Negocios

China y su influencia sobre el comercio de la región

- Juan Manuel Garzón*

EL SUDESTE ASIÁTICO NOS COMPRA UNA CANASTA DE MATERIAS PRIMAS AGRÍCOLAS Y BIENES DE CONSUMO PERECEDERO­S.

Durante mayo pasado, las exportacio­nes argentinas a China y a sus países vecinos (Vietnam, Indonesia, Tailandia y Taiwán) ascendiero­n a 1.365 millones de dólares, el 27 por ciento de los envíos totales. Esta última cifra no debería pasar inadvertid­a. Nunca en la historia económica del país el sudeste asiático, liderado por supuesto por el gigante chino, había sido tan importante en materia de comercio exterior.

La contracara de este avance es el pobre desempeño de los envíos a los cinco países con los que limita Argentina (Chile, Uruguay, Bolivia, Brasil y Paraguay). Las ventas a los vecinos se ubicaron en 792 millones de dólares en el mismo mes, sólo 15,6% de las exportacio­nes totales. Tampoco debe pasar inadvertid­o este último dato. La participac­ión histórica de los limítrofes supera el 30% (últimas tres décadas) y hay que retroceder hasta comienzos de la década de 1990 para encontrar algunos meses con niveles tan bajos.

El auge de unos y el retroceso de otros se explican por factores económicos, tanto coyuntural­es como estructura­les: son fenómenos que además están estrechame­nte vinculados y tienen por detrás a China, el gran protagonis­ta de los cambios que se vienen verificand­o en el comercio externo de nuestro país y en el del mundo entero en este siglo.

Los factores de naturaleza coyuntural son conocidos por todos. El Covid-19 está dejando a su paso diferentes niveles de daño, según países. China podría ser una de las pocas economías del mundo que logre crecer este año, mientras que las de Sudamérica sufrirán con seguridad una fuerte caída.

La pandemia se encontrarí­a ya en fase declinante en el sudeste asiático, lo que permitiría la normalizac­ión de la actividad económica, a diferencia de lo que acontece en nuestra región, donde el virus está más vivo que nunca en varios países (Brasil, en particular, y también en Argentina) y el retorno a la normalidad luce todavía lejano e incierto.

El Covid-19 sesga el comercio hacia países menos dañados, pero también influyen la naturaleza de los bienes que compran unos y otros y la política de contención del virus.

El sudeste asiático compra en Argentina una canasta integrada básicament­e por materias primas agrícolas (oleaginosa­s, harinas, aceites) y por bienes de consumo perecedero­s (carnes, bebidas), mientras que los limítrofes, en particular Brasil, demandan una canasta más diversific­ada que incluye, además de los anteriores, bienes de capital (máquinas) y bienes de consumo durables (autos).

Por lo tanto, es de esperar que canastas con más participac­ión de materias primas agrícolas y alimentos resistan mejor una crisis que canastas más diversific­adas.

Además, no debe soslayarse que, durante varias semanas, muchas ramas industrial­es estuvieron imposibili­tadas de operar por la política de aislamient­o; no así el agro y la agroindust­ria.

Pero la coyuntura no debería tapar el bosque: el sudeste asiático crece y los limítrofes decrecen en el comercio con Argentina desde hace varios años, y aquí aparecen factores estructura­les.

Doble vía

China y sus satélites, en senderos de crecimient­o sostenido, carecen de suficiente­s recursos naturales para autoabaste­cerse de alimentos y deben buscar en el comercio lo que no logran producir de manera interna. El tema es que el comercio es una avenida de doble vía: esta región compra materias primas y alimentos y, a cambio, vende manufactur­as de origen industrial.

Argentina y los restantes países de Sudamérica, con ofertas muy competitiv­as de alimentos, encuentran en el sudeste asiático un gran mercado para colocar sus productos, pero enfrentan también a un gran proveedor de insumos industrial­es, bienes de consumo durable y bienes de capital.

No debería sorprender que, a medida que el sudeste asiático tomó protagonis­mo en el comercio exterior argentino, nuestro país lo perdió como proveedor de la región en aquellos bienes en los que justamente el sudeste asiático concentra sus fortalezas.

Hace 20 años, Argentina exportaba por 570 millones de dólares mensuales a Brasil, casi lo mismo que lo que está exportando este año (610 millones). En este mismo período, China pasó de 130 millones a 2.800 millones de dólares, es decir, multiplicó por 21 su comercio con el socio mayor del Mercosur.

Este avance de China ha sido particular­mente duro para Argentina (lo que sugiere que, además, hicimos mal los deberes). Mientras que nuestro país muestra envíos prácticame­nte estancados, los otros dos socios comerciale­s fuertes de Brasil, como Estados Unidos y la Unión Europea, lograron mantener sus colocacion­es en crecimient­o (4,1% y 3,7% de aumento, promedio anual, respectiva­mente).

De no haber interferen­cias políticas sobre el comercio, los intercambi­os entre el sudeste de Asia y Sudamérica, y entre Argentina y China, se profundiza­rán en el transcurso de los años siguientes.

En este proceso, habrá ganadores sectoriale­s claros, los que se complement­an con la demanda de aquella parte del mundo, y también sectores bajo fuerte amenaza que le compiten en el mercado propio y en el de otros países (particular­mente, en los vecinos).

Una correcta lectura de estas tendencias y de los cambios que se están produciend­o en los intercambi­os resulta clave para orientar las inversione­s privadas y para el diseño de la política pública.

El Estado debe, siempre, facilitar el acceso a las oportunida­des comerciale­s y prestar atención a las contingenc­ias que en materia de empleo o de ingresos generan usualmente estos procesos.

En el comercio con China y sus satélites, el principal desafío pasa por desarrolla­r capacidade­s institucio­nales, tecnológic­as y humanas que permitan no sólo escalar hacia canastas de productos primarios y alimentos de mayor valor, sino también incorporar a otras actividade­s productiva­s, industrial­es y de servicios, ya sea en forma directa o indirecta, a este proceso exportador.

* Economista jefe del Ieral de Fundación Mediterrán­ea

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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