Tranquilizar la economía: más sedantes que vitaminas
El título de la charla que encabezó ante unos 300 empresarios cordobeses el miércoles por la noche, resume el primer frente de la misión que le encomendaron a Martín Guzmán cuando le ofrecieron el sillón mayor del Palacio de Hacienda: “Tranquilizar la economía”.
Lo que no queda del todo claro es si el tratamiento que imaginó es el que finalmente está aplicando. Aunque podemos sospechar algunas cosas que van más allá de la pandemia.
Por caso, al sociólogo Federico Basualdo, con quien se cruzó por los subsidios tarifarios, ni siquiera le sacaron tarjeta amarilla y sigue a sus anchas en la Subsecretaría de Energía, con la bendición del Instituto Patria.
También tiene diferencias con la estrategia monetaria que Miguel Pesce traza desde el Banco Central. Aunque es cauto con los adjetivos, ya no oculta en público la preocupación por la enorme bola de pasivos remunerados de la entidad.
Además de la presión que eso genera sobre el proceso inflacionario, el fenómeno contamina el flujo del financiamiento productivo.
Más del 60 por ciento de la plata que el sector privado tiene depositada en los bancos está colocada en Leliq y Pases, los instrumentos del Central para cauterizar la emisión monetaria. Y casi el 30 por ciento está en bonos o letras del Tesoro, por lo que una ínfima porción se está utilizando para financiar el consumo de las familias y la demanda crediticia de las empresas. Poco combustible para la fase de recuperación.
Guzmán tampoco desconoce que el gobernador bonaerense Axel Kicillof es una sombra que opina a sus espaldas y que sopla ideas en los oídos de quien tiene la última palabra.
“Ya sabemos lo que piensa Guzmán. Queremos saber qué está pensando Cristina”, repiten siempre en voz baja los técnicos que trabajan como enlace en las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Por eso, a veces parece que Guzmán es mucho más respetado por lo que dice que por lo que hace (o lo dejan hacer). Esa fue la impresión que dejó en la mayoría de los empresarios locales que pagaron tarjeta para escucharlo en uno de los salones del hotel Quorum.
Por si fuera poco, en círculos más cercanos al poder vuelven a sonar los tambores que auguran una eventual salida del ministro de Economía, una hipótesis que crecerá o no según el resultado electoral.
Como sea, subido al tren de la campaña, Guzmán intenta influir en las expectativas con datos que suenan buenos en el corto plazo, pero que no lo son tanto cuando se abre el plano hacia un futuro con demasiados espacios de incertidumbre.
Todos reconocen su rol en la primera gran estación en la que tuvo que bajar para “tranquilizar la economía”.
Logró renegociar una parte caliente de la deuda, que mordía los talones y agitaba el recurrente fantasma del default, pero apenas si tuvo algunos días para disfrutar esa playa. La pandemia ya había roto todos los cristales.
Lo que vino, entonces, fue una terapia a puro sedante para calmar los dolores de una larga y agotadora crisis que profundizó la pobreza y la pérdida de poder de compra de todos los hogares.
Después del estado de coma de 2020, el alza del siete al ocho por ciento que tendrá este año la economía equivale apenas a volver a abrir los ojos. Ponerla de pie requiere otra energía. Más vitaminas y menos sedantes.
Si bien la inflación empieza ahora a mostrar una curva descendente, lo hace a fuerza de cepo y atraso cambiario, tarifas de servicios públicos pisadas y combustibles congelados.
El margen para empezar a corregir los precios relativos dependerá del mensaje que el Gobierno recoja en las urnas.
Pero todos los caminos conducen a Roma si es que, como dijo Guzmán en Córdoba, el fin es llevar a la economía argentina hacia un destino sano.
Después del estado de coma de 2020, el alza del 7% al 8% que tendrá este año la economía equivale apenas a volver a abrir los ojos.