¿Cigarro electrónico? No
Investigaciones muestran que los dispositivos tienen al menos 20 sustancias de alta toxicidad. Y que no ayudan a superar la adicción.
De viaje por ciertos países, es común ver en los aeropuertos que los cigarillos electrónicos estén expuestos en megakioscos al lado de caramelos, pilas, perfumes semibaratos y baterías de teléfonos celulares. Exigen una condición: que los compradores no tomen los paquetes por sí mismos a modo autoservicio, sino que se los pidan a quienes atienden el comercio. Algo que no sirve de mucho, porque la persona, pocas veces tiene idea de lo que está vendiendo o de las variaciones que hay entre las diferentes presentaciones. Comprar un cigarrillo electrónico es entrar en un terreno desconocido, prontamente decepcionante, si antes no se contó con un buen asesoramiento (que en general provendrá de los tropiezos y experiencias de otro fumador que intenta dejar de serlo).
El pucho digital está rodeado de un halo de inocencia y de pureza. La mayoría de los fumadores lo percibe como un aliado que lo ayudará en su camino hacia el abandono del tabaco, como un engaño a sus sentidos, como un sustituto soso y con poca gracia, pero aliado al fin. Y, sobre todo, inofensivo. Como suele suceder, el imaginario social sobre ciertos productos y prácticas está marcado por la suposición y el desconocimiento.
De hecho, el ecigar está prohibido en muchos países. Y es que pese a su aspecto artificial y ascéptico, también puede transportar hacia los pulmones humanos sustancias que son tan tóxicas como algunas de las que tienen los cigarrillos comunes, los de verdad, los que además de tabaco introducen 4.700 compuestos tóxicos dentro del organismo del fumador. Es claro que la toxicidad del modelo electrónico dependerá de las sustancias que sean colocadas en el aparato vaporizador: si solo se vaporiza agua, no podrá hacer daño alguno, y también se le pueden agregar esencias aromatizantes, sin traza de nicotina, y eso es lo que lo salva, en ese imaginario colectivo que lo considera un pobre remedo del cigarrillo auténtico. Sin
embargo, una investigación hecha en la Universidad del Sur de California, en los Estados Unidos, comprobó que un trastorno de los pulmones que puede llegar a ser grave, la bronquiolitis obstructiva, ruta directa hacia la inflamación y la obstrucción de los bronquiolos (estructuras responsables del intercambio gaseoso en la sangre) puede ser gatillado por el diacetil, un producto químico ampliamente utilizado en algunos aromatizantes como el caramelo, que le da sabor al líquido inhalado a través de los cigarrillos electrónicos.
Pero los engaños tienen tranco largo y recorrido corto. Los estudios médico-científicos más recientes comprobaron, ahora sí definitivamente, que el cigarrillo electrónico causa dependencia y libera toxinas, más allá del hecho (discutible, según la experiencia personal de cada fumador) de que no hay investigaciones que demuestren que el dispositivo es una ayuda real para quienes buscan dejar de fumar. De
las veinte sustancias tóxicas encontradas en el cigarrillo electrónico, al menos siete pueden provocar problemas graves en el organismo. La lista comienza por la ya conocida nicotina, que produce arritmia, taquicardia, presión alta y dependencia. Pero también incluye a la nitrosamina NNN, un derivado de la nicotina que causa cáncer de boca y páncreas; el acetaldeído, un derivado del etanol que se usa en la producción de solventes; el tolueno, deriva del petróleo y causa irritación en las vías aéreas; formaldeído, que se emplea para la conservación de cadáveres y que entre sus efectos suma irritación de garganta, alteración del sueño y asma; acroleína, un derivado del glicerol que se usa en las frituras y que provoca cáncer de pulmón; y el diacetil, un derivado de la fermentación de bebidas alcohólicas que origina irritación en ojos, piel, pulmones, nariz y garganta.
Los venenos pueden parecer pocos, numéricamente hablando (20 contra 4.700), pero siguen siendo venenos. Estas sustancias tóxicas del cigarrillo electrónico se forman por la degradación química de los componentes presentes en el líquido durante el proceso de vaporización. En el caso de la nicotina, la cantidad que llega al organismo varía (y mucho) de cada modelo de cigarrillo electrónico. Quince pitadas pueden llegar a contener hasta tres veces más nicotina que el viejo y conocido cigarrillo.
Tan riesgoso es todo, que hace tres meses la agencia de alimentos y medicamentos de los EE.UU, la FDA, prohibió el cigarrillo electrónico para los adolescentes. El argumento principal: que la exposición precoz aumenta el riesgo de adicción a la nicotina. Un aparato que es mucho más que humo y que imita demasiado bien a su par original.