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En su entorno lo ven extenuado y envejecido. El estrés de gobernar, su corazón y el antecedent­e de Franco. Quiénes son sus ocho cardiólogo­s.

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Seis

días, tres países de Europa y después Estados Unidos. Seis jornadas sin interrupci­ón, con una actividad detrás de otra. Cinco noches durmiendo en un avión, cuatro horas cada sueño. Al regresar al país luego de la gira visita tres provincias en tres días. Los números se amontonan y no cierran. La rodilla, recién operada y dolida por horas eternas de malas posiciones, arde y le avisa que la cosa no da para más. Entonces Mauricio Macri hace algo inesperado que, más allá del discurso, evitó por casi ocho meses: se acuerda de que es humano. El viernes 8, luego del acto en Jujuy, se reúne con su mesa chica y se deja convencer, para agrado de sus funcionari­os y en especial de sí mismo, de que lo mejor sería no asistir a los eventos del domingo por el Bicentenar­io. Dos días después, presionado por los suyos y por las redes sociales, esa obsesión del PRO, da marcha atrás y a pesar de estar “cansado” obliga a su cuerpo a una hora más de presencia bien calculada.

Esta versión, confirmada a NOTICIAS por dos altos funcionari­os del Gobierno, es menos risueña y marketiner­a que la oficial. “Marcos Peña y yo lo convencimo­s para que no vaya, estaba destruido”, dijo el Secretario de la Presidenci­a, Fernando de Andreis, dando la sensación de que actuaron contra la voluntad de Macri para que se quedase en su quinta Los Abrojos. Aunque es cierto que el consejo de sus hombres de confianza influyó en la decisión, el Presidente que casi se queda dormido el sábado, durante los actos en Tucumán, estaba consciente del nivel de cansancio que venía acumulando. Es decir que escuchó exactament­e lo que quería escuchar, como el niño que no quiere ir al colegio y que obtiene la aprobación silenciosa de una madre preocupada. A veces no es sólo una cuestión de actitud: el Presidente aprieta y quiere abarcar mucho, más de lo que su cuerpo, y quizás su mente, pueda.

NO VA MÁS. “Macri está cansado. Nosotros ya le dijimos que no puede seguir como hasta ahora pero él se resiste. Igual se dio cuenta, después de la arritmia, de que tiene que bajar un cambio, pero a veces es difícil”, revela uno de sus ministros más cercanos, que lo acompaña desde la gestión en la Ciudad. El resto de su círculo también lo nota y está preocupado. Es que las señales son varias y son indiscutib­les: en sólo siete meses, el Presidente envejeció notablemen­te -sumó canas y arrugas a su rostro siempre juvenil-, sufrió el problema con su corazón, le operaron la rodilla y se fisuró una costilla “jugando con su hija”, según la extraña versión oficial. Una sola de esas intervenci­ones médicas asustarían a cualquiera, y Macri tuvo tres en un semestre. Sabe que la situación es alarmante, y lo admite tanto en privado como en público. “Los médicos y mi mujer me dicen que tengo que dormir más”, repite en estos días en público y privado, mitad en broma, mitad en serio. No era la primera vez que daba señales abiertas de cansancio: “He tenido

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