La vigencia de Discépolo
“El vértigo” de Armando Discépolo. Con M. Horrisberger, M. Groglia y elenco. Dir.: M. Leites y L. Minotti. Museo Pallarols, Defensa 1094.
Cuandola limosna es grande, hasta el santo desconfía, dice el refrán. Los Florio, una de las tantas familias italianas que a comienzos del siglo pasado tuvieron que dejar atrás sus raíces para trasladarse a la prometedora Argentina, hacen caso omiso al saber popular y no dudan en aceptar la hospitalidad del compatriota Rómulo Corsani (Matías Broglia). Con pocas pertenencias y la experiencia en el antiguo oficio de la orfebrería, se instalan en su pequeña casa porteña, que funciona también como obrador de ese quehacer. Desean encontrar una vida digna a través del trabajo.
Lamentablemente, en aquel lugar donde cohabitan hacinados, comienza a fermentar la desdicha. Es que la generosidad del inquietante coterráneo esconde otra intención: conquistar el amor de Marisa (Yesica Wejcman), la única hija, una muchachita que alimentó sus fantasías ya desde el terruño natal. Pero la chica no disimula sus pretensiones de ascenso social y rechaza la propuesta de un futuro común. Entonces se des- encadena la tragedia, en una muestra, aún larvada pero potente, de la genial pluma del vigente dramaturgo Armando Discépolo (1887-1971).
Escrita en 1919, la trama de “El vértigo” y sus personajes exponen, como si se tratara de un retrato al vitriolo, una realidad social asfixiante que termina impregnando de total pesimismo la sincera esperanza inicial. Sin duda, resulta el embrión de la obra que desarrollaría el autor de “Mateo”, “Stefano” y otras tantas piezas cumbres del grotesco criollo.
Los jóvenes y ascendentes directores Leopoldo Minotti y Matías Leites instalan su impecable puesta en el mismísimo taller del reconocido maestro orfebre Juan Carlos Pallarols, situado en el corazón de San Telmo. En ese ámbito que parece detenido en el tiempo, sacan buen partido de un elenco entusiasta en el que se destacan Broglia, el hombre enceguecido por el deseo, y Marcos Horrisberger y Roberto Capella, los hermanos que no vacilan en defender la decencia mancillada. El riguroso trabajo actoral, aunado al imaginativo aprovechamiento del espacio, en cercanía con el espectador, generan un logrado clima amenazante. Imperdible propuesta del teatro independiente.