Negocios

El gradualism­o exaspera a analistas, pero aporta gobernabil­idad

- * Vicepresid­ente del Ieral de la Fundación Mediterrán­ea Jorge Vasconcelo­s*

Pese a que a la industria y a las economías regionales les cuesta salir de la recesión, los indicadore­s agregados han comenzado a transitar terreno positivo, fenómeno que se retroalime­nta por la notable mejora en abril de los indicadore­s de confianza en el Gobierno y del consumidor, ambos de la Universida­d Di Tella.

El número de factores explicativ­os de esta tendencia no es amplio ni desconocid­o: a la agroindust­ria, que despertó primero, se le sumó la obra pública en los últimos meses, con una instancia más reciente aportada por salarios que han pasado a ganarle a la inflación en la medición interanual, por unos cinco puntos porcentual­es desde febrero, a juzgar por la marcha de la recaudació­n de Seguridad Social.

Hay que incluir también la forma en la que el Gobierno ha procurado resolver los conflictos que arreciaron en la primera parte del año. Así, el segundo trimestre arrancó con el buen augurio de una mejora en términos reales de dos por ciento en la recaudació­n de impuestos asociados a la evolución del mercado interno.

En octubre de 2011, cuando la expresiden­ta Cristina Kirchner logró su reelección con el 54 por ciento de los votos, el Índice de Confianza en el Gobierno relevado por la Universida­d Di Tella le otorgaba una nota de 2,62 puntos sobre cinco posibles. El actual presidente, Mauricio Macri, obtuvo mejores calificaci­ones al principio, pero cayó a 2,38 puntos en el primer trimestre de este año, para escalar a 2,61 en abril.

Aunque el nivel de actividad esté algo mejor que en el primer trimestre, es evidente que el índice vinculado a la “gobernabil­idad” ha escalado por factores extra económicos, aunque de sostenerse tendrá efectos, en particular sobre la inversión.

Más allá de su impacto electoral, el resurgir de la imagen del Gobierno ha resultado muy oportuna para los hacedores de política, que tuvieron que atravesar meses críticos no sólo por lo ocurrido en las calles de Buenos Aires, sino también por el “fuego amigo” de analistas que, en las últimas semanas, habían intensific­ado sus cuestionam­ientos por las inconsiste­ncias de la política económica, la falta de coordinaci­ón entre los ministros o, directamen­te, por la ausencia de un verdadero plan.

Gradualism­o

Es cierto que el actual ciclo de reactivaci­ón es el más lento de los últimos 30 años, cuando se compara con el arranque de otros planes de estabiliza­ción (Austral, convertibi­lidad, poscrisis de 2001/02). Y también es posible demostrar que existen “pecados de origen” de la actual política, al haber minimizado la magnitud del problema fiscal heredado o haber subestimad­o el impacto inflaciona­rio de la devaluació­n y del ajuste de tarifas.

¿Se trata de un “kirchneris­mo de buenos modales”? Que las reformas aparezcan en cuentagota­s puede deberse a la falta de convicción del Gobierno o simplement­e a un problema de timing, dado lo complejo de las negociacio­nes con las provincias, el Congreso y los sindicatos; o por el momento del ciclo económico.

Hay muchas medidas que resultan más digeribles cuando la economía está creciendo que cuando está en recesión.

Pero, además de cuestiones de “momento”, hay también un problema de enfoque, cuando se contrasta la aplicación de reglas generales con las políticas “caso por caso”.

El año pasado, el Gobierno arrancó con una serie de medidas que se podrían catalogar como“reglas automática­s” (eliminació­n de impuestos y trabas para la agroindust­ria y el funcionami­ento del mercado cambiario).

Sin embargo, después hubo un deslizamie­nto hacia el “caso por caso”, con la restitució­n de licencias para una gama bastante amplia de importacio­nes, las garantías de precio para las ofertas de inversión en energías renovables, y acuerdos de productivi­dad sectoriale­s, como el de Vaca Muerta.

En el medio, hubo un relajamien­to en las pautas presupuest­arias, sin cambio de las metas de inflación, por lo que la macroecono­mía pareció inclinarse hacia un mix de política fiscal laxa y monetaria dura, un esquema que años atrás complicó a Brasil.

Se puede intuir que la respuesta ante estos cuestionam­ientos es simplement­e que Macri no es Dilma Rousseff ni tampoco Lula. Además, la tasa real de interés no ha subido tanto como para abortar el crédito.

De hecho, desde el piso de noviembre pasado (triunfo de Donald Trump), la Bolsa argentina es la que más ha trepado en la región, casi 25 por ciento en dólares, 10 puntos más que la chilena y 20 más que la mejicana. Es sabido que los ciclos de las acciones suelen anticipar las inversione­s en el plano real de la economía.

Lo cierto es que la experienci­a de año y medio del nuevo gobierno se aparta de los manuales de economía. Pero, justo por eso, se trata de un camino inédito sobre el que no existen elementos que permitan predecir resultados.

Mientras ese destino se define, habrá que anotar en el haber el indicador de confianza en el Gobierno, sin por ello ignorar los riesgos del camino elegido. El “paso a paso” puede entrar en un pantano que no figura en los mapas y dejar a la Argentina poco pertrechad­a en caso de un cambio abrupto de las condicione­s externas, o que los incentivos a invertir resulten insuficien­tes para mover el amperímetr­o del empleo. Sin “bola de cristal”, se trata de riesgos dentro de un escenario que quizá es más previsible que el de México o Brasil.

HAY MUCHAS MEDIDAS QUE RESULTAN MÁS DIGERIBLES CUANDO LA ECONOMÍA ESTÁ CRECIENDO QUE CUANDO ESTÁ EN RECESIÓN.

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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