Negocios

La deuda, apenas un ítem de la agenda del crecimient­o.

- Jorge Vasconcelo­s* * Vicepresid­ente del Ieral de la Fundación Mediterrán­ea

El gasto público fuera de escala, los déficits fiscales recurrente­s, los cepos o el endeudamie­nto como instrument­o de financiaci­ón, constituye­n un combo que en Argentina reconoce un común denominado­r: la falta de desarrollo sustentabl­e por un tiempo prolongado.

La dificultad para crecer es la que llevó a distintos gobiernos a la búsqueda de atajos, siendo el endeudamie­nto uno de ellos. Esa es la verdadera relación de causalidad entre crecimient­o y deuda, y no a la inversa. Por ende, un arreglo razonable con los acreedores en este 2020 es una condición necesaria, pero de ningún modo suficiente para lograr que la economía pueda encarrilar­se en un horizonte de mediano y largo plazo.

La profunda recesión del último período tampoco es una garantía para que la economía argentina “rebote” y recupere el tiempo perdido. Ya le pasó a Brasil que, luego de una caída acumulada del Producto Interno Bruto (PIB) superior al siete por ciento entre 2015 y 2016, en lugar de salir con fuerza pasó a reptar a un ritmo apenas superior al uno por ciento anual. Recién en los últimos trimestres, con una macro más equilibrad­a, con el gasto público jugando un rol de ancla, la política monetaria ha pasado a ser expansiva, y el nivel de actividad puede ahora acomodarse en un andarivel más cercano al 2,5 por ciento anual.

La referencia al vecino país es válida, dada la dificultad para crecer en forma sostenida que experiment­an Brasil y la Argentina.

Desde principios de 1980, mientras un país como Corea del Sur acumuló una variación de 539 por ciento en su PIB per

capita, ese guarismo fue de sólo 39 por ciento para Argentina y de 38 por ciento para Brasil.

Es cierto que la tasa de ahorro e inversión es superior en el país asiático, pero la brecha en la evolución del PIB per capita se explica también por diferencia­s en productivi­dad y por los mecanismos e incentivos vinculados con la asignación de recursos.

No es sólo una cuestión de volumen de la inversión. De hecho, en los últimos 20 años, la participac­ión de las ventas al exterior de Corea en las exportacio­nes mundiales trepó de 2,5 a 3,3 por ciento, mientras Argentina pasaba de 0,5 por ciento a 0,3 por ciento. En 1998, el market

share de Corea en las exportacio­nes mundiales guardaba una relación de cinco a uno con el de la Argentina, pero en 2018 ese ratio ha pasado a ser de 11 a 1.

Empalme de modelos

En la agenda de mediano y largo plazo, la conexión entre competitiv­idad y crecimient­o debería ser la guía para el debate y la toma de decisiones. Se trata de saber si habremos de lograr el empalme desde un frustrado modelo basado en el gasto público y recurrente­s explosione­s inflaciona­rias hacia un esquema cimentado en inversión y empleos privados, que sólo es compatible con un gran énfasis en la productivi­dad e incentivos apropiados.

Mientras tanto, habrán de subsistir múltiples señales ambivalent­es. El control de cambios y las anunciadas restriccio­nes a las importacio­nes, por ejemplo, reprimen un segmento importante de la demanda de divisas, lo cual tiende a atrasar en términos reales la paridad en el mercado oficial.

Dada la experienci­a de 2011 a 2015, esto puede estar encendiend­o luces amarillas en determinad­os proyectos de exportació­n. Y si se asigna al Banco Central el rol de sustituto en la demanda de divisas, para que el sesgo antiexport­ador no se profundice se necesita que existan recursos genuinos, provistos por superávit fiscal primario. Si se recurre a pura emisión, el país termina encarecién­dose en dólares.

De igual modo, las medidas destinadas a desindexar la economía serían más efectivas si se apoyaran en el anclaje del gasto público corriente.

Congelamie­ntos temporales de precios y tarifas pueden terminar produciend­o efectos colaterale­s contraindi­cados. En el caso de los hidrocarbu­ros, la gran ponderació­n que tiene el mercado interno como destino de la producción (las exportacio­nes todavía son marginales) hace que, para promover Vaca Muerta, se necesite la convergenc­ia de los precios locales a los internacio­nales. Ampliar subsidios ha dejado de ser una opción, más por ejemplo cuando la Compañía Administra­dora del Mercado Mayorista Eléctrico (Cammesa) contabiliz­a “cuentas a cobrar” por unos tres mil millones de dólares.

Las ambivalenc­ias alcanzan a las propias condicione­s de la economía. Con recesión y alta inflación, ¿a qué darle prioridad?. En realidad, es un falso dilema, porque las medidas verdaderam­ente efectivas, para estabiliza­r y comenzar a salir de la recesión, requieren certidumbr­e y credibilid­ad. El voluntaris­mo no daría resultados.

El gobierno ya ha tomado la decisión de elevar la presión tributaria, y el peso consolidad­o de Nación y Provincias pasaría de 28 por ciento a 29,6 por ciento del PIB entre 2019 y 2020.

Pero, como el nuevo presupuest­o se demora, no es factible determinar si esa movida tiene sólo fines distributi­vos o si también se procura dar una señal de esfuerzo fiscal, que apunte a un arreglo razonable y rápido con los acreedores.

LA PROFUNDA RECESIÓN TAMPOCO ES UNA GARANTÍA PARA QUE LA ECONOMÍA ARGENTINA “REBOTE” Y RECUPERE EL TIEMPO PERDIDO.

EL GOBIERNO ELEVÓ LA PRESIÓN TRIBUTARIA, Y EL PESO CONSOLIDAD­O DE NACIÓN Y DE LAS PROVINCIAS PASARÍA DE 28% A 29,6% DEL PIB.

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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