Macri, Dujovneylas gotas de agua caliente
Hace 15 años, la Academia Sueca que define los premios Nobel decidió que la ventana por la que el psicólogo Daniel Kahneman había entrado al mundo de la economía se convirtiera en la puerta mayor.
Buena parte de esa valoración fue por sus aportes para entender el proceso de toma de decisiones en estados de incertidumbre. En el libro Homo Deus, el israelí Yuval Noah Harari repasa la que quizá sea la experiencia más “popular” de Kahneman.
El psicólogo –también nació en Israel, aunque pasó más tiempo en Francia y luego en Estados Unidos– reunió a un grupo de voluntarios a quienes les pidió participar en una prueba que tenía tres partes.
En la primera, la más corta, los miembros de un grupo introducían una de sus manos en un recipiente con agua que tenía una temperatura de 14 grados. El pedido era mantenerse así durante 60 segundos. Una experiencia poco agradable.
En la segunda parte, más larga, otro grupo colocaba una de sus manos en otro receptáculo, también con agua a una temperatura similar. Pero unos segundos antes de cumplir el minuto, se vertía agua caliente, que elevaba la temperatura apenas un grado, y debían continuar la prueba durante 30 segundos.
Después, los grupos cambiaban. Los que hicieron la parte corta hacían la larga y viceversa.
En la tercera etapa, la más importante, se les decía que tenían que repetir alguna de las experiencias. El 80 por ciento pidió volver a realizar la más larga.
Eso ayudó a entender que cada uno de nosotros tiene un “yo experimentador” y un “yo narrador”. Para el primero, la parte larga de la experiencia era tanto o más irritante que la corta. Pero el “yo experimentador” no cuenta relatos. No narra el pasado ni hace planes para el futuro. Esa tarea corre por cuenta del “yo narrador”.
Y para este último, importa el promedio y, aún más, la parte final, esa que termina inclinando la balanza para uno u otro lado.
El efecto de esa sensación térmica, aunque haya que esperar más tiempo, es lo que parece mover la rueda de expectativas en la economía argentina.
Después de 22 meses en el poder, el Gobierno nacional empezó a hacer realidad aquel famoso “segundo semestre”, y el tablero de indicadores económicos que siguen desde la Casa Rosada tiene muchos más verdes que rojos.
“Nadie discute que estamos creciendo; es una recuperación liderada por la inversión, en la que también se ha sumado el consumo y en la que casi no quedan sectores de la producción que no estén creciendo”, dijo el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, de paso por Córdoba.
Lo de crecimiento queda grande. En todo caso, algunos sectores crecen y la mayoría está rebotando en medio de una reactivación más generalizada, cuyo punto de comparación es el horrible escenario económico de 2016, que, a tono con la experiencia de Kahneman, es como la mano en el agua fría.
Sobre ese recipiente, vienen cayendo las gotas de agua caliente que el gradualismo vierte en la economía. A esta altura, se siente algo de tibieza y en el Gobierno confían en que esa sensación se reflejará en las decisiones que el “yo narrador” de cada votante tomará dentro de dos semanas, cuando esté frente a las urnas. Por lo menos, eso están anticipando las encuestas.
De ser así, el presidente Mauricio Macri y su equipo deberían tener bien claro que el corrimiento de las expectativas tiene un límite y que en algún momento tendrán que mostrar más y mejores respuestas de su política fiscal.
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