Negocios

Macri y los símbolos en el ajuste

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

La maquinita de imprimir es todo un símbolo en una economía con patología inflaciona­ria. Y no se rinde. A veces hasta parece que añora el pasado más reciente y escupe, desbocada, billete tras billete.

Pero la culpa no es del chancho. La finalidad de su trabajo sigue siendo la misma: traer al mundo de los argentinos los pesos que faltan para pagar el descubiert­o que todos los meses queda en la cuenta corriente.

En el estertor del gradualism­o, la expansión de la base monetaria, que es el territorio sobre el cual se inyectan las dosis de Lebac, resiste la presión en niveles preocupant­es, en una frontera de alto contagio para la inflación.

En abril, antes de la nerviosa fuga hacia el dólar, el aumento interanual de la cantidad de dinero circulante y en encajes bancarios fue de 29,2 por ciento. Un montón.

El mes pasado tuvo también una curiosidad: marcó prácticame­nte el mismo nivel de expan- sión que tuvo el último abril que Cristina Fernández pasó en la Casa Rosada. En 2015, la maquinita trabajó a un ritmo febril, hasta provocar en diciembre un aumento interanual de la emisión de 40,5 por ciento.

Aunque no se note demasiado, en el primer cuatrimest­re del año hubo un leve aliciente: la impresión de billetes quedó 10 puntos por debajo del promedio del mismo lapso de 2017. Pero suena a consuelo de tontos.

Hay, por cierto, una diferencia sustancial con la gestión kirchneris­ta. Hasta fines de 2015, la emisión no tenía respaldo y provocaba el pase automático de pesos del Banco Central al Tesoro nacional.

Ahora, buena parte se hace para comprar los dólares que vienen de afuera, vía endeuda- miento, y los giros desde el Central están limitados.

Como sea, el mecanismo no es el eje. La emisión se explica como un gen apilado sobre el déficit fiscal.

A principios de año, el economista Nadin Argañaraz había calculado que, sin la misión esteriliza­dora de las Lebac, la expansión monetaria sería de 45 por ciento. Es posible que ahora sea mayor.

Por lo tanto, todo vuelve al mismo fuego: una menor emisión será la resultante de una menor demanda de billetes por parte del Estado. Y para que eso pase, hay dos variables: o crecen los ingresos para disimular el bache o se reduce el gasto.

Opciones

La primera vía está colapsada por la presión fiscal y depende del nivel de actividad, que es irregular. Su única chance es blanquear el crónico tercio de la economía que vive “en negro”, algo que no pasa de un día para otro. En definitiva, tiene un alto grado de dificultad para crecer.

A la inversa, la segunda vía tiene problemas para decrecer y ha mostrado anticuerpo­s capaces de resistir cualquier tipo de gradualism­o. Pero es la columna del Excel que miran los inversores que nos prestan la plata y, más ahora, el Fondo Monetario Internacio­nal.

A grandes rasgos, a la Argentina le faltan unos 400 mil millones de pesos este año para cubrir su déficit primario, es decir, sin tener en cuenta el pago de los intereses de deuda.

¿Dónde recortar? Las manos aceleran hacia los fondos para subsidios (energía y transporte), obra pública y transferen­cias no automática­s a las provincias. Pero algunos dedos se anudan, temerosos de dejar sus huellas en el proceso de ajuste.

Para Juan Germano, de la consultora Isonomía, las dificultad­es para curar los males de la economía y el nuevo capítulo con el FMI obligan al Gobierno a buscar un símbolo capaz de equilibrar la balanza, algo así como un ancla de optimismo para una gestión que tendrá que dar malas noticias.

Cree que una llave puede ser el empleo, aunque este no luce muy contundent­e en el corto plazo para contener un humor social colonizado por la frustració­n.

A GRANDES RASGOS, A LA ARGENTINA LE FALTAN UNOS 400 MIL MILLONES DE PESOS ESTE AÑO PARA CUBRIR SU DÉFICIT PRIMARIO.

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