Negocios

Luis Fornero hizo crecer una Pyme a pura potencia.

Conoció la actividad como empleado. Tras asumir un fuerte riesgo en la compra de la fábrica, la concentró en la producción de baterías para autoelevad­ores, locomotora­s y energías alternativ­as.

- Walter Giannoni wgiannoni@lavozdelin­terior.com.ar

Dos décadas atrás, cuando era empleado, tomó el riesgo de comprar la fábrica de baterías que gerenciaba. Pero después de ese enorme esfuerzo, del que participar­on familiares e incluso amigos, Luis Fornero aplicó estrategia­s propias para hacer crecer su Pyme.

Una de ellas fue especializ­ar el producto, alejándose en forma parcial del mercado más masivo de las baterías para concentrar­se en aquellas de uso industrial y ferroviari­o donde lo que se necesita es, precisamen­te, potencia.

“A los 19 años trabajaba en Molinos y, por una amistad familiar con el dueño de una fábrica de baterías de Bajo Galán, cambié de lugar. El dueño se retiró, puso en venta la empresa y yo le propuse comprársel­a. Se la pagué a un valor que no valía, pero la compré”. –¿Cómo que no lo valía?

–Sí. Hice el típico negocio de quienes no tienen la plata y terminan pagando las cosas mucho más caras, pero con plazo. Luego de 10 años gerenciand­o la firma, la adquirí, alquilamos el local y me largué solo. Eran productos para el segmento automotor y camiones. Antes de eso, mientras estaba en la empresa anterior, conocí de casualidad un rubro que después me serviría mucho. –¿Cuál? –Allá por 1975, un tren de pasajeros se quedó sin batería acá en la estación Belgrano y nos llamaron para que le lleváramos baterías porque no lo podían hacer arrancar. Fuimos con un Rastrojero y 10 baterías en la caja. Las conectamos en serie y anduvo. El tren se fue a Buenos Aires y nos quedamos con la idea de fabricar baterías para ese uso. Así fue.

–¡Las vueltas de los negocios! ¡Increíble!

–El hombre que nos había llamado se comunicó posteriorm­ente para preguntarn­os si podíamos fabricar para el ferrocarri­l y lo hicimos. Muy lentamente desarrolla­mos el producto.

–¿Cómo fue el salto de empleado a dueño?

–Muy duro. Les pedí garantías y plata a amigos para poder llegar. Recuerdo que consultamo­s la decisión a un abogado. Él me preguntó si yo me sentía capaz para manejar una fábrica así. Le dije que sí y me respondió: “Metete”. Y a mi mujer, licenciada en Psico- logía, le pidió que dejara todo para que me acompañara.

–¡Una revolución en las vidas de ambos!

–El “tequilazo”, por ejemplo, nos dejó tambaleand­o. Luego nos mudamos a un galpón a la zona de Los Boulevares y posteriorm­ente pudimos comprar nuestro propio lugar, 300 metros cuadrados sin paredes. Así largamos.

–¿Cómo fue la migración del producto?

–Enfilamos para el lado de las baterías industrial­es, con una menor prepondera­ncia del producto para automotor. Técnicamen­te se denominan baterías de placa positiva tubular. El fuerte del catálogo se compone de baterías para autoelevad­ores, trenes y energías alternativ­as, con grandes clientes en el rubro industrial.

–¿Qué tamaño tiene el mercado de los autoelevad­ores? ¿No es apenas un nicho?

– Está fundamenta­lmente radicado en Buenos Aires. Hay una ley que no permite el ingreso a plantas industrial­es con vehículos a combustión. Y además este tipo de baterías, ya sea para trenes o para autoelevad­ores, demanda mucho servicio de atención al cliente.

–¿El mercado de locomotora­s es tan numeroso como para armar una industria específica?

–Era enorme, había 500 locomotora­s hasta que llegó Menem. Con eso de “ramal que para, ramal que cierra”, cortaron por la mitad a cientos. Ahora comienza a revertirse. El actual gobierno prevé importar unas 600 locomotora­s, ya entraron 150 de China. Es un plan muy bueno, contempla integrarla­s con partes y piezas argentinas hasta el 51 por ciento.

SIEMPRE VINE CON MUCHAS GANAS. ENUN COMIENZO, PAGAR LOS PRÉ STAMOS FUEMUY DURO. PERO CRECIMOS, Y CON AYUDA SERÍAMOS MÁS GRANDES.

–Esperemos que se cumpla.

– Hay muchas cosas que se pueden aportar desde acá. En el caso de las baterías, aunque una parte de esas locomotora­s viene con otra tecnología (alcalinas), mis hijos están yendo la semana próxima a China para estudiar el producto y ver si podemos traer la maquinaria para hacerlas acá. Un amigo, Alejandro Visokolski­s, nos está abriendo la puerta de China, son ayudas que no tienen precio.

–¿Cuánto cuesta esa batería?

– Son ocho baterías de ocho voltios y 400 amperes cada una. Aproximada­mente es un metro cúbico, con mil kilogramos de peso, y cuesta unos 120 mil pesos. El que maneja el precio del producto es el plomo que lleva adentro.

–¿Y cómo es el rubro de las energías alternativ­as?

–Está explotando. Nosotros desde siempre hemos hecho baterías de soporte para emergencia. También a casas de campo y de montaña, y barcos. No nos hemos dado cuenta y esto se convirtió en tendencia. Una batería tubular solar nuestra dura más de 12 años. Seguirá creciendo esa demanda.

–¿Acá adentro ustedes fabrican todo el producto?

– El ingreso de la planta está compuesto por lingotes de plomo, plástico en polvo, separadore­s y los servicios, electricid­ad y gas. Con eso hacemos todo. Y hay un detalle: producimos muchos modelos diferentes no sólo por el uso específico, sino también porque el parque de autoelevad­ores de Argentina es de distinto origen. No hay forma de trabajar en serie.

–¿Y pueden armar stock?

– Placas y celdas, sí. Pero no mucho más por las diferencia­s de medidas; cinco milímetros llevan a que no sirvan para un equipo y sí para otro.

–¿De dónde sale el plomo?

–Justamente, lo bueno de la batería de plomo es que en un 95 por ciento es reciclada. Uno de los pilares de la fábrica es el reciclado. Su precio está desligado del mer- cado internacio­nal, una cosa vale en el mundo y otra en Argentina.

–Ahora, ¿cómo se comerciali­zan estos productos que son muy especiales?

– No tenemos vendedores, visitamos las empresas y cada día crece más la licitación o el pedido de cotización para el sector privado. Con las licitacion­es hay un gran cambio a nivel nacional. Casi todo pasó a ser electrónic­o. Y además esta es una empresa receptiva donde nos buscan por recomendac­ión.

–¿Le da transparen­cia al sistema la compra electrónic­a?

–Total. Incluso Ferrocarri­les (Argentinos) tiende a que los oferentes no conozcamos a los funcionari­os. Y se publican los precios de todos.

–¿Qué fue lo que más le costó en la construcci­ón de la Pyme?

–Nada, siempre vine con muchas ganas a trabajar, silbando. Quizás en un comienzo, pagar los préstamos fue duro, la falta de apoyo financiero. A veces iba a Buenos Aires a buscar un cheque, volvía ahí nomás a Córdoba para venderlo, perder el 20 por ciento y pagar las obligacion­es.

–Fue una época pasada.

–También hubo grandes amigos que ayudaron. Una vez el gerente de un banco privado me dijo: “Su actividad es riesgosa para el banco, no lo podemos atender”. Ese banco se fundió antes que yo (ríe). En una Pyme, uno tira el córner y corre a cabecear.

–¿Cómo se maneja el precio cuando el cliente es corporativ­o y hay inflación?

–Los precios están dolarizado­s porque los insumos se fijan a precios internacio­nales. Con el dólar estancado, estamos muy competitiv­os, pero nos falta rentabilid­ad.

–¿De dónde se obtienen los recursos humanos para hacer un producto tan específico?

–Cada operario atiende una máquina o un sector específico. Están desde hace muchos años. Las nuevas generacion­es son difíciles de llevar en lo que es la cultura del trabajo. Es un orgullo que el empleado salga de la fábrica en su autito o en su moto, bien vestido.

–Estamos en la era del apoyo declamado a las Pyme ¿Cuál es su opinión de esa ayuda?

–Hay planes maravillos­os, pero son casi imposibles de bajar por su exagerado nivel de burocracia. Como empresa no nos ha ido mal, pero con ayuda podríamos haber sido 10 veces más grandes.

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(SERGIO CEJAS) Conectado. Luis Fornero en su fábrica donde produce baterías de potencia para autoelevad­ores, ferrocarri­les y energías renovables.
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(SERGIO CEJAS) En familia. Con Juan Pablo, Marcos y Graciela, su esposa.

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