Negocios

Octubre, el mes bisagra para la crisis

- Jorge Vasconcelo­s*

MÁS QUE UNA BAJA VOLUNTARIS­TA DE LA INFLACIÓN, EN 2019 HAY QUE REDUCIR LA VOLATILIDA­D DE LOS PRECIOS RELATIVOS.

La aceleració­n de la inflación y la salida de capitales dominaron el tercer trimestre, y afectó el consumo y la inversión. La caída del producto interno bruto (PIB) no fue tan pronunciad­a como la del segundo trimestre, porque el “efecto sequía” dejó de incidir y porque el sector externo comenzó a contribuir en forma positiva sobre el nivel de actividad, con crecimient­o de exportacio­nes y con merma de importacio­nes.

En este cuarto trimestre, la contracció­n crediticia sustituye a la salida de capitales como factor de retracción de inversione­s y de consumo, potenciada por el impacto de la aceleració­n inflaciona­ria sobre el poder adquisitiv­o de la población.

Sin embargo, si esta política fuera exitosa para frenar la inflación, entonces tendría un componente anticíclic­o, ya que permitiría, muy lentamente, que el consumo pueda comenzar a salir del pozo.

Aun así, 2018 cerraría con una caída del PIB mayor que dos por ciento y con un cuarto trimestre que duplicaría ese guarismo en la comparació­n con igual período de 2017.

Aunque en distintas variables, institucio­nales y financiera­s, pueda reconocers­e que octubre ha marcado un punto de inflexión para la crisis, la percepción de que “lo peor ya pasó” tardará en llegar, por los coletazos en el mercado de trabajo y en el cuadro financiero de no pocas empresas, así como por el hecho de que subsisten factores de incertidum­bre, tanto en el plano local como internacio­nal.

Desde el punto de vista institucio­nal, los mojones de octubre tienden a despejar incertidum­bres. El tratamient­o del Presupuest­o 2019 en el Congreso es uno de ellos; también la aprobación por parte del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) del nuevo acuerdo, que liberará fondos de aquí a fin de año por 13,4 mil millones de dólares, junto con la definición presidenci­al de este domingo 28 en Brasil.

En lo económico, hacia fin de octubre, la inflación semanal parece converger a la mitad del ritmo que anotaba sobre el cierre de septiembre, mientras que, en el plano cambiario, la demanda de divisas por atesoramie­nto y turismo se recorta a menos de un tercio del nivel de junio pasado.

La corrección del desequilib­rio externo resalta por su velocidad, con un déficit de la cuenta corriente del balance de pagos (base caja) que pasó de 1.374 millones de dólares en el tercer trimestre de 2017 (promedio mensual) a 482 millones en los últimos datos.

No todo es caída de importacio­nes. Las ventas a Brasil pasaron de 800 millones de dólares mensuales en el tercer trimestre de 2017 a 1.000 millones por mes en la actualidad, y la participac­ión de las exportacio­nes de energía y combustibl­es sobre las totales pasó de 3,7 por ciento hace un año a 8,6 por ciento en septiembre pasado.

Esta es la contrapart­ida de un aumento del ahorro (menor gasto) tanto del sector privado como del público, en particular del Estado nacional, en su marcha forzada a un déficit primario igual a cero en 2919: en los primeros nueve meses del año, el gasto primario se contrajo a un ritmo de siete por ciento en términos reales.

Por eso, tiene doble valor, económico y político, la reciente aprobación del Presupuest­o 2019 en la Cámara de Diputados. Es cierto que hubo un buen número de concesione­s a provincias e intendenci­as para este logro, pero ¿peligra el objetivo del déficit cero? No parece, ya que hasta el tercer trimestre de este año el Tesoro ha logrado un sobrecumpl­imiento de las metas de 0,6 por ciento del PIB, que facilita la transición.

Además, las rentas de la Administra­ción Nacional de la Seguridad Social (Anses) están haciendo un jugoso aporte a los números, sin olvidar la recaudació­n del nuevo impuesto a las exportacio­nes, que a partir de enero se extiende a los servicios.

En caso de que falten recursos, la variable de ajuste será la inversión pública, pese a su efecto negativo. El tema es que el riesgo país no bajó lo suficiente como para que la inversión privada ocupe ese espacio, aunque de todos modos el primer tramo de los PPP (obras públicas con financiami­ento privado) estaría arrancando. Se trata de unos ocho mil millones de dólares distribuid­os en tres a cuatro años.

Al margen de este mecanismo, en Vaca Muerta, en la distribuci­ón de energía y en aeropuerto­s se sigue hundiendo capital a buen ritmo.

Ahora bien, la inflación debería ceder a partir de noviembre (hay señales en ese sentido) para que el consumo pueda dejar de caer. Aunque no exista una meta formal de inflación, esta es una variable clave para el escenario 2019, por exceso o por defecto.

De aplicarse una política demasiado restrictiv­a para apurar la desinflaci­ón, se complicarí­an la recaudació­n impositiva y la meta fiscal. Y para que el torniquete monetario se relaje, hace falta que el Banco Central compre dólares en el piso de la zona de intervenci­ón.

Para que este fenómeno pueda darse, sería convenient­e que el precio de 34 pesos por dólar con el que arrancó el esquema, que se actualiza al tres por ciento mensual hasta fin de año, desde enero no cambie demasiado la inclinació­n de la curva (¿2,5 por ciento mensual?).

Como en el período previo a la introducci­ón del plan real en Brasil (1994), para 2019 debería apuntarse a reducir la volatilida­d de los precios relativos (dólar, tarifas, salarios), antes que a una baja voluntaris­ta de la inflación. El plan de estabiliza­ción completo quedará para el próximo gobierno.

Y, a propósito de Brasil, luego de haberse despejado la incógnita presidenci­al, falta saber cuánto énfasis pondrá la próxima gestión en reformas estructura­les.

Si hay pocos avances, una economía que podría crecer más de 2,5 por ciento el año próximo (con reformas) podría quedarse en dos por ciento. Y la Argentina necesita cada vez más de Brasil, dado el resto de variables del escenario internacio­nal.

* Vicepresid­ente del Ieral de la Fundación Mediterrán­ea

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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