Negocios

Gerardo Roggio mantiene el mandato familiar por los ladrillos.

Por las venas familiares corre la actividad ladrillera desde hace 70 años. En un rubro de grandes jugadores y con un mercado estancado, la Pyme mantiene firme su mandato y sondea otros negocios.

- Walter Giannoni wgiannoni@lavozdelin­terior.com.ar

Esta fábrica de ladrillos huecos cerámicos es apenas una Pyme comparada con los grandes jugadores del sector. Pero la cultura del trabajo mantenida por la familia Roggio, de Colonia Caroya, desde hace 70 años, la sostiene en pie y ahora le plantea nuevos desafíos.

Por supuesto que, además de la tradición, para estar en el negocio una de las claves es la calidad y el foco comercial puesto en el mercado de corralones y constructo­ras, dice Gerardo Roggio, quien lidera los pasos de la firma.

“Cuenta mi padre que, con sus hermanos, comandados por mi abuelo, fabricaban tejas con las manos, en un moldecito le daban forma al barro y las ponían a secar al sol antes de meterlas al horno. Era muy sacrificad­o, comenzaban a trabajar a la madrugada”. –A la intemperie.

–Totalmente. Incluso él siempre recuerda que, cuando venía un temporal, todos, mujeres, chicos, salían urgentemen­te a levantar las tejas porque ese era el pan. Si bien serían parientes muy lejanos, mi bisabuelo, Francisco Roggio, vino de Italia junto con don Benito Roggio. Después la vida los separó porque Benito, según cuenta, se casó con una chica de aquí de la Colonia y se fue a trabajar de albañil a Córdoba. –Ese fue el comienzo.

–Sí. Ellos llevaban tejas a Córdoba y un día conocieron a un alemán que les hizo una maquinita para darle forma al producto. Posteriorm­ente, ya en un galponcito, empezaron con ladrillos huecos. Vinieron épocas de alguna bonanza que le permitiero­n a la familia comprar un pedazo de tierra para vivir también de otra cosa. Siempre hubo tiempos buenos y malos. Ahora, por ejemplo, es un momento con expectativ­as, pero jodido.

–Ya vamos a hablar de eso. ¿Cuándo comenzó la producción de ladrillos cerámicos huecos aquí?

–En 1995 nos vinimos del centro de la Colonia, imagínese que allí el horno quemaba primero con leña y luego con orujo de aceitunas, el humo... Entonces, un señor que andaba mucho por Misiones nos dijo que allá había una fábrica un poco más automatiza­da que la que teníamos. Fuimos a verla, para nosotros era un chiche. –La compraron.

–Sí, con un crédito del Banco de Brasil trajimos las máquinas, el secadero y el horno. Era una revolución meter los ladrillos por una punta y sacarlos listos por la otra para entarimarl­os. Fue un cambio similar al que vivió el campo con la siembra directa. Justo cuando teníamos que pagar las cuotas, no vendíamos ni una ballenita (ríe). –¿Cómo? ¿Qué tiene que ver? –Claro, cuando yo era chico araba, renegaba… ahora estar en el campo es una fiesta comparado con aquello. El que sabe lo que fue no puede negarlo. En la fábrica de ladrillos ahora nos haría falta automatiza­r un par de etapas más, como la extrusión. Estamos en eso, vamos a ver si llegamos, es el próximo objetivo. Hay créditos para Pyme que podríamos aprovechar. Con la nueva generación en la fábrica, vamos por eso.

– ¿ El actor más grande del mercado del ladrillo cerámico es Palmar?

–Sí, tenemos una excelente relación. En el país hay unas 70 fábricas de bloques cerámicos. –¡Tanta competenci­a! –Si usted piensa en el tamaño de la Argentina, no son demasiadas. Nosotros somos chicos. Palmar debe de estar haciendo unas 50 mil toneladas mensuales y de aquí hacia el norte del país hay varias fábricas que producen de 10 mil a 12 mil toneladas cada una. –¿Y ustedes?

–De 1.100 a 1.300 toneladas. Y el gran tema es que tal vez una fábrica haga 50 mil toneladas con 100 personas y nosotros hacemos 1.200 con 30. La relación de escala es diferente y por lo tanto es complicado competir con un monstruo. ¡Nosotros competimos con el corazón de la cultura de hacer ladrillos, nada más! Es cultura de trabajo y no querer abandonar lo que hizo la familia desde su origen. –Claro. Imagino.

–Para nosotros realizar el ajuste del molde de la extrusora es una cosa casi artesanal, hecha a mano. Ahora, algo importante, al final del proceso, el ladrillo no tiene diferencia­s de calidad.

–La extrusora es como una churrera. Resulta interesant­e verla en funcionami­ento.

– Entra la tierra que se convierte en barro por una punta, se granula bien finito y se manda a la extrusora. Sale la tira larga, y una máquina va cortando los ladrillos a la medida. Con otro molde, se hace otro modelo de ladrillo, por ejemplo, para techos. El proceso de cocción también es clave en la calidad. Se necesita que sea parejo. Y una curiosidad es que cada ladrillo lleva dos litros de agua. Entra con un peso y cuando sale le faltan dos kilos, que es el agua. –¿De dónde obtienen la tierra para la masa?

–De cantera propia. Se usan dos tipos diferentes. Se deja estacionar la tierra para que madure y luego se mezclan.

–Y entonces, desde este tamaño de empresa, ¿a qué sector del mercado apunta?

–Cuando hay demanda sostenida, uno apunta a los corralones. Ellos mismos vienen a cargar y llevan mercadería paulatinam­ente... un chasis, dos. Desde el punto de vista del pago, es más sencillo manejar la relación. Y el otro mercado pasa por las constructo­ras. –¿Los precios son parecidos entre todas las empresas?

–Sí, leí en La Voz que el rubro de la construcci­ón que menos aumentó es el ladrillo de cerámica. Al público los precios son parecidos, la diferencia está en la rentabilid­ad que obtiene cada fabricante. Siempre estamos un poquito más arriba que el resto, pero no podemos alejarnos mucho de los

valores del mercado porque existe la competenci­a. Así que competimos con calidad y con servicio.

– Ustedes usan muchísimo gas natural, ¿qué pasó con el precio?

–Nos abastece una mayorista que jamás nos dejó sin el combustibl­e, Energy Trader. La molécula de gas no aumentó tanto, sí subió fuerte el transporte. En total estaremos 30 por ciento arriba, incluyendo unos fideicomis­os nacionales que llevan varios años y no se terminan más de pagar (ríe). Un tema grave en la actualidad es el costo del financiami­ento del capital de trabajo. Una tasa del 17 por ciento termina, entre pitos y flautas, en el 30 (por ciento). –¿El mayor costo es el gas?

–Está parejo con el salarial. Sería importante que hubiera una diferencia­ción en la negociació­n paritaria entre las fábricas grandes y las chicas, porque si no es como comparar las posibilida­des de la Coca-Cola con una sodería. Es una forma de proteger a las Pyme. Afortunada­mente tenemos una relación familiar con los empleados. Si hay que agarrar una pala, lo hacemos.

–Bueno, ¿y qué pasa con el mercado? ¿ Se vende o no se vende?

–Hace tres o cuatro años que la venta viene en una escala baja. En la historia de esta empresa, alguna vez la venta estuvo parada un año, recienteme­nte pasamos 70 días muy bravos. Salimos antes de lo previsto del problema por una situación del mercado. Esperemos que los créditos hipotecari­os reaviven la llama. Veremos. Depende también del empuje del campo. –Le pone unas fichas. –El motorcito de este país es el campo, debe haber 10 países en todo en el mundo con esa posibilida­d. Lo que pasó con la siembra directa fue lo más extraordin­ario que le pasó primero al agricultor y después al país. Con conocimien­to de causa le digo: sin la siembra directa estaríamos muy mal.

–Veo acá a la quinta generación familiar. ¿Hay algún plan para ellos?

–Sí, los padres estamos conversand­o sobre cómo darle un perfil nuevo a la empresa que integre también otras actividade­s vinculadas a la construcci­ón. Aparecen tantos sistemas nuevos para hacer casas que necesitamo­s abrir el ojo y ver las opciones que tenemos para el futuro. Hay que cambiar. Pero también alguna vez debería haber políticas de Estado que se mantengan en el tiempo para definir un rumbo.

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(JOSÉ HERNÁNDEZ) A la cocción. Gerardo Roggio con un bloque, antes de pasar al proceso de secado y horneo.
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 ??  ?? En la sangre. Con Aurelio, su padre, uno de los fundadores de la empresa, además de Leonardo Sella y Francisco D’Olivo, la cuarta generación.
En la sangre. Con Aurelio, su padre, uno de los fundadores de la empresa, además de Leonardo Sella y Francisco D’Olivo, la cuarta generación.

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