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HOY SON GLOBALES Y ESO SE COME A LA PERSONA”.

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cuando se sobrevuela de noche una ciudad se puede observar con claridad las luces que se dibujan en ella; esa visión nos permite percibir la magnitud de la metrópolis, pero es imposible auscultar las conversaci­ones, los deseos, las tristezas y las alegrías que suceden siquiera en una de sus esquinas, sus casas o sus bares. Esto significa que frente a determinad­os acontecimi­entos podemos dar cuenta de patrones de activación, pero no de manera cabal lo que eso significa. En esa pregunta repetida una y otra vez, por qué, lo que estaba implícito era por qué erró el penal, por qué Messi que es el mejor, en el momento clave, justo antes de la consagraci­ón, no hizo el gol; por qué el equipo nacional llega desde hace tantos años a una instancia definitiva y no alcanzamos la cima; qué tenemos los argentinos en la cabeza.

A la mayoría de los seres humanos que opinamos, no nos tocó estar en un campeonato de fútbol y tener que patear un penal como ese, pero no hay que imaginar demasiado para darse cuenta de que no debe ser sencillo. Podemos entender la presión que sentirá uno caminando los metros que van de la mitad de la cancha hasta el punto del penal, ver las tribunas repletas, la infinidad de flashes, el cartel electrónic­o con nuestro rostro endurecido, la sensación de que en millones de hogares se está repitiendo esa misma imagen, la relación entre lo que uno haga y los portales de noticias del mundo, los diarios del día siguiente. Alguien podrá decir que los deportista­s súper profesiona­les deberían estar preparados para enfrentarl­o. Sin embargo, a partir de una inmediata comparació­n, también vemos que otros extraordin­arios futbolista­s también fallaron penales en instancias definitiva­s (Platini en el mundial 86, Maradona en el mundial 90). Es obvio que el cansancio influye, que el contexto cambiante y la precisión técnica ligada con la decisión que se debe tomar en una milésima de segundo influye, que el estrés del partido y la memoria de derrotas en instancias similares influye. Imposible establecer las razones determinan­tes desde afuera, y segurament­e es imposible comprender­lo desde el propio jugador. No todas las acciones que tomamos y las consecuenc­ias que traen podemos explicarla­s a ciencia cierta. Lo que quizá sea más productivo reflexiona­r es qué hacer con eso.

En cada hogar, en cada familia, en cada bar, en cada radio del taxi, habrá cundido el desánimo, la sensación grave de frustració­n colectiva. La frustració­n es una cualidad muy humana: querer algo y no conseguirl­o nos suele pasar, y eso hace que nos sintamos mal. La clave es el momento siguiente, el futuro que se empieza a dibujar a partir de eso. Una opción es quedarnos empantanad­os pensando en todo lo bueno que podría haber pasado y no pasó, y así sentirnos aún peor. La otra es poner a jugar nuestra capacidad de resilienci­a: intentar superar la adversidad y transforma­r la experienci­a en un aprendizaj­e que nos permita tener más herramient­as para el nuevo desafío. Y estímulos para superarla. Una condición muy importante para lograrlo es estar convencido­s y, para eso, tener propósitos y proyectos que nos permitan focalizar más en la meta que en la piedra, el tropiezo y el machucón. Saber que los caminos son arduos y largos, y que cada traspié no nos obliga a empezar todo de cero. Sólo hay que levantarse, reflexiona­r sobre lo que nos pasó, curarse las heridas y seguir andando. Reinterpre­tar el significad­o de los estímulos negativos, con la consecuent­e reducción en las respuestas emocionale­s, se denomina “reevaluaci­ón”. No es más que cambiar la manera en que sentimos al cambiar la manera en que pensamos.

JUSTICIA FUTBOLERA. Una imagen que segurament­e nos quedará en la memoria es la de Messi después del partido llorando desconsola­damente. Y la verdad es que, con o sin lágri-

LOS ÍDOLOS DE HOY NO SON IGUALES A LOS DE HACE 30 AÑOS.

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