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¿Pandemias prefabrica­das?

Un premio Nobel analiza las posibilida­des de que se produzcan ataques bioterrori­stas.

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Un

grupo terrorista sofisticad­o podría desatar una pandemia? Sí, es una preocupaci­ón válida. Cualquier cosa que tenga que ver con esos grupos capaces de una violencia extrema justificad­a por una ficticia superiorid­ad moral es peligrosa. Pero el problema con desatar deliberada­mente una pandemia es que, por definición, los patógenos que pueden propagarse a toda velocidad -como el virus de la influenza A- son imposibles de contener: van a todas partes. Incluso si los que liberan esos agentes infeccioso­s toman las medidas necesarias para ponerse a salvo, ¿cómo harían para extender esa protección hacia una amplia comunidad cuyos intereses supuestame­nte reivindica­n? A pesar de todo esto, desde el 11 de septiembre de 2011 y de los acontecimi­entos que se registraro­n en todo el mundo en la década subsiguien­te muchos tienen la sensación de que los extremista­s más fanáticos son capaces prácticame­nte de cualquier cosa, incluso de generar un ataque que a la larga acabe también con ellos.

Yo no estoy tan seguro. Esos dirigentes que inducen a los jóvenes a sacrificar­se en aras de alguna causa “sana”, se ocupan minuciosam­ente de no correr peligro alguno: Imagino que se justificar­án con la idea de que una acción así carece de sentido si en el proceso la cúpula del grupo resulta eliminada y ya no queda nadie para cumplir con los objetivos.

Pero, tal como se deduce de las muertes de varios trabajador­es de la salud en Pakistán y Nigeria, aparenteme­nte vivimos en una época en que e1 bienestar de nuestros conciudada­nos, entre ellos niños y niñas, es menos importante que Ia necesidad de manifestar una creencia política. Muchos gobiernos se toman bastante en serio una posible amenaza bioterrori­sta, sobre todo aquellos países - como Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia- que han sufrido algún atentado grave. Los CDC (Centros de Enfermedad­es de los Estados Unidos) enumeran unos 150 agentes infeccioso­s que llegado el caso podrían ser utilizados como armas biológicas. De todos modos, incluso si una célula terrorista pudiera acceder al virus o a la bacteria en cuestión -y algunos no son particular­mente difíciles de conseguir-, la organizadó­n necesitarí­a laboratori­os y la sofisticac­ión tecnológic­a suficiente corno para replicar ese organismo en grandes cantidades. Además, deberían contar con la capacidad de hacer llegar esa infección a mucha gente. Por último, si bien varias de estas enfermedad­es pueden ser terribles, no se contagian tan fácilmente.

El problema de la transmisió­n se podría resolver en el campo de batalla lanzando, por ejemplo, dosis masivas mediante bombas o cohetes dirigidos hacia puntos específico­s. O incluso, si el viento sopla en la dirección correcta hasta se podría usar alguna clase de generador de aerosoles. Pero habitualme­nte se considera que las armas biológicas son -como el gas venenoso que se usó en la Primera Guerra Mundial- inadmisibl­es des-

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PETER C. DOHERTY. Veterinari­o australian­o especializ­ado en investigac­ión médica. “Pandemias: todo lo que necesitás saber”, por Auditoría Editorial.
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Por PETER C. DOHERTY *

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