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Nuevos conflictos

Al acuerdo de paz en Colombia lo suceden el linchamien­to de un viceminist­ro en Bolivia y una masacre de militares en Paraguay.

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Estaba al borde de las lágrimas. Tenía el rostro sombrío y las palabras le brotaban tenues. Jamás se lo había visto así. Por primera vez, Evo Morales se mostró quebrado por dentro. No sabía cómo explicar algo que ni él mismo podía explicarse. Los mineros que protestaba­n en el altiplano habían matado a palos a Rodolfo Illanes. Pero antes, lo habían torturado durante siete horas.

Hicieron que aullara de dolor; que se retorciera en el suelo y se atragantar­a con sangre. Tras el largo suplicio, Illanes murió. Lo lincharon como dicen las leyes ancestrale­s que hay que “ajusticiar” a ladrones y corruptos. Pero el viceminist­ro no era corrupto ni ladrón. Al contrario, era de esos pocos que cumplen su deber aunque haya que arriesgar el pellejo. Y los piquetes de las cooperativ­as mineras fueron una boca de lobo enfurecido porque en los choques con la policía habían muerto tres obreros.

Hacía sus filosos colmillos se encaminó Illanes. Quería negociar para que dejara de correr sangre en Cochabamba. Lo que nunca pensó, es que podría morir linchado, como si fuera un forajido.

Ayo Ayo es una localidad aimara donde, en el 2004, su alcalde fue linchado por pobladores que lo ataron a un poste y lo quemaron vivo.

Los pobladores de Ayo Ayo lo acusaban de corrupto. Lo mismo pasó con dos ladrones en una aldea junto al lago Titi Caca. A su vez, del lado peruano de la frontera, aimaras lincharon al alcalde Cirilo Robles, también acusado de corrupto. El

gobierno boliviano, probableme­nte por la utopía regresiva que implica el lado oscuro de su política indigenist­a, no buscó ni castigó debidament­e a los autores de esos crímenes que evocan a Fuenteovej­una, aunque con una dosis mayor de salvajismo al que retrató Lope de Vega a partir de un suceso real del siglo 15.

Por cierto, no hay linchamien­tos buenos y linchamien­tos malos. No obstante, la bestial ejecución del viceminist­ro de Región Interior tuvo el agravante de que el torturado y asesinado no era un corrupto ni un ladrón ni un violador, sino un hombre justo.

No fue la única sorpresa violenta en la región. Una emboscada que mató a ocho militares le recordó al Paraguay que el noroeste es una tierra de nadie en la que opera el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP).

Esa guerrilla guaraní comenzó a gestarse dentro del movimiento Patria Libre en la década del noventa. Antes de ser fundado oficialmen­te como EPP, los activistas que tomaron las armas fueron entrenados por las FARC para perpetrar atentados, secuestros y asesinatos.

Su golpe de mayor repercusió­n fue el secuestro, en el 2004, de Cecilia Cubas, la hija del ex presidente Cubas Grau, asesinada a pesar de que se había pagado el rescate.

Al vínculo inicial con la guerrilla colombiana lo confir-

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