OTRA VUELTA DE MODELO M
Pa rtamos de la base de que ningún ministro de Hacienda es despedido si la economía marcha bien. De todos modos, la salida de Alfonso Prat Gay del gabinete tuvo más que ver con el manejo del poder en general que de los números en particular.
Las razones oficiales bajo cuerda pasaron más por la "soberbia" del ya ex ministro que por alguna clase de ineficiencia que nadie mencionó. A lo sumo, el ala fiscalista llegó a recriminarle, con impostación ideológica, ciertos aires dirigistas, populistas o hasta post kirchneristas. Pero más se habló de un Prat con "demasiada opinión propia" y poca predisposición a obedecer.
En ese sentido, su adiós forzado evocó al de Roberto Lavagna en 2005, cuando Néstor Kirchner decidió desperfilar al ministerio y asumirse jefe absoluto de la economía nacional para que nadie le hiciera sombra.
Hay que decirlo: Macri admira secretamente a Kirchner. Para ser más precisos y justos: los no peronistas admiran a los peronistas y se desviven por entender el secreto de su durabilidad en el mando y la desprejuiciada destreza para lograrlo.
Durante su primer año de gestión, el Presidente fue comprendiendo que gobernar el país es tremendamente más complejo que conducir los destinos de la Capital Federal. El Congreso, los gremios, los movimientos sociales, los gobernadores, los empresarios de cada sector y demás se mueven como corporaciones autónomas a las que por lo general sale carísimo mantener en caja. El debate todoterreno del Impuesto a las Ganancias implicó aprendizajes y desgastes para los inexpertos macristas, cuyo jefe máximo se va asumiendo cada día más como tal. Desde el torpe intento de nombrar a dos miembros de la Corte Suprema por decreto a principios del año hasta el despido de Prat Gay la mañana después de Navidad, Mauricio Macri expresó voltajes distintos en un ejercicio de la autoridad que parece