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El caza benefactor­es

Así describe a Castro el prestigios­o periodista norteameri­cano Jon Lee Anderson, que trabaja desde hace años en una biografía del líder.

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Cosechó odios y halagos. Algunos lo consideran un demonio, y otros, casi como un dios. El desafío de una personalid­ad que divide opiniones en todo el planeta sedujo a Jon Lee Anderson, periodista norteameri­cano de prestigio mundial, que se especializ­ó en la cobertura de conflictos y revolucion­es, y que luego de publicar la biografía del Che Guevara se lanzó a contar la vida de Fidel Castro, en un libro que lleva años escribiend­o, y que verá la luz el año próximo. Uno de los rasgos que subraya Anderson en su mirada sobre el líder cubano es su destreza para seducir benefactor­es a lo largo de su carrera política. “En un país donde vivir del cuento es una máxima, Fidel Castro era el cuentista por antonomasi­a, el más astuto de todos”, lo define Anderson en un artículo publicado esta semana en el portal de la BBC.

Luego de años de lucha e intentos por derrocar al dictador Fulgencio Batista, cuando en 1959 finalmente llegó al poder, secundado por su hermano Raúl, actual presidente de Cuba, y su amigo Ernesto el “Che” Guevara, Fidel necesitaba de aliados para poder aplicar sus proyectos culturales dentro de la isla (como por ejemplo la mejora en el sistema de salud y alfabetiza­ción), e ir contra el “imperialis­mo norteameri­cano”.

“La genialidad de Fidel era encontrar siempre un sponsor, un benefactor que creyera en él y su ejemplo en Cuba”, opina Anderson. Primero sucedió con la Unión Soviética, que además del apoyo militar que le dio a Cuba en la lucha contra los Estados Unidos y las expedicion­es hacia África, lo financió con la compra de azúcar a un precio mucho mayor al de mercado. El periodista considera que “ni siquiera los soviéticos se salvaron del cubaneo”, en referencia a la habilidad de persuadir a un extranjero para que haga lo que lo que el otro desea, una especialid­ad de Castro. Pero una vez que la URSS colapsó tras la caída del Muro de Berlín, y cuando parecía que la revolución en Cuba seguiría los mismos pasos, emergió Hugo Chávez, el líder de una nueva revolución, la bolivarian­a. Una vez más, Fidel tuvo la habilidad de “hechizar a un nuevo patrocinad­or, perpetuand­o la idea de que Cuba seguía siendo un Estado revolucion­ario y verdaderam­ente socialista”, en gran medida, gracias al abastecimi­ento de petróleo subsidiado por parte de Venezuela a cambio del envío de médicos y maestros cubanos. Puertas adentro, en la isla, Fidel también tuvo que aplicar esa habilidad de maniobra política y “hechicería” que lo caracteriz­ó con sus aliados extranjero­s. El resultado: 49 años en el poder. Como explica Anderson, “la astucia y el engaño, como Maquiavelo famosament­e escribió, son esenciales para el ejercicio del poder y quizás en Castro, más que en cualquier otro gobernante de su tiempo, esos rasgos eran como una marca registrada”. Apenas una anécdota, que además tiene a la Argentina como protagonis­ta, refleja la definición anterior. Anderson relata que en una de sus estadías en Cuba durante los ‘90, un amigo le señaló los autos Fiat de la década del 70 que aún seguían circulando por las calles de La Habana. El dato era que esos vehículos habían sido “comprados” a la Argentina a través de un pagaré firmado por Fidel. “Un pagaré, ¿vos te imaginas? ¡Y le tomaron la palabra!”, le decía entre risas su amigo. Castro lo conseguía una vez más. Los autos jamás fueron pagados y siguieron usándose en la isla. El periodista, nacido en California pero con especial interés en los líderes latinoamer­icanos, considera a Fidel Castro como un líder político, “que más que ningún otro en su época, tenía la estatura de mito viviente en su

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