Negocios

Los Rodríguez Pons, con varias galeras para un “conejo”.

Desde hace décadas, este cordobés opera para la Argentina la marca internacio­nal que hizo huella, sobre todo en indumentar­ia. En la actualidad, con su hijo, un reconocido arquitecto, desembarcó en los vinos.

- Walter Giannoni wgiannoni@lavozdelin­terior.com.ar

Poca gente conoce que la famosa marca Playboy es propiedad, en la Argentina, de un cordobés que la opera para decenas de categorías –entre ellas, ropa interior, la que más éxito tiene en su cartera– desde hace varias décadas y con sede en esta Capital.

Además, con ese mismo “conejito” prendido a los carteles, Carlos Alberto Rodríguez Pons, de él se trata, levantó edificios, se propone avanzar en cosmética y –la cereza del postre en su largo camino comercial– lograr imponer vinos de alta gama, un proyecto de su hijo Marcello, un arquitecto reconocido a nivel internacio­nal.

–¿Cómo apareció Playboy en su vida?

–Un hermano, mayor que yo, desarrolló la parte de indumentar­ia de la marca en España, a través de una persona que ya había impulsado allá otra marca importante, Fred Perry. Este español tuvo la idea de ponerle el conejito a las prendas en pleno boom de Playboy. Era, sin dudas, un enorme vendedor.

–¿La central estadounid­ense ya veía un potencial de marca medio siglo atrás?

–Sí, totalmente. Por eso nos animamos en Argentina. Pero fíjese que yo estaba en otro rubro, en el vitiviníco­la. Mi padre era el accionista principal de Bodegas Esmeralda, actualment­e Catena Zapata. Éramos 10 socios, mi padre tenía el 24,96 por ciento de aquella bodega. Fui por varios años director y presidente.

–¿Usted es mendocino?

–Cordobés, pero viví algún tiem--

po en Mendoza, porque me dedicaba un poco a la compra de la uva, tanto para Esmeralda como para una bodeguita familiar que teníamos. –O sea que conoció bien ese mundo.

–Siempre me gustó. Pero con aquella idea de mi hermano, comencé en Córdoba a desarrolla­r Playboy indumentar­ia.

–¿Y los derechos de patente? ¿Son bravos los norteameri­canos con eso?

–Playboy no existía en Argentina, estaba sólo en Estados Unidos o en algún otro país del primer mundo. Yo le vendí la idea a este español, Sánchez Pajares, sobre que había que meter aquí la marca con prendas. –Entonces, ¿pudo registrar la marca sin oposición?

–Así es, registré Playboy en Argentina sin oposición alguna. A partir de ahí establecim­os un buen vínculo con los norteameri­canos. Pero fíjese esta curiosidad: como Playboy es una mega empresa, los directivos fueron cambiando con el paso de los años, yo estuve siempre (ríe). En conjunto desarrolla­mos productos, antes y ahora. Por ejemplo, en la actualidad estamos en el desarrollo de perfumería, un desodorant­e y cosmética. La sociedad es Playboy Internacio­nal SA, de la cual soy el presidente.

–¿Usted llegó a fabricar productos para la marca?

–Sí, en el rubro indumentar­ia, teníamos tres pisos de costura acá en plena Nueva Córdoba. Muchos empleados. Comprábamo­s las telas, diseñábamo­s, cortábamos, cosíamos y distribuía­mos en todo el país. Eso fue hasta 1983, cuando la crisis económica del país nos tiró abajo esa parte.

–¿Entonces?

–Como soy el titular de la marca en un montón de clases, 45, comencé a licenciarl­as. Camisas, ropa, lencería, pijamas para niños, preservati­vos, hasta edificios. Y ahora vinos y espumantes

SABEMOS QUE EN EL MUNDO DEL VINO EL CAMINO ES LENTO. EMPEZAMOS CON CINCO MIL BOTELLAS Y YA PEDIMOS OTRA TANDA.

EN CONJUNTO, CON LOS NORTEAMERI­CANOS DESARROLLA­MOS PRODUCTOS. AHORA, CON PERFUMERÍA Y COSMÉTICA.

con mi hijo Marcello. –¿Cómo que edificios?

–Sí, hicimos cuatro edificios Playboy en Córdoba y otros tres pequeños malls comerciale­s con la marca. O sea, siete inmuebles. En un comienzo, muchos años atrás, también participab­a mi madre en el negocio.

–¿Pero lo que más funciona con la marca es todo aquello vinculado con la pasión, digamos?

–En general, es así. Pero ya no se necesita la figura femenina para vender algún producto. Sí la marca. Eso tampoco significa que en el futuro, para algo puntual, no sea necesaria una figura femenina si usted quiere vender algo dirigido a ellas. –¿Si quiero hacer chicles de fresa mentolados con Playboy?

–Tiene que venir a hablar, hay exigencias de calidad para no precarizar la marca y cobramos un porcentaje sobre la venta, del cinco al 10, depende el rubro. Además, debe haber una cierta trayectori­a en el fabricante, se necesita continuida­d y cantidad. En el caso del vino, sería volumen disponible. –Eso también da “puntaje” para la selección.

–Claro, miramos mucho la empresa, porque la licencia es para todo el país. En ropa interior, por ejemplo, tenemos solo dos licenciata­rios. En lencería para mujeres estamos muy fuertes.

–(Marcello): Hay varias generacion­es que crecieron leyendo Playboy y es inevitable el sesgo. En 2015 la revista había incluso quitado el desnudo total y en 2017 lo reincorpor­ó, porque forma parte de su estilo como producto. –¿Y cómo fue que se largaron a hacer vino y espumante?

–Él estuvo un poquito enfermo el año pasado y en esas largas charlas surgió esto. Antes la familia hacía vinos, pero ahora tenemos una marca. ¿Por qué entonces no juntamos aquello con esto y le damos una nueva vuelta de rosca a la historia de la familia? Bueno, lo pensé y lo llamé para decirle que fuéramos para adelante. –Revivir en cierto modo aquello de hace tanto tiempo.

–Sobre tres bases: productos de alta calidad, sumarle la historia en el vino y agregarle diseño, porque eso es lo mío, la arquitectu­ra. Tengo un estudio grande, con obras proyectada­s y terminadas en más de 20 países. Ganamos varios premios. Estamos especializ­ados en hotelería, turismo, marina y residencia­l. Aquí tiene nuestro libro. –Se juntaron, ¿entonces?

–La conversaci­ón arrancó en noviembre y seis meses después ya tenemos todas las autorizaci­ones vitiviníco­las que correspond­en. Pero partimos de la fuerte base de la marca. Un detalle que parece menor: para leer la contraetiq­ueta hay que acostar la botella. Eso no parecía normal a la hora de autorizarl­a, hasta que vimos que no existía ninguna reglamenta­ción en contrario. –¿Es un producto para uno mismo o para regalar?

–Es de gama media, 12 dólares la botella. Incorporam­os a Diego Rosso, un winemaker que trabajaba en una bodega muy premiada. Ya lanzamos tres productos del Valle de Uco (Mendoza), un vino y dos espumantes, y queremos llegar a la Navidad con seis. El plan de negocios incluye 100 puntos de venta, mitad en Buenos Aires y mitad en las provincias.

–Es arriesgado, porque pueden terminar siendo conejo de otro pozo en el mundo del vino.

–Lo tengo claro, pero esto apunta a continuar una historia familiar, están incluidos mis hijos para que este proyecto vuele más allá de esta coyuntura difícil de la economía. Es un camino lento, los primeros años son de inversión y recién en tres años podemos levantar cabeza. El producto encuentra mucha aceptación en las mujeres. Empezamos con cinco mil botellas y ya pedimos otra tanda igual.

–La verdad es que en una mesa donde aparezca un vino Playboy parece imposible no comentar algo.

–Pero usted cae a un cumpleaños con un vino Playboy y le aseguro que es el comentario obligado de la primera media hora del asado. Otra caracterís­tica es que no estamos ligados a una zona o a una bodega. Pondremos en el mercado el mejor vino que obtengamos de cada variedad, aunque se trate de zonas diferentes, siempre manteniend­o el mismo nivel de calidad. –¿Habrá una línea más completa de vinos?

–Ahí está el punto. Estamos pensando en un blanco dulce para la mujeres. Malbec, Rosado y un Cabernet Sauvignon, más un espumante Extra Brut y un Playboy Bunny Rosé. El perfil de cliente es el gentleman yla lady .Y estamos en negociacio­nes para venderle productos a todos los Playboy clubs del mundo. –Es decir, revive aquella historia familiar.

–Además, el mundo del vino tiene cosas apasionant­es. Con mis hijos estuvimos en The Vines of Mendoza y les decía que jamás estaríamos sentados en esta bodega, en un hotel que cuesta 450 dólares la noche, comiendo en un restaurant­e de Mallmann, si no estuviera metido en esto (ríe).

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(LA VOZ) Padre e hijo. Carlos y su hijo, Marcello, junto con los vinos y los espumantes desarrolla­dos para la etiqueta Playboy. “El plan de negocio incluye 100 puntos de venta, mitad en Buenos Aires y el resto en el interior”, cuentan.
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Abanico. Rodríguez Pons opera con 45 categorías bajo la marca.

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