ruggeri o Marcelo Gallardo).

Volvieron las fotos de los días en los que Maradona nos hizo probar el sabor de victoria, de la felicidad colectiva, es decir: la más fecundas y perdurable­s de las maneras de la felicidad, tanto que las generacion­es que no lo vieron pueden presentirl­a y apropiarse de ella a través del brillo en los ojos de los que fueron contemporá­neos.

Volvió a entenderse por qué tantos tenemos el derecho de querer a Maradona.

Este es un extraño país, tal vez más cuando odia que cuando ama. Por razones ideológica­s, sociales y otras, una buena parte es capaz de enarbolar odio contra nuestro máximo constructo­r de alegrías futbolísti­cas. También pasa algo de esto también contra el argentino más universal de la historia: Francisco, el papa.

Por unos días, los escándalos de su vida privada, tan recurrente­s en los programas de chismes, quedaron a un costado. Sabemos tanto de la vida privada de Maradona, de sus polémicas...

Pero el domingo en el que Diego Maradona volvió a pisar el centro de una cancha argentina fue posible reconocer lo esencial. En el fútbol y en la vida las cosas suelen ser fugaces, las miradas pueden cambiar por completo. Hemos visto muchas veces a Maradona brillar

y luego opacarse.

Hoy, esta vez con la pelota en juego por los puntos cuando Gimnasia reciba a Racing en La Plata, saldrá oficialmen­te al ruedo del fútbol argentino. Comenzará así una rutina que pondrá su figura en contacto con las hinchadas de otros clubes, como el próximo 23, cuando venga a Córdoba al estadio Kempes para enfrentar a Talleres.

Por lo pronto, el que hace una semana se asomó a la cancha de Gimnasia penando con su pierna, fue ese tanque existencia­l de siempre, el que explica aquel fuego sagrado que desplegó en las canchas y que junto a su supremo talento lo hizo tan gigante.

El Diego que vemos en estas horas es el viejo capitán de las resurrecci­ones, uno de los grandes sentimenta­les de un país sentimenta­l.

 ?? (@GIMNASIAOF­ICIAL) ?? El eterno retorno. En cada uno de sus regresos, todo se sacude y se estremece. El centro de la escena se bifurca. Diego revive y hace revivir.
(@GIMNASIAOF­ICIAL) El eterno retorno. En cada uno de sus regresos, todo se sacude y se estremece. El centro de la escena se bifurca. Diego revive y hace revivir.
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