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El monarca heroico

La victoria de un gigante y también un dictador. El paradojal triunfo de quien sobrevivió al fracaso del modelo que creó.

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De haber sido escrito en el comienzo del siglo XXI, el Manifiesto bien podría comenzar diciendo: “Una grieta recorre el mundo…”. De un lado, hay masas convencida­s de que Fidel Castro fue un gigante libertario. Del otro lado, hay masas que ven en él a un dictador tropical, un feroz tirano. La historia dirá, probableme­nte, que fue un gigante y también un dictador.

El gran logro de Fidel fue llegar a ser parte de la religión. Entrar en el sentimient­o de quienes lo veneran. A eso no lo logra cualquier líder. Hace falta estatura histórica. Él la tuvo, y de sobra.

El otro gran logro es que buena parte de quienes lo detestaban, hayan terminado considerán­dolo con indulgenci­a. Nunca dejaron de verlo como un dictador, pero aún rechazando su régimen y su ideología, sintieron por él alguna forma de admiración.

Se lo ame o se lo odie, Fidel Castro fue admirable. Un dictador, sí, pero no un dictador más. No es la razón sino la aversión lo que hace que muchos lo coloquen en el mismo estante de otros tiranos. Como si fuera igual que el paraguayo Alfredo Stroessner o el dominicano Rafael Leonidas Trujillo. ¿Realmente se puede ver a esos dictadores, así como a los Somoza, de Nicaragua; al general guatemalte­co Ríos Montt o al chileno Pinochet, como si tuvieran la misma estatura de Fidel Castro?

¿Es equiparabl­e el líder de la revolución cubana a Mobutu Zeze Seko, el tirano que se adueñó del Congo y lo rebautizó Zaire? Indudablem­ente, la diferencia es oceánica. Sin embargo, Fidel fue un dictador. Y la suya fue una dictadura totalitari­a.

Sólo el sentimient­o con rasgos religiosos de quienes lo veneran puede no ver lo evidente: en su régimen imperó la censura, la persecució­n política, la discrimina­ción a minorías como los homosexual­es, y un culto personalis­ta que encarnó en él conceptos como “patria” y “revolución”.

Un formidable aparato de propaganda convirtió a Fidel en deidad viviente. Durante más de medio siglo fue omnipresen­te en la vida de los cubanos. Desde los diarios, los carteles callejeros, la radio y la televisión, Fidel les decía todos los días a todos los cubanos lo que está bien y lo que está mal, lo moral y lo inmoral, lo que es patriota y lo que es anti-patria, lo que es revolucion­ario y lo que es contra-revolucion­ario.

Todos saben en Cuba que quien tuviera un hijo o un hermano que se echara al mar para huir de su paraíso socialista, quedaba bajo la lupa del aparato de inteligenc­ia, y perdía posiciones en la nomenclatu­ra o en el trabajo que tuviera. Lo relató Gutiérrez Alea, aprovechan­do las brisas de libertad que trajo el llamado “período especial”, en la película “Guantaname­ra”. En “Fresa y chocolate” había mostrado las persecucio­nes y marginacio­nes que sufrían los homosexual­es. También ronda el relato de ese film, uno de los aspectos más siniestros del totalitari­smo: la sociedad en la que la gente puede ser espía y delatora de otra gente; una sociedad en la que la delación es premiada si el delatado encuadra en lo que el régimen considera anti-patria o contra-revolución.

Para poder esbozar esas miradas críticas, además de aprovechar la apertura que implicó el “periodo especial” en la década del noventa, Gutiérrez Alea debió hacer equilibrio­s políticos dificilísi­mos. En definitiva, fue el autor de una afirmación tan castrista como también reveladora del credo impuesto: “humillar a Fidel es humillar a Cuba”.

Ese fue precisamen­te el legado más oscuro de Castro. En la sociedad abierta, ningún ciudadano libre siente que el gobernante y el país sean una misma cosa. Para

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 ??  ?? PARTE DE LA RELIGIÓN. El gran logro de Fidel (y el Che, en esta foto de 1960) fue llegar a ser parte de una religión. Entrar en el sentimient­o de quienes lo veneran.
PARTE DE LA RELIGIÓN. El gran logro de Fidel (y el Che, en esta foto de 1960) fue llegar a ser parte de una religión. Entrar en el sentimient­o de quienes lo veneran.
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