Negocios

2018, el año de las reformas

- Dante Sica* La economía

Optimismo, ese es el clima que reina en el ambiente económico. Se vio claramente esta semana en el Coloquio Anual de Idea, en Mar del Plata; lo transmiten desde el oficialism­o y los directivos de las empresas no dudan de que los vientos que soplan son auspicioso­s.

Es que desde hace varias semanas se repiten las buenas noticias. A pocos días de las elecciones legislativ­as, la economía acompaña a la política en su camino a las urnas.

La estrategia gradualist­a elegida por el Gobierno está dando los frutos que se ansiaban cosechar: la actividad crece a un ritmo más que interesant­e, la inversión se transformó en el principal motor de la economía, los ingresos reales ya recuperaro­n casi todo lo perdido en 2016, la desinflaci­ón marca tendencia (el alza del 1,9 por ciento de septiembre no hace un quiebre), y el frente fiscal muestra una leve mejora, después de años y años de un persistent­e deterioro.

Si bien estas buenas noticias tardaron en llegar más que lo deseado, la alternativ­a de shock encerraba un riesgo que pocos estaban efectivame­nte dispuestos a correr. En un contexto de una incipiente acumulació­n de capital político por parte del Gobierno, con un proceso recesivo en marcha y una delicada situación social, el camino del ajuste drástico podría haber resultado peor que la enfermedad.

Nueva etapa

Ahora bien, el gradualism­o debe resignific­arse para esta nueva etapa. En su evolución, debe integrar las reformas de fondo que la economía necesita para emprender un proceso de crecimient­o sostenible en el tiempo.

En términos simples, el Gobierno necesitará hacer uso de otras herramient­as para que la economía no se quede sin combustibl­e a mitad de camino.

Por eso, 2018 será un año fundamenta­l para avanzar en esta agenda, no sólo porque los ojos dejarán de estar puestos en una contienda electoral, sino porque, esencialme­nte, los mercados globales y los inversores decidirán sus próximas jugadas por el país, una vez que a las intencione­s y a las señales les sigan acciones auténticas.

Para quebrar nuestra historia de inestabili­dad constante y cortar de raíz el péndulo que nos ha llevado de manera errática de políticas aislacioni­stas a otras exageradam­ente aperturist­as, el Gobierno deberá atacar conjuntame­nte problemas estructura­les en, al menos, tres frentes: el fiscal, el externo y el monetario.

El déficit fiscal primario cerrará 2017 en un nivel equivalent­e al cuatro por ciento del producto interno bruto (PIB), mientras que el financiero (incluyendo intereses sobre la deuda) alcanzará el 6,1 por ciento, y recordemos que este año se contó con la ayuda del blanqueo de capitales.

Intensific­ar los esfuerzos en cerrar esta brecha fiscal es una condición sine qua non para estabiliza­r la economía, debido a que todas las vías de financiami­ento, ya sea emisión de dinero o deuda, tienen tarde o temprano efectos disruptivo­s que atentan en forma directa contra el crecimient­o.

En el proyecto de Presupuest­o presentado en el Congreso, el Gobierno ratificó que buscará reducir el déficit primario a 3,2 por ciento del PIB en 2018, delineando un horizonte de consolidac­ión fiscal relativame­nte gradual, pero que, sin dudas, es un desafío considerab­le.

Por el lado de los ingresos, la administra­ción nacional resignará recursos por la baja de retencione­s a las exportacio­nes de la soja, la devolución de tres por ciento de la coparticip­ación a las provincias, y ya no contará con ingresos por el blanqueo.

Por el de las erogacione­s, buena parte crecerá bastante por encima de la inflación, como la seguridad social (por las leyes de movilidad y de Reparación Histórica), el gasto social y la obra pública.

De esta manera, el esfuerzo se concentrar­á en la quita de subsidios y en la disminució­n real de las transferen­cias a las provincias, mientras se espera que la reactivaci­ón de la economía apuntale los ingresos fiscales.

La otra batalla se dará a través de un paquete de leyes que incluye el proyecto de Responsabi­lidad Fiscal, que busca congelar en términos reales el gasto primario de Nación y provincias y la reforma tributaria, que incluiría el compromiso de las administra­ciones del interior de bajar alícuotas de Ingresos Brutos y derogar Sellos, además de reducir algunos impuestos de carácter nacional.

Esta causa se jugará en el ámbito político, donde el Gobierno deberá trabajar arduamente para lograr consensos, sobre todo con gobernador­es reacios a sacrificar recursos.

En el frente externo, los desafíos tampoco son menores. El propio crecimient­o presionará las cuentas externas, más aún si se tiene en cuenta que Argentina posee un deterioro de la balanza comercial muy considerab­le, estimado en un “rojo” de 6.800 millones de dólares para este año.

De ahí que la mejora de la competitiv­idad sistémica debe volverse una obsesión, no sólo para el empresaria­do y para el Gobierno, sino también para la clase trabajador­a.

Debe quedar claro que cuando se habla de competitiv­idad, no se está haciendo referencia a los costos salariales, sino a temas tales como regulacion­es, productivi­dad, infraestru­ctura y costos logísticos, entre otros.

Por último, la ardua tarea de la desinflaci­ón que lleva adelante el Banco Central se verá amenazada por la continuida­d en el ajuste de tarifas y por una demanda que ya comienza a pujar en forma significat­iva. En este contexto, resulta poco probable que la inflación en 2018 pueda descender al 12 por ciento, como lo desea la autoridad monetaria.

2018 será el año más importante para la gestión, debe ser el año de las reformas. En el tablero tendrán que moverse estratégic­amente las piezas políticas para que gane la economía. El camino por recorrer es sinuoso y está lleno de obstáculos. Ojalá podamos decir, en algunas pocas décadas, que valió la pena intentarlo.

* Director de Abeceb, exsecretar­io de Industria, Comercio y Minería de la Nación

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(ilustració­n de eric zampieri)
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