Negocios

Una dosis de audacia

- Mary Acosta Licenciada en Economía

Uno de los principale­s objetivos de la política económica instalado a fines de 2020 era recuperar el poder adquisitiv­o del salario. Esta premisa estaba contenida en el Presupuest­o 2021, que contemplab­a una proyección de inflación del 29 por ciento para todo el año y en las señales del Gobierno que propiciaba­n aumentos salariales en torno al 32 por ciento, para alcanzar un crecimient­o del salario real alrededor del cuatro por ciento.

La intención se explicaba por el devenir de los ingresos del factor trabajo en los cinco años anteriores. Entre 2015 y 2019 se habían reducido más del 15 por ciento en términos reales y durante 2020 los efectos económicos de las restriccio­nes impuestas por la pandemia impidieron la recuperaci­ón.

En los primeros meses del año, pareció que ese objetivo tenía posibilida­des de cumplirse, cuando las paritarias iniciales acordaron aumentos entre 29 y 35 por ciento (bancarios, docentes, energía, mecánicos, entre otros).

Por otra parte, si bien la inflación venía manifestan­do algunas señales de acelerarse a fines de 2020, durante todo ese año se había logrado un nivel significat­ivamente más bajo que el año anterior: 36,2 por ciento contra 53,8 por ciento.

Sin embargo, a poco de andar y junto con la recuperaci­ón de la economía (más precisamen­te al rebote desde la significat­iva caída del período anterior), la suba de precios comenzó a aumentar el ritmo.

Lo hizo de la mano de un contexto internacio­nal en el que la cotización de las materias primas se elevó sustancial­mente, lo que impulsó el costo de los alimentos en todo el mundo. A ello se sumó, internamen­te, la acelerada recomposic­ión de márgenes de rentabilid­ad de los sectores formadores de precios que, en la mayoría de los casos, coinciden con los productore­s de alimentos.

A partir de allí, los sucesivos acuerdos paritarios comenzaron a reflejar que la inflación no sólo no daba señales de aminorar, sino que se mantenía en niveles sumamente elevados (promediand­o el cuatro por ciento mensual). Así, el Gobierno convalidó de hecho el abandono de la meta inflaciona­ria a través de incremento­s salariales en el sector público superiores al 40 por ciento (Congreso, Pami, Anses).

Ahora bien, existen algunas cuestiones que deben tenerse en cuenta cuando analizamos la relación entre los ingresos del sector trabajo y los precios en una economía como la nuestra.

Por un lado, los incremento­s nominales que surgen de los acuerdos muchas veces no reflejan exactament­e su incidencia efectiva. Por lo general, su aplicación se extiende en el tiempo y se terminan efectivame­nte entre cuatro a seis meses más tarde, cuando en este contexto de alta inflación ya han perdido su incidencia real.

De ahí la inclusión de cláusulas de revisión y reapertura en casi todos los acuerdos, que están comenzando a hacerse efectivas en algunos de ellos.

Por otro lado, no toda la fuerza laboral del país se encuentra amparada bajo este sistema de convenios colectivos. De hecho, la precarizac­ión del trabajo fue uno de los efectos principale­s de la pandemia en el campo económico.

Si bien a medida que la actividad fue mejorando se observó una recuperaci­ón de la tasa de empleo, debemos hacer notar que no fue del mismo tenor para hombres que para mujeres, y algo similar se dio en la tasa de actividad y en el desempleo.

Recomponer ingresos

Las mujeres fueron las más afectadas principalm­ente por dos motivos. En primer lugar, las ramas del empleo que sufrieron más incidencia de las restriccio­nes fueron aquellas con mayor participac­ión femenina (servicio doméstico, servicios sociales, hoteles y restaurant­es), sectores que no sólo se vieron afectados directamen­te por menor o nula tasa de actividad, sino también porque son los que tienen menor posibilida­d de realizarse de manera remota.

Y en segundo lugar, el aumento del tiempo dedicado al apoyo escolar, las tareas domésticas y de cuidado perjudicó particular­mente a las mujeres. Eso las obligó a utilizar más horas a esas tareas y reducir las horas laborales, o directamen­te no retornar a sus trabajos.

Las políticas sociales (AUH, Tarjeta Alimentar, IFE) fueron en auxilio de estos colectivos y la ayuda a las empresas para el pago de salarios (ATP) permitió que los empleados formales mantuviera­n medianamen­te los ingresos.

Pero el Presupuest­o 2021 suponía un contexto de pospandemi­a y esos subsidios debieron reformular­se este año.

El interrogan­te que se presenta es: si los ingresos no se recuperan en un escenario de alta inflación, ¿cómo superar el estancamie­nto del consumo e impedir que la incipiente recuperaci­ón de la actividad económica se vea obstaculiz­ada por la falta de demanda?

En el primer semestre del año, la política económica se distingue por la desacelera­ción del ritmo devaluator­io y la moderación en la expansión de la base monetaria.

La estabilida­d cambiaria se vio respaldada por dos elementos adicionale­s. Primero, por el menor peso de los vencimient­os de deuda tras la reestructu­ración con el sector privado y la ampliación de los derechos especiales de giro (DEG) asignados a los países miembros del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI).

Segundo, las intervenci­ones del Banco Central de la República Argentina (BCRA) en los denominado­s “contado con liqui” y el “dólar bolsa” permitiero­n mantener estable la brecha cambiaria, pero impidieron un mayor crecimient­o de las reservas internacio­nales.

Este es el marco en el que se inscriben las tensiones cambiarias que comenzaron a emerger en las últimas semanas.

Mientras tanto, la política fiscal se centró en mantener las cuentas públicas suficiente­mente acotadas en la búsqueda de los equilibrio­s macroeconó­micos como resolución a la problemáti­ca de los precios.

Los únicos componente­s que muestran una expansión del gasto primario son los subsidios económicos, en el marco del congelamie­nto de tarifas y los gastos de capital.

En suma, en un escenario en el que la recaudació­n trepó de manera considerab­le y la carga de vencimient­os de la deuda se redujo por efecto de la reestructu­ración, la moderación de la política fiscal se orienta a equilibrar las cuentas públicas después del aumento del déficit que tuvo lugar el año anterior.

La contención del gasto público tuvo su correlato en lo que concierne a la reducción de la base monetaria; sumada a la política contractiv­a del BCRA para absorber las emisiones realizadas el año pasado para auxiliar al Tesoro en la etapa más restrictiv­a de la pandemia.

Sin dejar de considerar las dificultad­es derivadas del contexto y de la particular situación anterior a 2020 (Argentina fue el único país latinoamer­icano que recibió la pandemia en el marco de una crisis económica preexisten­te), la política económica debería permitirse la dosis de audacia que la situación amerita.

Además de asumir su necesario papel como vehículo de la recuperaci­ón económica para superar el estancamie­nto de la última década.

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ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI
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