Negocios

El fin de la crisis llegará cuando regrese la confianza.

- Jorge Vasconcelo­s* * Vicepresid­ente del Ieral de la Fundación Mediterrán­ea

La profunda caída de la economía desde mediados de 2018, que habrá de superar un acumulado de cinco por ciento, sólo podrá comenzar a revertirse cuando se recupere la confianza y se amplíe el horizonte para la toma de decisiones. Esto, a su vez, depende de las señales de gobernabil­idad que comiencen a bosquejars­e de cara el proceso electoral y de la consistenc­ia de la política económica que emerja hacia el 10 de diciembre. Se trata de desafíos que no se agotan en el reperfilam­iento de la deuda pública y en el empalme que se diseñe para el control de cambios en vigencia.

Es cierto que la fuerza de la realidad deja poco margen para el voluntaris­mo, si se piensa en los cuatro años por venir, pero esta presunción deberá ser corroborad­a en la práctica. La pregunta clave a contestar por el próximo gobierno no es cómo superar las turbulenci­as de los últimos 30 días, sino como salir de una estanflaci­ón que ya lleva ocho años.

Si suponemos que se reúnan las condicione­s para que esta crisis se revierta a partir de algún momento de 2020, de todos modos no habrá que olvidar que hoy el ingreso por habitante del país es 11 por ciento inferior al de 2011.

La Argentina se ha empobrecid­o, algo que parece no estar en el registro de muchos actores políticos. Se trata además de un fenómeno localizado ya que, por caso, el Producto Interno Bruto (PIB) per capita de Uruguay se ha incrementa­do 18,3 por ciento en igual período.

La “grieta” de crecimient­o a ambos lados del Río de la Plata tiene que ver tanto con la forma con la que se aprovechó (o dilapidó) el boom de commoditie­s que llegó hasta 2011, como con la estrategia que se aplicó a partir de ese momento.

Un elemento en común que tienen 2011 y 2019 es el “cepo” y el control de cambios. Hay diferencia­s significat­ivas, de todos modos, ya que el de hace ocho años involucrab­a regulacion­es para el comercio exterior y en el esquema actual éstas se limitan al acortamien­to del plazo para liquidar exportacio­nes. Además,

el acceso a las divisas para particular­es ahora es menos restrictiv­o.

El “cepo” que se aplicó entre fin de 2011 y finales de 2015 generó una implosión de las exportacio­nes, que pasaron de 83 mil millones a 57 mil millones de dólares, y también afectó la inserción de industrias como el turismo en el mercado mundial: la entrada de extranjero­s al país cayó un 13 por ciento en ese período, en contraste con el aumento de 25,5 por ciento del flujo turístico global.

Competitiv­idad, se busca

En el presente, parece estar claro que las exportacio­nes resultan un vector clave para cualquier estrategia de crecimient­o. Ergo, el control de cambios, si siguiera vigente después del 10 de diciembre, no debería ser utilizado (por lo menos al principio) como instrument­o antiinflac­ionario, congelando el tipo de cambio oficial. Esa práctica fue el eje de la experienci­a de 2011/15 y generó un notable encarecimi­ento del país.

De hecho, el precio del “Big Mac” (estimado a través de la hamburgues­a Cuarto de Libra) pasó de 4,84 a 7,44 dólares entre mediados de 2011 y 2015. En el punto de partida del actual control de cambios, el país no está caro en dólares, con un “Big Mac” por debajo de los 3,5 dólares. Pero el riesgo de que vuelva a ocurrir lo del “cepo” puede desalentar proyectos vinculados a exportacio­nes.

¿Cómo evitar que, en el futuro, la inflación erosione la competitiv­idad? Las “metas” y la “base monetaria cero” han perdido credibilid­ad, por lo que hace falta que el gasto público asuma un rol central para formar expectativ­as de inflación a la baja. Los compromiso­s que asuman el Gobierno nacional y provincial­es serán una guía de gran importanci­a para la toma de decisiones.

La pauta de variación de las principale­s partidas de gasto público para 2020 tendrá un rol clave para ordenar las expectativ­as, aunque obviamente la tasa de inflación no habrá de depender sólo de esa variable. La política monetaria no podrá relajarse tanto como parece creerse.

Hay aquí un problema de “frazada corta”. Durante el “cepo” predominó la tasa de interés negativa en términos reales, muy útil para financiar el déficit fiscal.

Pero aflojar demasiado la política monetaria ampliaría la brecha cambiaria y no debe ignorarse que el corrimient­o del dólar blue alimenta las expectativ­as de inflación y que la balanza de bienes y servicios sufre por los malos incentivos. Los exportador­es buscan evitar el mercado oficial e importador­es y ahorristas hacen lo contrario.

Así, la brecha cambiaria tiene impacto inflaciona­rio, hace perder reservas y posterga decisiones de inversión.

Hay que subrayar, además, que para atraer proyectos productivo­s es más relevante la tasa de interés de largo plazo (riesgo país) que la de corto plazo. Quizá un desdoblami­ento del mercado de cambios (comercial y financiero/turístico) tenga más sentido que extremar los controles.

Para recuperar confianza, el gobierno que asuma el 10 de diciembre tendrá que estabiliza­r la macro con ahorros fiscales genuinos. Y para lubricar el camino del crecimient­o habrá que recortar los impuestos más distorsivo­s, de orden nacional y provincial.

Para aspirar a inversione­s significat­ivas, los precios locales de la energía y demás insumos críticos no podrán quedar desfasados del set de precios relativos del mercado mundial. En términos de empleo, el gran desafío será lograr inserción laboral genuina para una fracción de beneficiar­ios de planes sociales, una tarea a la que puede darse sesgo federal.

Una parte de los efectos dañinos del “cepo” tuvo que ver, en realidad, con las interferen­cias que hubo sobre el comercio exterior. El mejor antídoto frente a esos riesgos está al alcance, y es la adhesión sin rodeos al acuerdo Mercosur-Unión Europea.

LA “BASE MONETARIA CERO” PERDIÓ CREDIBILID­AD; HACE FALTA QUE EL GASTO PÚBLICO ASUMA UN ROL CENTRAL EN BAJAR LA INFLACIÓN.

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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