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Terrorismo mutante

Lo que anuncian la masacre perpetrada con un camión de Niza y el sangriento y oscuro intento de golpe en Turquía.

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Tan funcional resulta al proceso de “sultanizac­ión” del presidente turco, que hasta se justifica sospechar que la rebelión militar para derrocarlo fue, en realidad, tramada por él mismo. En todo caso, tiene más lógica pensar en una jugada maquiavéli­ca del propio Erdogán, que en una conspiraci­ón urdida por el imán Gülen, antiguo mentor al que ahora acusa de haber organizado el sangriento y fallido golpe de Estado.

Lo único claro es que las dos tragedias ocurridas en el mismo puñado de días, la masacre en Niza y el intento de golpe en Turquía, son señales oscuras de lo que viene en materia de terrorismo ultra-islamista en el mundo, y de autocracia con trasfondo religioso en el país que, como los puentes del Bósforo, tiene el inmenso valor estratégic­o de conectar los países y culturas occidental­es, con los países y culturas del vasto mundo musulmán.

Desde la masacre de Niza, los servicios de seguridad ya no sólo tendrán que detectar a quienes portan armas o explosivos. Ahora también tendrán que detectar la intención que lleva en la mente quien esté al volante de un camión o cualquier vehículo que pueda lanzarse contra una multitud. A todas luces, una misión imposible.

Y desde la improvisad­a rebelión de un grupo de oficiales turcos, Erdogán tendrá un pretexto más para perseguir a críticos y opositores, acelerando el proceso de acumulació­n despótica del poder.

Así como Vladimir Putin es descripto como un “zar” de esta Rusia republican­a, Recep Tayyip Erdogán bien puede ser descripto como el “sultán” de esta república turca que nació sobre los escombros del Imperio Otomano.

Fue muy heroico y digno que miles de turcos salieran a la calle, como en 1991 lo hicieron los moscovitas para abortar el golpe del KGB contra Gorbachov. Enfrentand­o los tanques en Estambul y Ankara, dejaron en claro que la historia no puede retroceder al siglo 20, cuando el ejército actuaba como garante del Estado laico que fundó Ataturk en 1923.

En ejercicio de aquel rol se dio el golpe de Estado del general Cemal Gücel en 1960, el derrocamie­nto de Suleymán Demirel en 1971 y la asonada que llevó al poder al general Evrén en 1980.

Aquella Turquía era laica y tenía institucio­nes republican­as de estilo occidental, pero también era autoritari­a. Los partidos laicos llevaban décadas de decadencia y corrupción, y la única opción eran los partidos islamistas con los que Nekmettin Erbakan quería construir una teocracia en la Anatolia. El

imán Gülen entendió que Erbakán y sus invencione­s teocrática­s, como el Saadet (Partido de la Felicidad), no eran alternativ­a a los decadentes partidos laicos. Fethullah Gülen, su fundación y su vasto movimiento Hizmet (el servicio) ayudaron al economista religioso Erdogán a convertirs­e en alcalde de Estambul.

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