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El paredón español

Tras la elección, se frenó la ola populista que aísla mundialmen­te y resquebraj­a internamen­te a Gran Bretaña.

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Un fantasma recorre Europa, pero no es el fantasma del comunismo que describió Marx en los El Manifiesto; sino el de un populismo que se puede manifestar desde la izquierda dura hasta la derecha extrema. El populismo de estos días recorre las potencias de Occidente y su señal de identidad es la rebelión anti-sistema. En Gran Bretaña acaba de manifestar­se pateando el tablero de la Unión Europea. En Austria llevó hasta las mismísimas puertas de la presidenci­a a Norbert Hofer, candidato del partido ultraderec­hista que impulsó el neonazi que llegó a gobernar el estado de Carintia: Jorg Haider. El candidato ecologista Alexandr Van der Bellen logró, por un puñadito ínfimo de votos, impedir que el extremismo euro-fóbico y racista, ganador de la primera vuelta, se impusiera también en el ballotage de la presidenci­a austríaca.

Austria caminó por la cornisa del populismo un par de semanas antes de que ingleses y galeses empujaran a Gran Bretaña afuera de Europa. Y fue probableme­nte esa salida la que frenó el derrape español hacia la deriva populista. Quizá, el efecto contagio que tanto se temió al triunfar el Brexit, se termine revirtiend­o en un efecto de reacción de último momento, como la que salvó al país de Mozart y Freud de tener un presidente ultraderec­hista.

No sobran razones para querer que Mariano Rajoy siga en la presidenci­a. Tampoco las hay para rescatar a Pedro Sánchez cuando estaba por caerse del liderazgo del PSOE. Sin embargo, en un giro inesperado, los españoles votaron ayudando a Rajoy a seguir presidiend­o el gobierno, y salvando al líder socialista de que su partido sea desbancado del segundo puesto por los anti-sistema.

El líder del PP no hizo nada para conseguir en la elección de junio lo que no había conseguido en la frustrada elección de diciembre, cuyo resultado hacía imposible la conformaci­ón de una alianza gubernamen­tal medianamen­te lógica.

En la repetición del comicio pasó más o menos lo mismo, pero fue Rajoy el único que tuvo más votos, y no menos, que en el fracasado intento anterior. Por ende, castigados por el voto todos los demás, la lógica indica que esta vez no hay autoridad moral para impedir un nuevo gobierno encabezado por el líder del Partido Popular.

Ahora bien, existiendo tan pocas razones para favorecer con el voto a un personaje tan crispante como Mariano Rajoy, y menos razones aún para premiar a ese partido de centrodere­cha tan manchado por la corrupción y las rencillas ¿por qué fueron, finalmente, los ganadores? La

razón podría ser que, de golpe, los vientos populistas amainaron en España. Hasta aquí, infló las velas de Podemos. Este partido antisistem­a, con viento en popa, había avanzado hasta acercarse a las costas del gobierno. Pero cuando menos se esperaba, las velas se desinflaro­n de golpe y la nave quedó a mitad de camino.

Tras la fallida elección de diciembre, en la que Podemos y sus aliados lograron sobrepasar el 20 por ciento del electorado, pisando los talones a un desfalleci­ente

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