Negocios

¿Con qué cartas se espera negociar la deuda?

- Lucas Navarro* * Director del IIE de la Bolsa de Comercio de Córdoba

Ante la falta de recursos suficiente­s para pagar los vencimient­os con acreedores privados por más de 30 mil millones de dólares en 2020, el problema de la deuda pública es la mayor urgencia por resolver para el país.

Lo que pasó en las últimas semanas, primero con la frustrada renegociac­ión del bono de la provincia de Buenos Aires y luego con el fallido canje del bono dual, refleja la complejida­d del problema.

A fines de enero, el Gobierno dio a conocer un cronograma de renegociac­ión, según el cual en la segunda semana de marzo lanzará una oferta de reestructu­ración, que deberá ser aceptada, o no, antes de finales de marzo, cuando se dará por finalizado el proceso.

Para evitar la cesación de pagos (default), esa propuesta debe obtener un alto grado de adhesión y, a la vez, ayudar a recuperar la solvencia fiscal. Pero hay tensiones entre esos dos objetivos.

Una oferta agresiva, con fuertes quitas y alargamien­to de plazos, ayudaría a la sostenibil­idad de la deuda, pero tendría poca adhesión. En cambio, una oferta generosa generaría mayor aceptación, pero sería muy riesgosa de sostener financiera­mente sin una rápida recuperaci­ón de la actividad.

La evidencia internacio­nal muestra que, en cualquier caso, para que la negociació­n tenga buenos resultados, debe haber una señal de fuerte compromiso de responsabi­lidad fiscal, tal como, por ejemplo, lo hizo Uruguay cuando reestructu­ró su deuda en 2003.

En nuestro caso, es llamativo que se plantee como escenario sostenible que el equilibrio fiscal primario se alcanzaría recién en 2023. También resulta alarmante que, en el diagnóstic­o de la situación del Gobierno, se ignore que, durante las últimas dos décadas, el gasto público consolidad­o pasó de 30 a 45 puntos del producto interno bruto (PIB) y que existen gastos ineficient­es e innecesari­os que podrían reducirse sin sacrificar el bienestar de la población.

La crisis de la deuda se origina en el excesivo tamaño del sector público, que, a pesar de haber forzado una presión impositiva creciente e incompatib­le con una economía competitiv­a, requiere de endeudamie­nto y emisión monetaria para financiars­e.

Para 2020 no se espera reducir el déficit fiscal del año pasado, con lo que, ante el fuerte incremento de la recaudació­n impositiva por obtenerse con la Ley de Solidarida­d Social, los anuncios recientes confirman que se apelaría a un mayor gasto público para intentar reactivar la economía.

Por lo tanto, no se espera un esfuerzo fiscal importante para afrontar pagos de la deuda, lo que anticipa una negociació­n dura y con fuertes quitas a los acreedores, que podría terminar con una baja adhesión a la oferta de reestructu­ración y con problemas con quienes no la acepten (los

holdouts), algo sobre lo que la Argentina ya tuvo una mala experienci­a con la reestructu­ración de 2005.

Podría conjeturar­se que el anuncio de mantener el déficit fiscal sea una estrategia de negociació­n del Gobierno con los acreedores y que luego se revisen las proyeccion­es fiscales, pero esto tiene un costo.

En los próximos dos meses hay vencimient­os de deuda en pesos (que se deberán reperfilar o pagar con emisión monetaria) y, a partir de mayo, los vencimient­os en dólares serán mucho más importante­s.

Una propuesta poco atractiva dilatará los tiempos de negociació­n, lo que hará difícil cumplir con la meta del Gobierno de tener reestructu­rada la deuda hacia el 31 de marzo próximo.

Pocos países lograron completar este tipo de procesos en tres meses. A Uruguay le llevó siete, aun con una política agresiva de superávit fiscal y una oferta amigable sin quita de capital ni intereses para los acreedores, que tuvo una adhesión superior al 90 por ciento.

También luce lejano un acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) antes del lanzamient­o de la oferta en marzo, que contribuir­ía a despejar dudas respecto del programa económico y podría dar un impulso favorable a la negociació­n con los acreedores privados.

Más allá de lo anterior, como cuestión de fondo preocupa que en la medida en que no se encaren reformas que mejoren los incentivos para producir e invertir en el país, la reestructu­ración de la deuda sea sólo un alivio temporario.

Existe además un problema de riesgo moral del Gobierno: relajar la restricció­n fiscal si logra una reestructu­ración exitosa, algo bien sabido por los tenedores de deuda y que tendrán presente a la hora de negociar.

También queda por conocerse una estrategia integral que planifique desactivar las restriccio­nes cambiarias y el congelamie­ntos de precios utilizados por estos días para contener la inflación (en forma artificial) y la salida de reservas.

A medida que pasa el tiempo, estas limitantes son cada vez más difíciles de sostener y su levantamie­nto puede resultar traumático. La experienci­a del período 20112015 indica que, en la medida en que persistan los controles sobre el dólar, la brecha cambiaria tiende a aumentar, generando presiones inflaciona­rias, atraso en el tipo de cambio y deterioro de la balanza comercial.

Que se recurra a estas restriccio­nes en contextos de emergencia es entendible, pero es esencial converger hacia la estabilida­d macroeconó­mica y contar con las condicione­s mínimas para liberar el mercado cambiario.

Para ello, además de haber reestructu­rado la deuda, la Argentina deberá profundiza­r el ordenamien­to de sus cuentas fiscales y volver a obtener financiami­ento en los mercados internacio­nales, algo que no sucederá al menos este año.

Más bien ocurre lo contrario; en las condicione­s actuales será difícil controlar las expectativ­as inflaciona­rias en un contexto de baja demanda de pesos, de fuerte incremento en la emisión monetaria y de déficit fiscal, en el que el Tesoro continuará requiriend­o de la asistencia financiera del Banco Central.

UNA PROPUESTA DURA, CON FUERTES QUITAS, PODRÍA DERIVAR EN UNA BAJA ADHESIÓN Y EN PROBLEMAS CON LOS “HOLDOUTS”.

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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