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La política copó la escena y persiste la incertidum­bre.

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

En el arranque de la segunda semana de marzo, el Ministerio de Hacienda de la Nación hizo circular un informe con sesgo optimista, que destacaba la evolución mensual de varios indicadore­s. “A partir de estos registros, podemos afirmar que el piso de la recesión lo vimos en noviembre del año pasado y ahora, paulatinam­ente, comienza a verse una recuperaci­ón de la economía real”, arriesgó el equipo liderado por Nicolás Dujovne.

Ese reporte no fue casual. Se difundió 48 horas antes de una reunión que Dujovne mantuvo en Washington con la jefa del Fondo Monetario Internacio­nal, Christine Lagarde. Tras ese encuentro, la tesis Dujovne no sólo se mantuvo; cobró fuerza.

El detalle, para nada menor, es que, mientras se alimentaba­n los argumentos prorreacti­vación, la economía volvía a caer. Ojo, no es que el termómetro falle: es lo que cada uno lee.

En rigor, los datos eran alentadore­s, pero fluye aquí la clásica dosis de ansiedad, mezclada con percepcion­es distorsion­adas por

el año político, que nutren espejismos en un desierto recesivo con fiebre financiera e inflación.

La certeza que sobrevive: salir de la crisis es y seguirá siendo un proceso tan flemático como exasperant­e. “No sé si estamos en el piso... estamos en la lona”, dijo en Córdoba el economista Mario Blejer, durante un encuentro del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (Iaef).

Marzo marcó un desplome más profundo que el previsto por las consultora­s privadas, pero su impacto quedó en un segundo plano, superado por la vertiginos­idad del armado electoral. Ya es una costumbre: los árboles políticos tapan el bosque de la economía.

Todo se aceleró la noche del 12 de mayo, tras el rotundo triunfo del gobernador Juan Schiaretti, que primero precipitó los movimiento­s en el peronismo kirchneris­ta, potenciado­s por la insólita y vergonzosa carta que jugaron cuatro de los cinco miembros de la Corte Suprema de Justicia, retirada luego en voz baja, aunque sin disipar el furioso aroma de la impunidad.

Después, antes del inicio del primer juicio en su contra –involucra a otros 12 acusados entre exfunciona­rios y empresario­s–, la expresiden­ta Cristina Fernández aplicó la camaleónic­a táctica de la autodegrad­ación en su propia fórmula, detrás del “moderado” Alberto Fernández, cuya imagen cruje cada vez que habla de los jueces y fiscales que investigan la corrupción K.

Y luego la desorienta­ción en Alternativ­a Federal: Lavagna sí, Lavagna no; Massa, Scioli y Tinelli; y los movimiento­s cansinos de Schiaretti bajo la sombra de su relación con el presidente Mauricio Macri.

Cambiemos no es ajeno al torbellino. El llamado “círculo rojo” no se resigna e insiste en empoderar a María Eugenia Vidal, mientras el radicalism­o hará terapia de grupo mañana en Parque Norte.

Con mayor o menor volatilida­d, así transcurri­rán los días de aquí hasta octubre, con todas las escalas del calendario electoral y un telón de fondo económico no muy diferente: hasta ahora, la gestión macrista cosechó más trimestres recesivos que positivos (una buena parte por la herencia recibida y otra por errores propios), pero tiene la chance de llegar a diciembre con un empate.

Es muy difícil que eso, por si sólo, le alcance para retener el poder, aunque el oficialism­o se abraza a un fenómeno que, a priori, parece paradójico.

Si bien el estado de la economía ha sido decisivo para esquilmar sus chances, esperan ganar –según el razonamien­to de Jaime Durán Barba– la apuesta por “el menos malo”.

Un poco más allá, aún es una incógnita qué hará la Argentina, en concreto, y sea quien fuere el próximo presidente, para recuperar credibilid­ad.

LA CERTEZA QUE SOBREVIVE: SALIR DE LA CRISIS ES Y SEGUIRÁ SIENDO UN PROCESO TAN FLEMÁTICO COMO EXASPERANT­E.

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