Señales más claras en el radar de la economía
Como un paciente al que se lo monitorea en forma constante, así pasa sus días la economía. No es ninguna rutina nueva, pero las señales más claras que muestran los radares suponen cierto optimismo.
De todos modos, que el ritmo cardíaco empiece a nivelarse no quita que aún haya órganos con un funcionamiento irregular y que todavía se vean músculos entumecidos o articulaciones con dolor.
Con todo, parece que las sombras del cuadro de gravedad del pasado inmediato empiezan a desdibujarse, lo que no arroja ninguna garantía, pero sí cierto tono de tranquilidad en el oficialismo. “El foco hoy está puesto en los datos de la economía real y algunos precios centrales”, resume el economista Diego Dequino, de la Bolsa de Comercio local.
En el cierre de la primera parte de 2017, el nivel de actividad mostró su mejor rostro en casi dos años. La reactivación, incluso, habilitó proyecciones más robustas y ya hay quienes creen que, aunque suene a mucho, no parece imposible terminar este año con un rebote algo mayor al tres por ciento.
La cifra abona la evaluación del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, quien desde hace varias semanas habla de un ritmo de crecimiento similar. “El norte es claro: vísteme despacio porque voy apurado”, resumió el funcionario.
Los hombres de negocios, aunque siguen aferrados a las banderas de reclamos crónicos (presión impositiva y reforma laboral, a la cabeza), están detectando el cambio de tendencia.
Pero nadie come vidrio. La mayoría ha resignado varios escalones de rentabilidad para ganar más volumen y no salir de la ruta principal, como lo reconoció días atrás Jorge Parra, al frente de una concesionaria de autos nuevos y usados, un negocio familiar con 30 años en el mercado local.
En forma simultánea, el mundo privado no les quita los ojos a las finanzas públicas.
Pasados los primeros siete meses del año, las cuentas fiscales nacionales reflejan que el gasto primario creció, en términos reales, por debajo de los ingresos. Es una clara señal de racionalidad fiscal.
El “ahorro” está apalancado en la progresiva disminución de los subsidios a las tarifas energéticas, que por cierto duelen en los hogares cada vez que llegan las boletas de los servicios públicos, después de muchos años de distorsiones.
Pero ese esfuerzo queda opacado por el pago de intereses de la creciente deuda que el Gobierno viene tomando para, vaya paradoja, cubrir el “rojo” fiscal total, que es el que cuenta al final de la hoja.
El Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf), que conduce Nadin Argañaraz, mostró con claridad las señales contradictorias. El déficit primario está cediendo, pero no pasa lo mismo con el déficit total.
En cierta forma, este proceso tiene una lógica, ya que la opción por el gradualismo expone también sus efectos colaterales. Pero más temprano que tarde debería empezar a asomar el punto de quiebre.
En otras palabras: si el gasto primario no se acomoda a la caja de los ingresos, el sendero del endeudamiento se convertirá en un salvavidas demasiado pesado para evitar nuevos ahogos.
Todo este panorama, que suele parecer lejano y abstracto para los contribuyentes, es decisivo en varios planos, como la presión impositiva, la calidad de los servicios, las potenciales inversiones y la creación de empleo privado que ayude a revertir el drama en el que siguen hundidos los hogares más pobres.