Negocios

El empleo y la defensa de sus fronteras

En el mercado laboral creen que la conflictiv­idad crecerá por la crisis. La mirada del abogado Julián de Diego.

- Daniela Tkach

Con un salario mínimo que no crece al ritmo de la inflación y que con un dólar que ronda los 40 pesos se traduce a una cifra que está entre los 200 y 300 dólares mensuales, para Julián de Diego, quien disertó en el 14° Congreso Regional de Recursos Humanos de la Universida­d Blas Pascal, “estamos volviendo a parámetros de la convertibi­lidad”.

La crisis y el empleo. El abogado laboralist­a explicó que el problema más grave, en medio de los muchos que devienen de esta estanflaci­ón, es que no se van a poder mantener dotaciones y, a su vez, el despido tiene un costo que también es significat­ivo.

“Puede llegar a haber desvincula­ciones y bajas en el personal y ser de todas las calidades; desde la persona que trabaja en una empresa, y que va a recibir una indemnizac­ión por ese despido, hasta un pequeño establecim­iento que va a cerrar la cortina y no va a poder pagar nada”, comentó.

Amén de la coyuntura, la res- ponsabilid­ad excede a las áreas de recursos humanos; ya son las empresas las que tienen que entender que la tecnología es un commodity y así procurar “que el recorte se haga por otro lado y que sea el último recurso e inevitable el achicamien­to”.

Mantenerse a flote, sin señales de mejora. Su recomendac­ión en momentos como el actual es cuidar a las personas. “La fuente laboral es lo más importante en este momento de expectativ­as inciertas”, resaltó.

Reconoció que es cierto que no hay ningún elemento que diga objetivame­nte que las cosas van a mejorar, sumado a una enor me presión fiscal que a veces es más fuerte que las dificultad­es para afrontar el pago de sueldos y que es la que a veces termina por asfixiar.

En suma, De Diego consideró que es preferible suprimir beneficios o servicios en el afán de no producir despidos, y afir mó, con contundenc­ia, que “es un error despedir”.

Batallar la conflictiv­idad. Para De Diego, el hecho de que en algunas empresas no se hayan sentido los paros generales habla de cómo esas organizaci­ones vienen preservand­o sus relaciones laborales, sus condicione­s de trabajo y sus salarios en una relación directamen­te proporcion­al.

Esto no quita que, en líneas generales, “la conflictiv­idad sí va a ir aumentando de la mano de la tensión social y de la precarizac­ión cada vez más fuerte de las condicione­s de vida de los sectores más empobrecid­os”.

La urgencia de la refor ma laboral. “Vengo de Singularit­y y de otras universida­des en Estados Unidos y veo el atraso que tenemos y lo poco competitiv­os que somos”, reflexionó De Diego.

El atraso tiene que ver con las nuevas for mas de trabajo que ya existen en nuestro país “sin una sola nor ma en la le gislación que hable de las nuevas tecnología­s, de home office, de teletrabaj­o”.

Pero hay otro aspecto al que también apuntó De Diego: “La presión fiscal y previsiona­l disparatad­a que tenemos por las necesidade­s que tiene el Gobierno de recaudar”, señaló.

Haciendo énfasis en la necesidad de bajar esos costos, el especialis­ta se preguntó: “¿Por qué podría elegir un inversor el país más caro de la zona?”.

Eliminar fantasmas y reforzar desde la reforma. “Una reforma laboral que mutile los derechos de un trabajador es un absurdo que está en la cabeza de algunos y que por supuesto no comparto para nada”, dice en forma tajante y explica que el rechazo de la reforma laboral, así planteado, es “absolutame­nte arbitrario” y lo que hace es perjudicar a la gente.

Tomando el ejemplo de las pasantías, uno de los puntos controvert­idos, De Diego las defendió como un elemento para facilitar la contrataci­ón, aunque advirtió, que “el Gobier no se equivoca si vuelve a pasantías de un año un año y medio tanto como se equivoca la CGT en rechazarla­s”.

LA CONFLICTIV­IDAD VA A IR AUMENTANDO DE LA MANO DE LA TENSIÓN SOCIAL Y DE LA PRECARIZAC­IÓN.

Julián de Diego, abogado laboralist­a

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(AP) Fábricas. El sector industrial que no produce bienes transables, entre los más complicado­s.

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