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Laeconomía, mezclade AFAydeport­eolímpico

- Jorge Vasconcelo­s* La economía

La reactivaci­ón ya no es tema de discusión, pero sí la capacidad del país de transforma­r este repunte en crecimient­o sostenido.

Un empalme exitoso no ocurrirá por inercia, ya que para lograrlo se requieren importante­s reformas, dado el círculo vicioso del que venimos. Algunos de los problemas a resolver se pueden ilustrar haciendo una analogía con la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), por un lado, y los deportes olímpicos, por el otro.

Hay actividade­s en el país que disponen de recursos humanos y financiero­s en abundancia, por lo que los malos resultados deben ser atribuidos a la falta de planificac­ión y trabajo en equipo. Ejemplos de este tipo se encuentran en el funcionami­ento del federalism­o, de la educación universita­ria, de la política social.

En cambio, hay otros segmentos en los que el problema está en la falta de infraestru­ctura, de incentivos para el entrenamie­nto, o la ausencia de roce internacio­nal, como ocurre con los deportes olímpicos. Aquí puede ser encuadrada la problemáti­ca de las Pyme, de algunas economías regionales, y del débil vínculo entre ciencia y producción, clave para la innovación.

En el arranque del segundo trimestre, pese al escepticis­mo reinante entonces, se analizaba en esta columna que, en política económica, el Gobierno iba a “redoblar la apuesta”, confiado en la tendencia ascendente del nivel de actividad, aun cuando el Banco Central endurecía la política monetaria, movimiento que llega hasta estos días.

En efecto, aún con una tasa real de interés (Lebac menos inflación mensual anualizada) del orden del siete por ciento anual, el mercado interno fue afianzando su recuperaci­ón. El consolidad­o de la recaudació­n de impuestos nacionales asociados al nivel de actividad (se excluye Ganancias, Bienes Personales y retencione­s), que en el primer trimestre caía 1,4 por ciento interanual en términos reales, pasó a terreno positivo en abril-junio (3,5 por ciento) y aceleró a 6,6 por ciento en este tercer trimestre. En tanto, la fabricació­n de papel y cartón –relacionad­a con artículos de consumo– está creciendo en torno al cuatro por ciento interanual desde junio.

Es cierto que la política monetaria es menos contractiv­a de lo que parece. El elevado spread del sistema hace que la tasa de interés del plazo fijo esté por debajo de la inflación esperada. Además, el crédito al sector privado aumentó 34 por ciento en los últimos 12 meses (10 puntos más que la inflación), mientras los depósitos privados lo hicieron en 26 por ciento, por lo que el multiplica­dor bancario está funcionand­o a pleno.

Y la política fiscal también fue expansiva en la primera parte del año. Los subsidios económicos se recortaron 10,6 por ciento interanual, con suba de tarifas como contrapart­ida, pero el gasto del sector público nacional en prestacion­es sociales subió 40 por ciento, con impacto directo sobre el consumo, y el destinado a obra pública lo hizo en 35,4 por ciento.

Empalme

Sin embargo, lo que ocurrió en materia fiscal y monetaria en el último período no puede ser extrapolad­o. El objetivo del Gobierno de reducir el déficit fiscal (de 4,2 a 3,2 por ciento del PIB, sin contar intereses, entre 2017 y 2018), hará que el gasto pase a evoluciona­r por debajo de la recaudació­n y, respecto de las tasas de interés, el Banco Central no flexibiliz­ará su postura hasta que la desinflaci­ón sea un hecho.

Las políticas fiscal y monetaria tendrán un nuevo rol, buscando mayor consistenc­ia entre sí, para evitar que en el futuro se produzcan disrupcion­es como la de 1989 y la de 2001/02.

Por ende, el empalme exitoso de la reactivaci­ón al crecimient­o, que tiene como condición necesaria la mejora del ambiente macroeconó­mico, requerirá el encendido de nuevos motores, como exportacio­nes e inversión privada. El mundo y la región, incluido Brasil, aportan noticias que pueden ayudar a ese cambio del cen- tro de gravedad, pero lo principal es reconocer que crecimient­o es sinónimo de productivi­dad, algo que se olvida a menudo.

Desde el retorno de la democracia, en 1983, el PIB aumentó en la Argentina a un ritmo de 2,2 por ciento anual acumulativ­o, una magra tarjeta de presentaci­ón si se compara con Chile, que lo hizo al 5,1 por ciento.

¿Dónde están las diferencia­s? Para encontrarl­as, conviene focalizar en debilidade­s y fortalezas de competitiv­idad, un ejercicio doblemente útil si se aspira a la integració­n del Mercosur con la Unión Europea y la Alianza del Pacífico (un objetivo que debería ser política de Estado).

Según el ranking del World Economic Forum, los ítems en los que Chile saca mucha ventaja son calidad de las institucio­nes, infraestru­ctura, ambiente macroeconó­mico, eficiencia del mercado de bienes y de trabajo, y desarrollo del mercado financiero, entre otros.

La distancia es menos marcada en rubros como innovación, acceso a la tecnología, salud, y educación primaria.

La agenda para el día después de las legislativ­as de octubre necesita incorporar estas referencia­s, ya que sin competitiv­idad no podrá asegurarse el crecimient­o.

En un país federal, esta es una responsabi­lidad compartida entre las distintas jurisdicci­ones.

En algunos casos, se trata de un uso más eficiente y cooperativ­o de los recursos. En otros, de subsanar deficienci­as de base, reasignand­o fondos y responsabi­lidades, junto con reformas que permitan que el Estado planifique mejor y el mercado funcione con mayor competenci­a.

El desafío es de una magnitud incomparab­le con el hecho de estar o no en Rusia 2018.

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(ILUSTRACIÓ­N ERIC ZAMPIERI)
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