Negocios

Ladeuda pública y la in ter temporalid­ad

- Alejandro Jacobo

Desde hace un tiempo, la Argentina parece haberse transforma­do en un colocador “serial” de deuda pública, aunque, a decir verdad, siempre lo ha sido.

La penúltima colocación fue en enero pasado, cuando el país emitió bonos soberanos por 7.000 millones de dólares, más otros 6.000 millones recibidos de bancos internacio­nales. La última: una emisión a 100 años, que constituye toda una novedad histórica.

Sin desmerecer la presunta confianza en el Gobierno para que estas colocacion­es sean exitosas, la liquidez internacio­nal es la que facilita la captación.

Aun el lector poco familiariz­ado en estas cuestiones ha podido percatarse de la magnitud de deuda emitida por el Gobierno hasta el presente, la cual, en el caso argentino, sirve en especial para efectuar pagos pasados y cubrir baches fiscales significat­ivos en relación con lo que produce la economía, a la vez que le evita recurrir a una inflación más elevada que se generaría con una mayor emisión.

Si bien el nivel de deuda es importante, este luce, al momento, llevadero. El aspecto preocupant­e resulta, sin embargo, el de la “intertempo­ralidad”, de la cual muchos se olvidan y que castiga a las generacion­es venideras.

Impacto

Es prudente recordar que las decisiones en materia de ingresos y gastos públicos están muy relacionad­as con la trayectori­a (presente y futura) de la deuda. Si los niveles de déficit (primario) se mantuviera­n o crecieran, esto llevaría a una situación financiera insostenib­le.

La economía sería castigada por los mercados, lo cual podría reflejarse, entre otras cosas, en un efecto negativo sobre la formación de capital (caída en las inversione­s o la “no” concreción definitiva de ellas) e igual efecto sobre el crecimient­o.

Así, “intertempo­ralmente”, existiría un incremento de la tasa de inflación de largo plazo, pues, tarde o temprano, los agentes esperarían que el Gobierno utilice la emisión como último recurso para saldar sus compromiso­s.

Esto reforzaría la inflexibil­idad a la baja de las expectativ­as de inflación, erosionarí­a toda eficacia antiinflac­ionaria de la política monetaria que pudiera haberse gestado y acentuaría sus efectos reales negativos a corto plazo.

Cabe explorar si la estrategia fiscal que sigue el Gobierno es sostenible en el tiempo y, sobre todo, si se cumple la condición de solvencia.

Sobre este último punto, la noción de solvencia se refiere a la capacidad que tiene un gobierno de generar, en el futuro, suficiente­s superávits primarios que igualen, en términos de valor presente, el saldo de la deuda pública.

Para ello, las implicacio­nes de política sugieren la necesidad de consolidar las medidas fiscales atinentes al problema de la intertempo­ralidad.

En esta dirección, la reducción del déficit presupuest­ario constituye una medida interesant­e hacia finanzas públicas acaso más sostenible­s y más todavía necesaria para las generacion­es futuras.

Esta necesidad requiere la producción de superávits primarios con el fin de servir el saldo positivo actual de la deuda en la economía. Va de suyo que hoy nada de lo anterior parece suceder.

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Toma más deuda. El ministro de Finanzas, Luis Caputo.
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