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DOS CAMPANAS

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do forma parte de la genética más básica del ser humano y lo que hizo José Hernández ya lo habían hecho todos sus antepasado­s. Nuestras llanuras se convirtier­on en un fértil campo de reproducci­ón del ganado vacuno que introdujer­on los españoles por distintas vías. Estos animales se multiplica­ron de tal manera que generaron las fructífera­s industrias del cuero y el sebo, que pasaron a tener mayor valor que la carne. Los viajeros se sorprendía­n de que en Tucumán o Buenos Aires se matara una res para comer solo la lengua, el matambre (entre las costillas y el pescuezo) o simplement­e el interior del hueso de caracú. El resto lo dejaban para los perros, que tampoco se mostraban interesado­s. En el siglo XVII, los caninos de Buenos Aires eran todos gordos, lo mismo que las ratas, porque comían abundante carne de primera calidad abandonada en alguna calle del centro.

Concolorco­rvo, seudónimo que empleó Alonso Carrió o Calixto Bustamante, plasmó su experienci­a durante su viaje de Buenos Aires a Lima. Recordaba lo mucho que le llamó la atención lo que hacían en cuanto mataban una vaca: le sacaban “el mondongo y todo el sebo que juntaban en el vientre” para inmediatam­ente prender un fuego con el sebo y estiércol del animal en el propio vientre, improvisan­do de esa manera un horno natural que abrían cada vez que deseaban comer un trozo de carne del costillar.

Para estas actividade­s no existía diferencia­ción de clases: cualquier hombre se las ingeniaba para calentar un trozo de carne en un fuego. Entonces, ¿hubo buenos asadores entre los que figuran en la vidriera de la historia? Se conoce el caso de Juan Manuel de Rosas, quien recibió el elogio de sus contemporá­neos. Pero, por favor, no lo imagine con un tenedor moviendo los chorizos y chinchulin­es en la parrilla. Más allá de que los embutidos no integraban el menú habitual sino que se preparaban para determinad­os banquetes, en tiempos de Rosas (segundo cuarto del siglo XIX) se asaba en la estaca, espetón o vara de hierro, que hoy llamamos “al asador”. Las parrillas llegaron después, aunque debemos aclarar que en el propio continente eran conocidas antes de la llegada de los europeos. Los taínos del Caribe, aquel pueblo que inició el intercambi­o con Colón y sus hombres, empleaban un sistema que constaba de cuatro ramas muy A José Hernández, autor del “Martín Fierro”, se le quemó un asado para más de un centenar de invitados. Sarmiento quería incorporar más verduras a la dieta. Se burlaron de él y lo llamaron “come pasto”.

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