Mundo D

Eterno. No era Dios... Simplement­e era Diego

Murió un ídolo universal que logró poner el mundo a sus pies, capaz de amar y ser amado, de odiar y ser odiado.

- Hernán Laurino hlaurino@ lavozdelin­terior. com. ar

No era Dios... simplement­e era Diego

Ha muerto Maradona, que no era Dios, como muchos, miles, millones le hicieron creer durante años, endulzando sus oídos con l a traicioner­a miel de un éxito envejecido. Porque sí, el éxito también envejece.

Aunque en el caso de él, de Maradona, el éxito se hacía cada año más bonito, cada año más épico, cada año más sólo suyo y no de aquellos que corrieron a l a par en el Mundial de México, en el lejano 1986.

Ha muerto Maradona y los que lo vieron cerrar los ojos por última vez habrán comprendid­o eso: que no era Dios.

Que era apenas un ser humano falible y triste como todos, capaz de amar y ser amado. Capaz de odiar y ser odiado. Que podía morir. Y también lo hizo.

Lo siento por “Dieguito”, aquel niño que una tarde se paró por primera vez ante una cámara que filmaba en blanco y negro y dijo, con l a pelota debajo del brazo, que quería ser campeón del mundo.

Desde ese día, ya no sería Diego para empezar a ser Maradona.

Ese apellido que tomó forma de hombre, que tuvo vida propia. Que fue rey de reyes. Que provocaba reverencia­s. Que se movía entre multitudes cautivando todas las miradas y las cámaras.

En el mundo entero

Y Maradona anduvo por todo el mundo, recorrió todas las ciudades, todas las canchas, todos los bares y puticlubes, los despachos de importante­s políticos y los mejores hoteles. Todas l as puertas se abrían para Maradona. Tuvo todas las llaves de todas las ciudades.

Ese Maradona, el que no era Dios, pero lo convencier­on de que sí lo era, quizá pensó que jamás moriría.

Que la muerte no podía meterse con gentes tan i mportantes, tan invencible­s. Por algo siempre revivía, por algo lo comparaban con el Ave Fénix.

Pero la muerte siempre sabe más, porque sabe cuándo termina, cuándo bajará el telón. Y suele elegir los peores momentos.

Y para Maradona también hubo un final. Triste, solitario y final, escribiría “el Gordo” Osvaldo Soriano.

Maradona murió como nadie pensó que moriría un Maradona.

No pudo convivir con esa leyenda que también fue envejecien­do y se fue quedando solo, aunque estuviera siempre rodeado de gente. De abogados y patovicas. De chicas jóvenes y aduladores. Se quedó solo porque ya no estuvo Claudia, porque ya no estuvieron sus hijas, Dalma y Gianinna. Y en esa soledad ruidosa, con música y payasos sirviendo champán, todo duele más. Es como quedarse en una fiesta donde todos son desconocid­os.

Jamás será olvidado

Maradona, seguro el más magnífico y talentoso futbolista nacido en este país, jamás será olvidado. Eso está claro. Los libros, los videos, sus fieles se encargarán de que esta historia l egendaria siga pasando de generación en generación. De padres “maradonean­os” a hijos “nuevos maradonean­os”.

Pero ese Diego, el auténtico, el primer Diego, poco a poco se irá apagando en el recuerdo de los que verdaderam­ente lo conocieron.

A ese chico soñador y sensible, que se crió en un hogar humilde, con una madre que no comía para que ellos comieran. Donde todos dormían amontonado­s. Donde había mate cocido y pan de ayer.

De eso está hecho el gran Maradona y de eso estaban hechos sus sueños: de barro y tristeza, de hambre y deseo de escape. De ausencias.

Se apagó l a l uz de Maradona y quedó el aura de Diego, el hombre que lloraba por las noches extrañando a sus papás y a los abrazos de verdad. Se apagó la luz de Maradona y ahora todas esas rubias que quisieron ser Claudia sin suerte estarán pensando qué les correspond­e, si es que pueden quedarse con algo de toda esa fortuna.

Por ahí también andarán los amigos del campeón que hicieron fi l a para pedirle una camiseta, un autógrafo, unos pesos. Y Maradona les daba, siempre les daba. Porque había para todos, menos para Diego.

Ese Diego que fue quedando en el olvido, que quizá ya había desapareci­do hace años de su cuerpo.

Ese Diego que supo cuánto pesaba l a Copa del Mundo. Ese Diego que hizo el gol más maravillos­o j amás soñado y el de l a mano de Dios. El que todavía conocía la sorpresa. Al que aún lo asombraba manejar una Ferrari por las calles de Nápoles.

Hasta que hubo un día que ya había probado todo. Que ya no había nada que lo conmoviera. Fue el principio del fin.

Maradona se ha ido y quedarán la tristeza, los días de luto, los miles de mensajes de despedida de los más carteludos. Las frases de ocasión y las lágrimas oportunas.

El triste final

Hubo que esperar este final, este triste final, para comprender que no era Dios. Ese Dios que necesitába­mos para creer en algo. Ese Dios inventando.

Maradona se terminó devorando al Diego, al “Dieguito”, al pibito que la movía como nadie en los campitos de Fiorito con una zurda que pudo tapar casi todas las carencias.

Dan ganas de abrazarlo a ese Diego, al que se fue yendo antes de tiempo, que se fue durmiendo, entre cocaína, pastillas y palmadas traidoras en l a espalda. El día que murió Maradona, ayer, quizá Diego pueda descansar finalmente en paz. Porque él lo supo desde siempre.

Nunca hubo un Dios. Y todos tenemos fecha de vencimient­o. Hasta ese Maradona que logró que el mundo se pusiera a sus pies.

Ha muerto Maradona. Que no era Dios. Simplement­e era Diego, apenas eso. O todo eso.

 ??  ?? INOLVIDABL­E. En el partido frente a Inglaterra, en México ‘ 86, construyó su mayor obra futbolísti­ca. Por lo que hacía dentro de la cancha y fuera de ella, nunca será olvidado.
INOLVIDABL­E. En el partido frente a Inglaterra, en México ‘ 86, construyó su mayor obra futbolísti­ca. Por lo que hacía dentro de la cancha y fuera de ella, nunca será olvidado.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina