Panamá waters
La inauguración del canal ampliado va a contramano del clima de desconfianza contra el capitalismo que sacude la política global.
Adelante la pica y a pala/ Al trabajo sin mas dilación/ Y seremos así prez y gala/ De este mundo feraz de Colón.” El Himno Istmeño, la canción patria de Panamá que entonaron el domingo 26 de junio los 30.000 asistentes a la ceremonia de inauguración del nuevo canal que conecta las aguas del Atlántico y del Pacífico, fue creado a comienzos del siglo pasado, casi al mismo tiempo en que Estados Unidos comenzaba a meter “la pica y la pala” en el istmo panameño, para abrir la primera versión del famoso canal, inaugurado por primera vez en 1914. Es inevitable que, en pleno escándalo por los Panama Papers, esta inauguración haga resonar sentimientos patrióticos en los panameños, cuyas autoridades se sienten discriminadas por la ventilación de los negocios y negociados de los clientes de un megaestudio global especialista en sociedades off-shore. Pero la remodelación del canal no sólo es un símbolo para el país que lo aloja: también marca un hito histórico para el capitalismo globalizado.
La obra de ampliación llevó casi una década y terminó costando 5.500 millones de dólares luego de una pulseada por demoras y sobrecostos entre el gobierno panameño y la constructora española a cargo de un proyecto de ingeniería que es récord planetario por su magnitud.
A la ceremonia de inauguración apenas asistieron ocho presidentes de los 70 que fueron invitados: se le atribuye el faltazo generalizado a la incomodidad que genera el escándalo de los Panama Papers. Michelle Bachelet, presidente de Chile, estuvo en la fiesta de apertura. También estuvo el rey de España. Queda flotando en el aire la historia de tintes imperialistas que rodea al istmo. Inaugurado
por primera vez en 1914, fue construido originalmente por Estados Unidos, que lo administró formalmente hasta el 31 de diciembre 1999. El canal estuvo bajo control norteamericano hasta que en 1977 el entonces presidente Jimmy Carter acordó con su par Omar Torrijos el cronograma de traspaso que culminó el último día del siglo XX. Desde entonces, ha generado un ingreso de 10.000 millones de dólares para Panamá. La ampliación estuvo a cargo de un consorcio europeo.
El primer barco que pasó por el nuevo canal es chino (pagó medio millón de dólares de peaje). Signo de los tiempos.
La remodelación duplica la capacidad de tránsito y amplía la profundidad y el ancho de paso para las embarcaciones, el 98% de los barcos existentes en el mercado internacional de carga pueden pasar a través del canal. Pasa por él el 6% del comercio marítimo mundial. Y la idea es reforzar las chances de competir con el canal de Suez, en Egipto, que intenta ofrecer mejores precios y condiciones para las embarcaciones comerciales que circulan por el gran mercado planetario. La
esperanza que insinúan obras como la del nuevo canal de Panamá es obvia, en un mundo que no termina de salir del ciclo de recesión económica que se disparó con el crack del circuito financiero internacional aún no cicatrizado. El problema es que esa utopía de un comercio libre y multiplicado que derrame prosperidad a los pueblos del orbe está enfrentando la desconfianza política ya no sólo de los países periféricos y de las potencias emergentes, que hoy más bien son economías en estado de emergencia: también estalla el escepticismo en los grandes centros del poder capitalista mundial, bajo la forma de revivals populistas, nacionalistas, chauvinistas, estatistas y/o proteccionistas que están sacudiendo los procesos electorales de Europa y Estados Unidos. A eso hay que sumarle un dato no menos alarmante: la persistencia del terrorismo antioccidental, que golpea cada vez con más frecuencia, a un ritmo que ya podría ser considerado de guerra de guerrillas a escala global. Todo esto se traduce en lo contrario del canal ensanchado de Panamá. El siglo XXI arranca como un tiempo de barreras. Habrá que acostumbrarse o animarse a derribarlas.