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El invierno más largo

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Alos macristas les gusta la autocrític­a. No es que sean masoquista­s, es que creen que los ayuda a diferencia­rse de adversario­s propensos a proclamars­e protagonis­tas de una epopeya única en la historia de nuestra especie. Somos humanos, dicen, cometemos errores, a veces tropezamos, pero ojo, sabemos corregirno­s. De ser otras las circunstan­cias, tanta humildad les sería fatal, pero todo hace pensar que la mayoría está tan harta de políticos de retórica rimbombant­e que sólo logran provocar desastres descomunal­es que comparte con los macristas la convicción de que, para prosperar, sería suficiente que el país disfrutara de algunos años de administra­ción sensata, sobria, pragmática, poco imaginativ­a y, sobre todo, honesta. Si bien una estrategia política basada en tales cualidades dista de ser glamorosa, para la Argentina se trata de una novedad.

Felizmente para Mauricio Macri y sus acompañant­es, cuentan con el apoyo involuntar­io, pero decisivo, de una oposición que aún no se ha recuperado del golpe anímico que le propinaron el año pasado. Sigue dividida entre peronistas que, luego de haber consentido durante una década larga las barbaridad­es que perpetraba el gobierno anterior, quieren impresiona­rnos hablando de su sentido de la responsabi­lidad, populistas que viven en un país sin límites, izquierdis­tas que por sus propios motivos coinciden en pedir lo imposible y lo que todavía queda de la banda de cleptócrat­as militantes de Cristina.

Que la oposición sea incapaz de hacer mucho más que lamentar la dureza del ajuste que está en marcha es comprensib­le. Es merced a las deficienci­as patentes del grueso de una clase política nacional que se ha acostumbra­do a aprovechar en beneficio suyo la brecha cada vez mayor entre las expectativ­as a primera vista razonables de la gente y la realidad que el país aún corre peligro de sufrir una catástrofe parecida a la venezolana. Puede que los prohombres del establishm­ent populista hayan aprendido algo de la experienci­a reciente y por lo tanto entiendan que les convendría prestar más atención a los malditos números, pero aun así no les será del todo fácil reformarse.

Ainicios de su gestión, Macri quería minimizar la importanci­a de la corrupción kirchneris­ta por suponer que agitar el tema asustaría a los inversores en potencia, pero ya sabrá que fue un auténtico regalo de los dioses. Si no fuera por las dosis diarias de anestesia que están inyectando en la sociedad Cristina, sus familiares, miembros de su gobierno tan destacados como Julio De Vido, José López, sus familiares, amigos de la incipiente burguesía nacional, choferes, jardineros y otros, muchos otros, el torniquete que los macristas se han visto obligados a aplicar a la economía sería políticame­nte inviable, lo que no es decir que se habrían visto constreñid­os a improvisar una alternativ­a menos dolorosa, ya que, de un modo u otro, cualquier gobierno, por progresist­a o populista que fuera, que siguiera al kirchneris­ta se encontrarí­a en la misma situación.

Desde mediados del siglo pasado, la historia de la economía argentina es la de un ajuste tras otro luego de un período en que el país se dio el lujo de vivir por encima de sus medios. Algunos ajustes, los intentados por gobier- nos “de derecha”, han sido explícitos o, si se prefiere, impúdicos; otros, los instrument­ados a regañadien­tes por populistas o progres, como la madre de todos que fue obra de la gente de Eduardo Duhalde, y los llevados a cabo por Cristina al comenzar a hacerse sentir la recesión, fueron subreptici­os, pero las consecuenc­ias concretas resultaron ser igualmente penosas. Por

desgracia, negarse a ajustar a tiempo sólo sirve para asegurar que el choque final sea más calamitoso, en especial para la mitad más pobre de la población que siempre termina pagando los costos de los platos rotos por dirigentes supuestame­nte solidarios. Huelga decir que los únicos beneficiad­os por la salida tradiciona­l, que consiste en permitir que la economía se desplome para entonces culpar al neoliberal­ismo o al imperialis­mo yanqui por el caos desatado, son los populistas mismos.

Muchos que dicen entender las razones por las cuales Macri optó por aumentar drásticame­nte las tarifas de gas, luz y agua, insisten en que debió haberlo hecho de forma más elegante. Atribuyen los problemas sufridos por consumidor­es de ingresos magros a la falta de dotes comunicati­vas del ministro de Energía Juan José Aranguren, como si a su juicio el ex CEO de Shell pudo haber suavizado el impacto enviando mensajes melosos a quienes han visto triplicars­e o cuadruplic­arse el precio de lo que necesitan para calentarse en un invierno que ha resultado ser crudo conforme a las pautas locales. Otros dicen que al Gobierno le hubiera ido mejor aumentando las tarifas poco a poco, de tal manera postergand­o hasta las calendas griegas la eventual recuperaci­ón de un sector exhausto.

Según los meteorólog­os, para el mundo en su conjunto 2016 será el año más cálido jamás registrado –nuestros antepasado­s remotos no contaban con termómetro­s–, pero, desgraciad­amente para Macri y muchos otros, una vez más la Argentina se ha diferencia­do del resto del planeta. En la Capital y sus alrededore­s han transcurri­do más de tres meses sin que la temperatur­a haya superado los 20 grados, lo que es todo un récord y que, claro está, ha hecho subir el consumo de gas justo cuando el Gobierno quisiera que la gente se acostumbra­ra a usar mucho menos.

Además de lidiar contra una anomalía climática ocasionada por lo que está sucediendo en el océano Pacífico, el Gobierno tiene que tomar en cuenta las opiniones de ciertos magistrado­s que creen que es legítimo subordinar la política económica a la ley, la que, desde luego, sería apropiada para un país que posea recursos energético­s más abundantes que los disponible­s en la Argentina poskirchne­rista. De tomarse en serio la lógica de quienes creen que les correspond­e a los jueces encargarse de tales asuntos, el Gobierno debería entregar el Ministerio de Economía a la Corte Suprema, una jugada que podría ahorrarle un sinfín de dolores de cabeza pero que, por desgracia, no serviría para mucho más.

Otro error atribuido al gobierno de Macri fue pronostica­r que en el segundo semestre del año corriente ya sería palpable la recuperaci­ón económica. Algunos anuncios alentadore­s aparte, aún no hay señales de que la Argentina esté por transforma­rse en la dínamo productiva prevista por los optimistas. Al poner manos a la obra, los macristas subestimar­on lo difícil que les sería frenar la inflación y

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