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Su legado vivirá

La revolución sigue vigente porque las causas que la originaron son hoy más apremiante­s. El bonapartis­mo burocrátic­o de Fidel.

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La Revolución Cubana representó un giro radical en la historia de América Latina. Emergió como un compacto único de procesos históricos: por un lado, la lucha por la independen­cia nacional, que los estados latinoamer­icanos habían alcanzado a principios del siglo XIX y, por el otro, y las revolucion­es sociales de la época del capitalism­o avanzado. La independen­cia de Cuba de la corona española fue tempraname­nte confiscada, en el pasaje del siglo XIX al XX, por el naciente imperialis­mo norteameri­cano. Aunque la revolución de principios de los años 30 había obligado al presidente Franklin Roosvelt a derogar la Enmienda Platt, que sujetaba a Cuba constituci­onalmente a EEUU, la Isla continuó siendo una colonia de los yanquis en virtud del monopolio absoluto de su economía – las cuotas azucareras. Fidel Castro fue el líder de este salto histórico gigantesco de independen­cia nacional y revolución social. Atrás quedaron las derrotas de los procesos nacionales encabezado­s por líderes civiles o militares de la burguesía nacional, como había ocurrido como había ocurrido con Perón, el boliviano Paz Estenssoro, el guatemalte­co Arbenz y, más adelante, el venezolano Betancourt. Fidel y el Che fueron testigos activos de estos fracasos monumental­es. En contraposi­ción a ellos, Fidel Castro y la Revolución Cubana trazaron un horizonte completame­nte nuevo para América Latina e instalaron la revolución mundial en nuestro continente. El alcance de este viraje histórico sigue presente en la conciencia popular latinoamer­icana. Con métodos políticos diversos, la Revolución Cubana ha resistido casi 60 años de bloqueo del imperialis­mo. Revolución Cubana no es, sin embargo, “una revolución proletaria” – la clase obrera no participa en ella como clase ni despliega una acción autónoma; se trata de un límite histórico decisivo para una revolución que se califica como socialista. Lejos de desarrolla­r “una democracia obrera”, el régimen político cubano y sus dirigentes se desplazan, como consecuenc­ia de la presión del imperialis­mo y del reflujo que sigue al ascenso de 1959/62, hacia el bonapartis­mo, o sea el poder personal, y a la estatizaci­ón de

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