Río Turbio, el símbolo de una década desperdiciada
Así como los arqueólogos pueden explicar el funcionamiento de las civilizaciones antiguas a través del estudio de sus ruinas, muchos de los problemas de la economía argentina pueden ser entendidos poniendo el foco en la frustrada usina de Río Turbio, en Santa Cruz, donde se han invertido cerca de 3.000 millones de dólares para obtener cero de valor agregado.
El caso ilustra sobre los despilfarros de un período caracterizado por el extraordinario boom de las materias primas en el mundo, pero permite además ver cómo sus secuelas llegan hasta hoy, haciendo más compleja y traumática la recuperación de la capacidad para volver a crecer.
Se pone en evidencia, más que nunca, que estabilizar la economía es una condición necesaria, pero no suficiente, para el logro de esos objetivos.
Fue muy desigual en América latina el aprovechamiento del
boom de las materias primas, que irrumpió cuando China comenzó, a pesar en la demanda mundial de alimentos, metales y energía, y tuvo su esplendor entre 2004 y 2012.
Tomando en cuenta indicadores de crecimiento y exportaciones, Perú fue el país que mayor rédito obtuvo de ese período y Venezuela estuvo en el otro extremo.
La Argentina se ubicó en el pelotón intermedio, pero el hecho de no haber sido “el peor de la clase” no alcanza para minimizar el daño al potencial de crecimiento producido por políticas inadecuadas, que además afecta el presente y el futuro de la economía.
La comparación con la performance de Perú permite identificar los puntos débiles de la Argentina, en un diagnóstico que, lejos de ser historia, tiene plena actualidad.
Contraste
Entre 2004 y 2016, el producto interno bruto (PIB) de Perú creció a un ritmo anual de 5,7 por ciento acumulativo y en la Argentina lo hizo en 3,2 por ciento. En exportaciones, Perú logró un incremento de 183 por ciento en dólares corrientes, que contrasta con la suba local de 67 por ciento.
Estas diferencias se explican porque Perú sostuvo una tasa de inversión mucho más elevada a lo largo del período, pero también porque fue mayor la productividad del capital añadido.
En la Argentina, el caso de Río Turbio ilustra sobre los pésimos resultados que tiene en térmi- nos de potencial de crecimiento tomar decisiones de inversión sin tener en cuenta prioridades, ni contemplar mecanismos de competencia y transparencia, ignorando las señales de precios.
Hay entonces dos vertientes a tener en cuenta. Respecto del volumen de recursos aplicados al desarrollo, la tasa de inversión promedio de Perú (2004-2016) fue de 22,8 por ciento del PIB, mientras que aquí fue del 16,8 por ciento (en ambos casos, a precios corrientes).
En lo que hace a la eficiencia, cada 10 puntos de inversión hubo 2,5 puntos de crecimiento del PIB en Perú y de 1,9 en la Argentina. Las dos diferencias combinadas (volumen y calidad de la inversión) hicieron que el PIB de Perú aumente a un ritmo anual 2,5 puntos superior (5,7 versus 3,2) al de la Argentina desde 2004.
Productividad
Las brechas descriptas tienen que ver con la productividad. La Argentina quedó tan atrás en la carrera con Perú en el período analizado porque incursionó en un modelo en el que el sector público absorbió cuantiosos recursos, al expandirse en 15 puntos del PIB en tres quinquenios, pero sin mejorar la calidad de sus servicios ni aplicar un plan de inversiones que tuviera efectos reproductivos.
A su vez, el gap de avances de productividad hizo que las exportaciones de Perú (en dólares corrientes) se expandieran a un ritmo que triplicó al de la Argentina. Y esta diferencia tiene gran importancia hoy para el país, ya que la recuperación de la inversión, que aunque moderada es intensiva en importaciones, está llevando a un déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos de 3,5 puntos del PIB.
Para sostener el desequilibrio externo en este andarivel, es clave que la inversión extranjera directa, que hoy sólo cubre el 30 por ciento del déficit, sustituya al endeudamiento como fuente de financiamiento, de modo de minimizar riesgos.
El déficit fiscal es destacado a menudo como la principal hipoteca dentro de la herencia recibida por el actual gobierno.
La contracara, en la que a veces no se repara, es que la falta de ahorro del país hace que con sólo 15 puntos del PIB de tasa de inversión ya estemos disparando señales de alarma del sector externo.
En el pasado, hacía falta una tasa de inversión en torno a 20 puntos del PIB o más para atravesar ese límite.
Pero si estuviéramos condenados a una inversión que no supere el nivel actual, para no agravar los desequilibrios externos, entonces sería imposible crecer a un ritmo mayor al tres por ciento anual. Temporalmente, ese techo puede ser perforado, por capacidad ociosa y por disolución de cuellos de botella.
De hecho, en el segundo trimestre el PIB creció un estimado de 3,5 por ciento interanual y podría hacerlo más de cuatro por ciento en el tercero. Pero sin reformas estructurales, metas más ambiciosas pueden acabar en un “vuelo de gallina”.
Parece cada vez más claro que recuperar la estabilidad de precios será una condición necesaria, pero no suficiente, para crecer a un ritmo ambicioso que acorte los tiempos de la lucha contra la pobreza.
La floja performance económica de los últimos tres quinquenios obliga a pensar en reorganizaciones simultáneas del Estado y del mercado, que a su vez podrían retroalimentarse.
¿En qué dirección? Justo en el rumbo opuesto al de Río Turbio, lo que permitiría, al mismo tiempo, aumentar tanto el volumen como la eficiencia de la inversión.
*Vicepresidente del Ieral de la Fundación Mediterránea.
EL PIB CRECE, PERO SIN REFORMAS ESTRUCTURALES, METAS MÁS AMBICIOSAS PUEDEN ACABAREN UN “VUELO DE GALLINA”.