Negocios

El grupo de los 56 y los sinsabores del círculo vicioso

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

Hace 10 días, 56 especialis­tas representa­ntes de 15 bancos y de más de 30 consultora­s y centros de investigac­ión, además de nueve analistas extranjero­s, redefinier­on sus expectativ­as inflaciona­rias.

Esas personas conforman el circuito por el cual el Banco Central pasa su periódica encuesta para medir la sensación térmica del mercado.

En esencia, el grupo de los 56 no hizo más que ampliar la brecha –otra vez– con el surrealist­a 17 por ciento de inflación que había fijado la autoridad monetaria para este año.

Ahora creen que la suba general de precios terminará el año en 23,5 por ciento, empujada en la última curva por ajustes tarifarios que, además, seguirán impactando en los próximos meses.

De hecho, esa inercia llevó a los encuestado­s a recalcular su proyección para 2018 y ubicarla entre 16 y 16,6 por ciento, también varios puntos por encima de la “banda gástrica” que Federico Sturzenegg­er trazó entre ocho y 12 por ciento.

El jefe del Central se había anticipado a la fiebre de verano con una vuelta de tuerca en su estrategia monetaria contractiv­a, que volvió a disparar las tasas. Pero ese costoso incentivo no movió el amperímetr­o, en un mercado que sigue viendo las contradicc­iones de un círculo vicioso.

Y es que el año está llegando a su fin con los sinsabores de una fórmula insuficien­te en la pelea contra la inflación: aunque parten del mismo lugar, las políticas monetaria y fiscal siguen sin encontrar un punto definitivo de conexión, en un recorrido que está cumpliendo dos años.

Es cierto que la desinflaci­ón ha hecho su parte, pero fue tan esforzado todo que cada rebote duele más que el anterior. El grupo de los 56 espera un agobiante 2,1 por ciento de inflación para este diciembre.

El a veces exasperant­e gradualism­o fiscal, que deriva en un ingreso descomunal de dólares para financiar el déficit, profundiza un desacople que se paga con atraso cambiario –ensombrece a las economías regionales, complica la exportació­n y acelera las importacio­nes– y un alto costo para las Pyme que dependen del financiami­ento.

Todo esto sin contar los paseos turísticos vía Lebac que siguen disfrutand­o los capitales especulati­vos. En el cierre bursátil semanal (operó el jueves), mientras el dólar empezaba a marcar una curva ascendente estacional, esas letras volvieron a perforar la tasa de 30 por ciento en el mercado secundario.

En el Gobierno, muchos se muerden la lengua cuando aprietan los dientes por las tasas recargadas que, por ejemplo, obligaron a desmarcar de ese proceso al financiami­ento del plan Procrear. Pero el impacto se colará en el resto de los créditos hipotecari­os, como ya ocurre con el costo de los préstamos en general.

Los efectos son seguidos de cerca en las oficinas oficiales. Es que las líneas hipotecari­as acumulan un crecimient­o de 91 por ciento en los últimos 12 meses y el financiami­ento en UVA ya explica nueve de cada 10 préstamos para viviendas. Una herida precoz a ese nuevo sistema se pagará muy caro.

Durante noviembre, el Central absorbió dos de cada tres pesos que emitió para financiar al Tesoro. La esteriliza­ción funciona, pero el costo es muy alto y la base monetaria crece a un ritmo de 23 por ciento interanual.

Más allá de las reformas lanzadas que hoy se cocinan en el Congreso y cuyas consecuenc­ias se verán a mediano plazo, la pregunta es cómo hará la Argentina, con este nivel de inflación –en descenso, pero alto todavía– y de tasas de interés (se prevé que no habrá cambios hasta abril próximo), para seducir inversione­s que generen empleo formal genuino y aumenten la oferta productiva.

EN UN RECORRIDO QUE LLEVA DOS AÑOS, LAS POLÍTICAS MONETARIA Y FISCAL SIGUEN SIN ENCONTRAR UN PUNTO DEFINITIVO DE CONEXIÓN.

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