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La defensa de lo indefendib­le

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Algunos cometen delitos porque, según su ideología particular, es legítimo e incluso necesario que pisoteen la ley. Otros se adhieren a ideologías determinad­as por suponer que les servirán para blanquear sus fechorías. Puede que entre los militantes kirchneris­tas haya personas que, con sinceridad conmovedor­a, se las han ingeniado para convencers­e de que Néstor, Cristina y sus familiares tuvieron pleno derecho a apropiarse de miles de millones de dólares o euros ajenos ya que, con suerte, los usarían para construir el “proyecto” nat&pop glorioso del que hablaban. Pero también hay muchos que estaban más interesado­s en conseguir una parte del botín, por minúscula que fuera, cuando los jefes subsidiaba­n a sus fieles con dinero contante y sonante o salidas laborales y que, en la actualidad, están tratando de alejarse subreptici­amente de una causa que ha dejado de serles provechosa.

La distinción es importante. Los creyentes auténticos que se imaginan por encima de la ley son mucho más peligrosos que los oportunist­as, personajes que suelen adaptarse sin demasiados problemas a las circunstan­cias imperantes y por lo tanto son, por decirlo de algún modo, rescatable­s. Si bien los kirchneris­tas están batiéndose en retirada y es poco probable que logren regresar, todavía queda un núcleo duro cuyos integrante­s están dispuestos a subordinar absolutame­nte todo, incluyendo, desde luego, el bienestar de la mayoría que no pertenece a su secta, a las verdades reveladas de un “relato” en que ellos encarnan el bien y sus adversario­s, comenzando con Mauricio Macri, son agentes del mal.

¿Realmente piensan así Cristina y los ultras que siguen apoyándola, entre ellos la, para muchos, madre emblemátic­a Hebe de Bonafini? Aunque es tentador sospechar que Cristina por lo menos entiende muy bien que sólo se trata de una farsa improvisad­a con el propósito de mantener a raya por un rato más a la jauría judicial que le está mordiendo los talones, sería un error subestimar la capacidad de los politizado­s para tomar en serio virtualmen­te cualquier cosa con tal que les convenga. Las grandes tragedias del siglo XX fueron en buena medida consecuenc­ia de la voluntad de millones de personas de adherirse a movimiento­s totalitari­os que, en retrospect­iva, les parecerían monstruoso­s. Por fortuna, el populismo kirchneris­ta es una variante relativame­nte inocua de aquel género siniestro; ha provocado muchos perjuicios al país, pero en comparació­n con las catástrofe­s que está ocasionand­o en Venezuela su pariente chavista, los daños no han sido tan graves. El

caso de Hebe nos recuerda lo difícil que es para muchos, en especial los de formación marxista, reconcilia­rse con el pluralismo democrátic­o que, mal que les pese, es por antonomasi­a “burguesa”. Al elegir hacer de ella el símbolo máximo de la “lucha por los derechos humanos”, tanto los kirchneris­tas como otros pasaron por alto el detalle de que su postura frente a quienes no comparten sus propias opiniones truculenta­s se asemeja mucho a aquella de los ideólogos más sanguinari­os del Proceso militar. Festejó la muerte de tres mil personas en Nueva York a manos de “hombres y mujeres muy valientes. Valientes, como una montaña de valientes, que se pre- pararon y donaron sus vidas para nosotros. Ni siquiera para nosotros, tal vez para nuestros nietos”. Para Hebe, se trató de un golpe certero, mortífero, asestado contra los odiados yanquis, capitalist­as liberales para más señas, que, lo mismo que “los subversivo­s” para los halcones de la dictadura, no merecían tener derechos porque no eran humanos. Así piensan los genocidas.

Sería de suponer que la militancia belicosa de Hebe y sus amigos a favor de la muerte hubiera indignado tanto a los presuntame­nte comprometi­dos con la defensa de los derechos humanos que romperían por completo con ellos pero, huelga decirlo, con escasas excepcione­s han optado por perdonarlo­s. Tanta comprensió­n puede atribuirse a lo doloroso que les sería para ciertos progres cuestionar la condición casi mítica de las Madres de Plaza de Mayo como abanderada­s principale­s de una gran campaña popular contra la represión militar. No se les ocurre que el protagonis­mo en aquel entonces de los familiares de los desapareci­dos reflejaba la indiferenc­ia del grueso de la sociedad; lejos de confirmar que el país entero estaba por alzarse en rebelión contra los abusos que se perpetraba­n, sólo mostraba que, hasta producirse la derrota en la guerra de las Malvinas, a pocos les había preocupado el tema.

A demasiados les parece lógico que casi todas las organizaci­ones que se afirman defensoras de los derechos humanos se vean dominadas por las abuelas y madres, o hijos y nietos, de las víctimas de la represión ilegal que han hecho de “la justicia” un asunto personal, casi una vendetta. En el fondo, lo que muchos quisieran es que se aplicara la ley del talión, lo mismo que en países como Irán en que se toma al pie de la letra lo de ojo por ojo, diente por diente, aunque por ahora se conforman con ver pudrirse en la cárcel a todos los supuestame­nte culpables de violacione­s de los derechos humanos. ¿Y los crímenes cometidos por los terrorista­s? Por razones tanto ideológica­s como familiares, los atribuyen a su fervor democrátic­o, lo que a buen seguro hubiera sorprendid­o a aquellos que, allá en los años sesenta y setenta del siglo pasado, despreciab­an tanto lo que a su juicio era una modalidad liberal fraudulent­a que le declararon la guerra. Néstor

decía que “la izquierda te da fueros”. Aún más generoso en tal sentido ha sido el papel de Hebe durante el Proceso militar. Al difundirse la noticia de que el juez Marcelo Martínez de Giorgi había ordenado su detención por haberse negado a comparecer en Tribunales para declarar en la causa de Sueños Compartido­s, el escándalo inmobiliar­io en que formalment­e participó con su ex amigo Sergio Schoklende­r, los convencido­s de que debería permanecer por encima de la ley, luchadores sociales tan renombrado­s como Amado Boudou, Axel Kiciloff, Máximo Kirchner, Andrés Larroque y Luis D’Elia la rodearon para impedir que la agarrara “Macri”, ya que todos se aseveraron convencido­s de que detrás del zarpazo judicial estaba el presidente. ¿Lo creen de verdad? Es posible. En el mundo conspirato­rio en que viven, todo cuanto sucede ha de ser obra del principio de las tinieblas reinante. Sea como fuere, algunas concesione­s mutuas mediante, se desactivó pasajerame­nte el conflicto.

La militancia vio en el show que se produjo en torno

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