Negocios

El traumático paso del gradualism­o al “shock”.

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

La Argentina ocupa un lugar en el que, de seguro, ningún país quiere reemplazar­la. No se ha perdido ningún tipo de crisis económica. Somos los campeones mundiales. Problemas de balanza de pagos, presión cambiaria e inflación son crónicos y, por ende, recurrente­s. Y en eso estamos ahora.

El espejo retrovisor muestra tantas fallas de la biblioteca ortodoxa como de la heterodoxa, pero también se ven las huellas de lo que ocultan los envases de las devaluacio­nes traumática­s.

En esencia, y más allá de que cada crisis tiene sus propias señas particular­es, hay una fecunda reproducci­ón del fracaso político.

La fase por la que atraviesa la economía argentina es una muestra palpable de ese fenómeno, que no es otra cosa que la tendencia a postergar los ajustes macroeconó­micos, como si hubiera soluciones mágicas. Siempre es hambre para mañana.

Esa especie de haraganerí­a, que engorda cuando hay viento de cola y les roba nutrientes a los sectores de desarrollo genuino, se convierte además en una brutal fragilidad cuando los cachetazos vienen sin piedad desde afuera.

Son una rareza los años en los que la Argentina tuvo alta liquidez en dólares; también son pocos los períodos con superávit. Y, para colmo, en esos ciclos nos dimos con todos los gustos y más.

El carreteo que había iniciado el gradualism­o prometía una bisagra. Ni siquiera alcanzó a levantar vuelo cuando ya había agotado buena parte de la cuota inicial del combustibl­e de la confianza.

El golpe de gracia empezó a gestarse cuando los dedos del presidente Mauricio Macri teclearon el número telefónico de Christine Lagarde en la oficina mayor del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). Lo curioso es que las condicione­s que luego firmó el Gobierno para tener los dólares que le pidió al organismo internacio­nal –en un volumen que el país es incapaz de generar para cubrir sus pisadas– ya se tornaron amarillent­as.

Ahora se están gestando nuevas promesas para tener en forma anticipada los billetes que, hace apenas unas semanas, iban a llegar en desembolso­s por etapas. Es la urgencia en la urgencia.

Pero se necesita una hoja de ruta concreta. En las próximas horas se detallará un paquete oficial de medidas con las cuales el Gobierno espera encontrar un ancla para estabiliza­r la economía, negociar y asegurar la viabilidad política, y dedicarse a atenuar los efectos nocivos de la terapia de shock que ya se sienten en la producción, en los salarios y en el empleo.

De toda crisis siempre se sale. La cuestión es a qué costo. Se descuenta que la inflación y la recesión serán mucho más dolorosas. Eso equivale a más hogares hundidos en la pobreza, que, en definitiva, son los rostros del fracaso político.

POSTERGAR AJUSTES MACROECONÓ­MICOS, COMO SI HUBIERA SOLUCIONES MÁGICAS. SIEMPRE ES HAMBRE PARA MAÑANA.

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