La genética del placer
¿En qué medida interviene el ADN en los mecanismos de gusto y recompensa?
Viajar,
ir al cine, leer un libro, tener relaciones sexuales, escuchar música, tomar una copa de vino, ir de compras, comer un buen bife de chorizo, e incluso tomar mate son acciones que los seres humanos disfrutan y que proporcionan placer. Aunque la manera de experimentar una sensación placentera es subjetiva, hay un mecanismo que se dispara en todas las personas cuando experimentan que algo es placentero.
Es lo que explica Jorge Dotto, médico, especializado en patología molecular y genética por la Harvard Medical School en su libro “El ADN del placer (Ed. Paidós), editado recientemente: “Cuando logramos algo, esperamos una recompensa, un premio que nos haga sentir bien. En el cerebro existe un centro del placer, llamado justamente “placer-recompensa”, responsable de interpretar las diferentes acciones o situaciones que nos generan este sentimiento”.
Aunque lo que le brinda placer dependerá de cada persona, hay tres actividades que son las más relevantes: comer, beber y tener sexo. “Son las recompensas primarias, las más primitivas, y en las tres está presente el mecanismo de la supervivencia, ya que la supervivencia de cada especie se alcanza mediante la reproducción (sexo) y la alimentación (comida y bebida); de ahí que sean las que generan mayor satisfacción”.
MECANISMO. “El centro del placer que se activa mediante el complejo circuito cerebral llamado “sistema de placer-recompensa” incluye el deseo (“querer algo”) y el placer en sí (“disfrutar algo”). Es el encargado de dirigir nuestros sentimientos de motivación, la recompensa y el comportamiento. En este circuito participan varios genes; el más importante es el DRD2”, explica Dotto.
Y agrega: “Para sentirlo, además de los genes son necesarios los sentidos. Para llegar a esa sensación se ponen en funcionamiento la visión, la audición, el gusto, el olfato, y el tacto. Imaginemos que es domingo al mediodía, y nos sirven una porción