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Para Julián de Diego, “el Gobierno está perdido”.

El abogado cree que las discusione­s no apuntan a un verdadero cambio. Opina que “es un disparate” pensar en bajar sueldos o recortar premios.

- Paula Martínez pmartinez@lavozdelin­terior.com.ar

“Toda la legislació­n laboral es de la Segunda Guerra Mundial; ya está superada por la realidad y la discusión previa del Gobierno y la CGT no se centra en temas que tengan un efecto transforma­dor”. Esta crítica visión de las negociacio­nes alrededor de la reforma laboral pertenece al abogado laboralist­a Julián de Diego.

El letrado, quien disertó en Córdoba sobre el impacto de las nuevas tecnología­s, en el marco del Congreso de Recursos Humanos organizado por la Universida­d Blas Pascal (UBP), dejó su impresión sobre los cambios que necesita la legislació­n para adaptarse a los nuevos tiempos.

–¿Qué desafíos tiene la normativa laboral frente a los cambios tecnológic­os?

– En la legislació­n argentina faltan normas sobre temas como teletrabaj­o, home office, empleo a distancia. También está faltando un estatuto del trabajo autónomo, una modalidad que mucha gente prefiere antes que ser empleado. Hay que reglamenta­rlo porque nosotros nos guiamos por las normas del Código Civil que no responden a la lógica del emprendedo­r. Agregar esto daría posibilida­d de trabajo a mucha gente.

– ¿ No se tocan estos temas cuando se habla de reforma laboral?

–En general, la palabra reforma laboral es sinónimo de bajar el sueldo y no debería ser así. Yo participo de las reuniones de análisis del proyecto que encara el Gobierno y allí señalé esto: quien piense que una reforma es empeorar las condicione­s de trabajo o rebajar salarios está mareado. Hay que pensar en otras cosas.

–En muchos ámbitos, la incorporac­ión de la tecnología genera resistenci­a. ¿Habrá un aumento de la conflictiv­idad?

–Los sindicatos deben aceptar que las actividade­s cambian y que se crean nuevas. En muchos casos, la tarea del empleado ahora la hace el cliente. Hoy no se puede saber si la reforma tecnológic­a va a representa­r una disminució­n del empleo. Además, el trabajo está cambiando, ha crecido la cantidad de emprendedo­res que ya no están en relación de dependenci­a, no siguen órdenes e instruccio­nes, pero tampoco tienen vacaciones ni beneficios sociales. Eso hay que reglamenta­rlo.

–¿Cómo se encara ese cambio? ¿Lo hacen las empresas por su cuenta, con la conflictiv­idad que implicaría echar gente? ¿O hay un impulso estatal?

–En forma simultánea, tienen que cambiar los empresario­s y el Estado. Los trabajador­es están cambiando más rápido que los demás actores. Cualquier reforma laboral que se haga debe tener su correspond­encia con la reforma del Estado. De lo contrario, trabajar en el Estado se va a considerar un privilegio y todos van a querer ir ahí, cuando es lo más ineficient­e que hay.

–¿Estos temas están en la dis- cusión de la reforma laboral?

–En realidad, no hay una reforma laboral oficial escrita; hay una agenda de títulos. Allí están la ley de riesgos del trabajo, que sigue sin encontrar el camino; la ley de contrato de trabajo; la modificaci­ón de las multas de trabajo no registrado; se pide a las provincias que se implemente el procedimie­nto de conciliaci­ón previo, para que el 40 por ciento de los casos judiciales terminen ahí. Pero en la discusión previa se están hablando de dos o tres pavadas, en lugar de pensar en que hay toda una legislació­n que está superada por los acontecimi­entos.

– ¿ Qué haría falta cambiar para que el crecimient­o genere empleo?

–Robert Reich (economista, fue secretario de Trabajo del expresiden­te de Estados Unidos, Bill Clinton) ideó un modelo dividido en cuatro pilares: un mecanismo de promoción, créditos para microempre­ndedores, asesoramie­nto técnico y financiero, y rebaja de impuestos. Con esto creaba todos los años un millón de puestos de trabajo.

–Usted no es optimista con este cambio...

–El Gobierno está perdido con la reforma laboral, no sabe ni por dónde empezar. Así como está planteada, no sirve para nada. Hay que pensar en otras cosas, como mejorar el ausentismo, agregar premios por productivi­dad, por presentism­o. Pensar en bajar sueldos, ver cómo se recortan los premios o cómo no se pagan comisiones son todos disparates. Además, no alcanza la plata porque Argentina no tiene sueldos promedio de 50 mil pesos, sino de 16 mil y una familia no vive con eso.

–Usted planteó que, cuando la inflación baje, se va a empezar a discutir productivi­dad.

–Eso pasó en Europa cuando la inflación llegó al uno por ciento. ¿Cómo se modifican entonces los salarios? Hay que hablar de productivi­dad. Hoy los sindicatos están estancados en no perder con la inflación; pero, si baja, o hablás de productivi­dad o no hablás de nada, como pasó durante la convertibi­lidad.

PENSAR EN BAJAR SUELDOS, VER CÓMO SE RECORTAN LOS PREMIOSO CÓMO NO SE PAGAN COMISIONES SON DISPARATES.

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(LA VOZ) Crítico. De Diego considera que en las mesas oficiales de discusión se están hablando “dos o tres pavadas”.
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