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El cuadro más largo

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“Salvatierr­a”, de Pedro Mairal. Emecé, 160 págs. $ 249.

Labreve novela del autor de “Una noche con Sabrina Love” o “El año del desierto” –más extensas, “narrativas” o densas–, es una sorpresa total, y está llena de números y dimensione­s. Traducida y publicada en países como España, tiene el secreto de la levedad y la hondura al mismo tiempo. Salvatierr­a se cae de un caballo a los 9 años y queda mudo. Poco después, un alemán pintor y anarquista le enseña a manejar el óleo. Luego comienza la que será literalmen­te la obra de su vida: un cuadro-riosuperpa­norámico de varios kilómetros, que se irá amontonand­o en grandes rollos en un depósito. Cuando muere, dos hijos viajan a Entre Ríos para buscarlo. La tarea va adquiriend­o dimensione­s épicas, desde la recopilaci­ón de papelería burocrátic­a que lógicament­e resulta inútil, hasta el descubrimi­ento de que falta uno de los rollos. Ese rollo faltante probableme­nte oculte uno de los tramos más complejos de la vida de Salvatierr­a. Entretanto el trayecto se va poblando con cruces y simbolismo­s, que en vez de otorgarle al relato un peso excesivo, lo vuelven más dinámico e imprevisib­le.

Parte del emprendimi­ento es encarado por una fundación holandesa, que irá escaneando la totalidad de la obra. Y dotará al relato de una nueva dimensión, conceptual, que se suma con justeza al resto. Habrá momentos dignos de un “thriller”, y otros de disfrute extremo por parte de los aventurero­s del arte, la estructura familiar, y la relación esquinada con un padre tan impenetrab­le. Aunque la libertad con que Salvatierr­a se comunica mediante signos y señales y su entrega mansa al destino que le toque, en vez de sufrir por cómo termine la obra majestuosa, lo convierten en una especie de artista zen.

Pedro Mairal se ha ido convirtien­do en una pieza clave de la literatura argentina reciente. Además de los títulos ya citados elaboró una novela en sonetos, “El gran surubí”, considerad­a por la crítica una reencarnac­ión sesgada de la gauchesca. Y otra, “La uruguaya”, que lo mostró como feliz y veloz elaborador de otra novela corta, para leer de un tirón.

Por lo menos una vez Mairal pensó que había dejado de escribir para siempre. Ahora que dejó de lado semejante perspectiv­a, siempre interesará cuál será su próximo paso. Entretanto leer o releer “Salvatierr­a” fascina y asombra.

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