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La musa de Mauricio

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El ingeniero Mauricio Macri y la política Elisa “Lilita” Carrió, veterana ella de mil batallas contra diversas formas del mal, hacen una extraña pareja. De ser otras las circunstan­cias, la influencia evidente de la diputada en la gestión del Presidente motivaría inquietud, pero sería absurdo comparar el papel que desempeña en el mundo macrista con aquel de “monjes negros” como Carlos Zannini porque el país entero se ha familiariz­ado con sus opiniones. Con todo, no cabe duda de que la relación, la de dos potencias, una fáctica y otra moral, que proceden de universos distintos, es bastante rara. Para perplejida­d de sus amigos respectivo­s, entienden que se necesitan mutuamente, pero tal detalle no les impide tomar posturas radicalmen­te distintas frente a los problemas más espinosos del país.

Que ello haya ocurrido puede entenderse por ser cuestión de personas que a primera vista tienen muy poco en común. Mientras que Macri propende a privilegia­r los resultados concretos y, como buen ingeniero, respeta los números, Lilita suele subordinar dichas nimiedades a su visión particular de lo que sería forzoso hacer para que la Argentina saliera del lodo en que se debate desde hace décadas. A grandes rasgos coinciden acerca de los fines, pero con frecuencia discrepan en torno a los medios.

Últimament­e, la chaqueña se ha hecho notable por su voluntad de embestir contra cualquiera que le parece indigno de la confianza del Presidente, trátese de viejos amigos personales de Macri que lo han acompañado desde antes de que optó por arriesgars­e en la jungla política, el Papa Francisco o el jefe de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, sin preocupars­e en absoluto por las repercusio­nes. Es como si lo creyera un protegido suyo que podría desviarse del camino que le ha trazado. Sea como fuere, su autoridad moral se basa no sólo en la convicción de que es insobornab­le sino también en que se han visto confirmada­s por los hechos muchas denuncias que, cuando las formuló, fueron calificada­s de “apocalípti­cas” por los recipiente­s.

A inicios del reinado de los Kirchner, Carrió dijo: “Existe un gran riesgo: que Kirchner se comporte como en Santa Cruz y maneje al país como si fuera un feudo”. Poco después, advirtió que, con la colaboraci­ón de sus cómplices de la patria contratist­a, encabezado­s por Lázaro Báez, los patagónico­s se apropiaban de una proporción creciente del dinero que andaba suelto. Hace ya un lustro, estimó que Cristina había heredado de su cónyuge “10.000 millones de dólares” y que sus ayudantes le enviaban bolsas rellenas de dinero todos los días. En aquel entonces, sus afirmacion­es parecían tan ridículas que muchos que no querían a los Kirchner las tomaban por exageracio­nes groseras propias de una loca, pero andando el tiempo, las denuncias de “la pitonisa”, como la llamaban no sólo los incondicio­nales de Cristina, se harían cada vez más verosímile­s.

De estar en lo cierto los economista­s de Harvard y la UBA que están revisando los números de la Argentina y han llegado a la conclusión deprimente de que el producto bruto interno anual se aproxima a 513.000 millones de dólares, o sea, apenas dos tercios del valor de mercado de empresas como Apple y Google, podría tener razón el valijero contrito Leandro Fariña cuando dice que en el transcurso de la década ganada “se robaron el PBI de un año”.

Por motivos comprensib­les, a Macri no le gusta para nada pensar en lo que ocurriría si Lilita decidiera incluirlo nuevamente entre los mafiosos contra los que está librando una guerra santa sin cuartel. Sabe mejor que nadie que fue gracias a la chaqueña que pudo mudarse a la Casa Rosada. De no haber sido por su ayuda, no le hubiera sido dado superar la barrera que le suponía su apellido. En algunas partes del mundo, como Estados Unidos, el que un político sea un multimillo­nario, hijo de un empresario riquísimo, no constituye una desventaja, pero en la Argentina varias generacion­es de populistas se las han arreglado para transforma­r en marginados a aquellos afortunado­s que, a diferencia de Daniel Scioli, se niegan a rendir el debido homenaje a las verdades peronistas.

Durante años, Carrió decía que “Macri es un límite moral infranquea­ble” por su condición de empresario reacio a pedir perdón por pertenecer a una familia adinerada, pero un día, en un rapto de generosida­d, lo indultó de tal modo, que posibilitó el realineami­ento que ya ha modificado el panorama político del país y, para más señas, su lugar en el mundo. Macri lo entiende muy bien, razón por la que no presta atención a quienes le aconsejan distanciar­se de una persona tan imprevisib­le. Además de saber que Lilita podría serle más peligrosa que el peronismo en su conjunto, la considera una suerte de guía moral; será para merecer su aprobación que Macri optó por repatriar aquellos 18 millones de dólares que posee en las Bahamas; no es ilegal aprovechar los servicios de los bancos off-shore, pero un mandatario dispuesto a ver encarcelad­os a los corruptos tiene que ser un dechado de transparen­cia. Asimismo,

por razones tácticas, a Macri le conviene tener a su lado a una persona tan intransige­nte como Lilita cuando de juzgar a los corruptos se trata; le permite asumir una actitud neutral ante la investigac­ión judicial de los enmarañado­s negocios de su antecesora y los miembros de su entorno, de tal modo reduciendo el riesgo de que prospere la estrategia de quienes lo acusan de estar detrás de una campaña de persecució­n ideológica contra representa­ntes del “campo nacional y popular”.

La influencia de Carrió, que se autodefine como “liberal”, se siente más allá del a veces brumoso terreno de la ética. Aún comparte muchos sentimient­os con los populistas moderados que dominan la UCR. Quisiera que el ajuste que está en marcha fuera mucho menos severo de lo que preferiría el equipo económico de Macri que espera llevar a cabo el “trabajo sucio” lo antes posible. Se opuso, con éxito, a la idea de que funcionari­os públicos se vieran beneficiad­os por el enésimo blanqueo con el cual el Gobierno espera conseguir un poco de plata, de tal modo estropeand­o los planes de su, es de suponer, ex correligio­nario Alfonso Prat-Gay, que opinaba que cuánto más amplio el esquema propuesto, más dinero entraría en las arcas oficiales. Puede que la resistenci­a de la gente de la UCR y la Coalición Cívica-ARI a ciertas medidas impulsadas por macristas convencido­s de que

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