Los Juegos tapan la crisis
Organizar los JJOO en medio de su crack político, fortalece al gigante sudamericano.
De trás
de l as ovaciones y los aplausos, de las destrezas y las competencias, de la emoción y la admiración; detrás de las medallas de oro, plata y bronce, y de los podios y de las lágrimas por el triunfo o la derrota. En síntesis, detrás del espectáculo que puso a Brasil en la mirada del mundo, se desarrolla un espectáculo más sísmicos y menos edificante.
La mirada internacional está en el escenario de los Juegos Olímpicos, detrás del cual está el escenario político. Y en esa dimensión, se desarrolla una escena en la que ningún protagonista merece aplausos y admiración. Todos son más bien patéticos, porque ninguno compite limpiamente para alcanzar su meta.
La intriga, la traición y los pactos entre bambalinas danzan al compás vertiginoso de un sálvese quien pueda, en el que todo vale.
EL SHOW. Río de Janeiro llevó la imagen de Brasil al Olimpo del deporte. Con la economía a la deriva y la política convertida en batalla campal, organizó un espectáculo imponente para inaugurar los juegos. Pero detrás de los fuegos artificiales, los senadores se convirtieron en pack de forwards arrastrando a Dilma Rousseff a la hoguera del juicio político. Las ovaciones y la emoción en los estadios acapararon la atención, mientras avanzan a la destitución.
Una caterva de conspiradores tomó envión en el Senado para lanzar la jugada final que deje a Rousseff fuera del gobierno y a Lula sin el oro ni, la plata ni el bronce. Aunque lo más probable, es que tampoco haya premios para esa victoria política de los que se juegan por sobrevivir a los escándalos de corrupción.
La indecencia y el oportunismo están triunfando con malas artes al corrompido y errático PT. Pero en el Maracaná de la historia, la Justicia brasileña está venciendo a la política corrupta. El ganador será Brasil.
Cualquier observador imparcial de los debates en el Congreso, vería la pobreza conceptual y el vacío jurídico que los caracteriza. En la Cámara de Diputados, los discursos de los partidarios del impeachment fueron desopilantes. Parecía una película de los Monty Python. Una parodia sobre la mediocridad y el oportunismo de los políticos.
Sólo quienes votaron a favor de Dilma intentaron razonamientos coherentes. Pero los que votaban en contra, dijeron cosas delirantes. Le didacaban el voto a familiares, como si recibieran un Oscar; invocaban a Dios y los Evangelios para rematar con cualquier cosa; y hasta hubo quien cruzó todos los límites dedicando su pronunciamiento al militar que torturaba a Rousseff cuando era una presa política de la dictadura militar.
Contra todos los pronósticos, el debate no cobró altura en el Senado. Esta vez, la mirada del mundo ya no observaba estupefacta el escenario político del Brasil, porque ahora esa mirada converge en la villa olímpica. Tal vez por eso, ni siquiera políticos inteligentes y preparados como Aecio Neves se esmeraron en sus argumentaciones. Algunos, como el senador del PSD José Medeiros, se limitó a sentenciar que “ella no tiene capacidad para conducir Brasil” porque