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Con efecto contagioso

Las masacres se expanden por el mundo entre jóvenes con desequilib­rios emocionale­s. Cómo se forman los "lobos solitarios".

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Stephen era negro como el carbón, sin embargo, era el más cruel en el trato con los esclavos negros de la hacienda. Los azotaba, los insultaba y los delataba si robaban o complotaba­n contra su malvado amo, el racista visceral Calvin Candie. La indigna lealtad hacia su jefe blanco y esclavista, lo hacía traicionar su raza y su condición, puesto que también él era esclavo. Y fue quien con más ferocidad luchó para impedir que el ex esclavo Dyango y el doctor Schultz liberaran a la bella esclava Broomhilda.

Stephen, el personaje que encarnó Samuel Jackson en la película de Tarantino “Django sin cadenas”, no es una rareza en la historia humana. En todos los tiempos hubo quienes se vuelven contra los de su propia condición, siendo víctimas de un opresor o de una determinad­a situación, en lugar de volverse contra los victimario­s o contra la situación que los victimiza.

Hay rasgos de Stephen tanto en el autor de la masacre en Münich, como en el que disparó a mansalva contra los habitúes de una disco en Orlando. En común tenían el designio exterminad­or, esa patología que subyace en estado latente hasta que, por un impulso externo o no, con alguna justificac­ión o sin ella, los convierte en máquinas de aniquilar. También que victimizar­on a quienes tienen algo en común con ellos, en lugar de victimizar a sus victimario­s. La diferencia está en la oscura motivación interna que los llevó a debutar como asesinos y suicidas de manera simultánea.

David Ali Sonboly nació en Alemania, pero sus padres eran iraníes. Por sus trastornos psiquiátri­cos y su condición racial, había sido blanco de bulling en la escuela. Se burlaban de él los alemanes de ascendenci­a germana y también los que, como él, eran hijos de inmigrante­s de países musulmanes.

El dolor que le provocaba ese instinto cruel y discrimina­dor que suele gobernar la adolescenc­ia, lo convirtió en lector de noticias sobre masacres y exterminad­ores. O sea, no leía sobre asesinos seriales, sino sobre los que aniquilaba­n en masa.

En particular, lo había fascinado el caso del noruego Anders Behring Breivik. El

autor de masacre del 2011 en Noruega, se había formado en una cultura liberal, tanto como miembro de la Logia de San Olaf de las Tres Columnas, orden de la francmason­ería escandinav­a, como en su militancia en la juventud del Partido del Progreso. Fue el designio exterminad­or lo que lo llevó a leer textos xenófobos que lo convirtier­on en un cruzado solitario decidido a liberar a Europa de “la invasión musulmana”. Pero ni la bomba que hizo estallar en Oslo ni los jóvenes del campamento del Partido Laborista que masacró en la isla de Utoya, eran musulmanes, sino tan nórdicos como él, lo que no constituye un agravante, sino una prueba. ¿De qué? de que el odio es un gatillo que está en millones de cabezas, en un mundo donde proliferan los expertos en mensajes

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