TRUMP DE CERCA
Hace 4 años, para un latinoamericano, Donald Trump era -por sobre todas las cosas-, un señor que descalificaba a aspirantes a millonarios de su reality “El aprendiz”, al grito de “estás despedido”. Un rubio grandote, de estrafalaria cabellera, cuyo divorcio de su primera esposa, Ivana, ocupó las primeras planas de las revistas del corazón, por las exorbitantes cifras que entraron en disputa durante la ruptura.
El magnate inmobiliario que sembró de rascacielos el país y de discusiones bizarras y acaloradas la web, con sus afirmaciones racistas. El empresario ostentoso y de ultra derecha que ningún intelectual bienpensante hubiera querido incluir en su lista de amigos.
A ese personaje infrecuente me tocó entrevistar, en diciembre de 2012, en su búnker de la Quinta Avenida, la calle más cara del mundo. A metros de Central Park. Exactamente, encima (piso 24), en el centro del mundo.
Primera sorpresa: las oficinas no eran ni lujosas, ni doradas, ni de dudoso gusto. Todo lo contrario. Sobrias -alfombras almendra, paredes crema-, con cierto toque retro y sembradas, del piso al techo, de cuadros con recuerdos: tapas de libros, diplomas, fotos de diarios, familia, testimonios del afecto.
Segunda sorpresa: el señor Trump resultó ser un anfitrión cálido, de impecable inglés, que contestó todas las preguntas. Un gigante extrovertido y charlatán, un poquito chanta, capaz de seducir a cualquier auditorio.
Es este carismático inagotable (y no el racista recalcitrante) el que parece estar convenciendo a gran parte del pueblo norteamericano de votarlo para la Presidencia.